Sara, una joven veinteañera deseosa de formar una familia y ser feliz, es la hija del ladrón del titular de la película; un ratero de poca monta pero lo suficientemente cabrón como para amargar la vida proletaria de la chica. Y es que como afirma Marx: “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente”. Y las jodidas circunstancias con las que Sara se topa de bruces son las que impone el capitalismo, que dividido en clases sociales privilegia a los ricos en detrimento del resto de la sociedad. Y esto que escribo no es “demagogia comunista”, como replicarán sin duda  los más listillos del lugar, es sencillamente lo que se desprende de este implacable relato cinematográfico.

Es decir, lo que se desgaja de la historia de una joven de 22 años que desde su desvalida infancia arrastra sobre sus espaldas la ausencia de unos padres que la quieran y protejan, el sufrimiento de su hermano pequeño de 8 años internado en un centro de menores y la existencia de su propio hijo de seis meses, del que se ocupa sola, ejecutando trabajos precarios y mal pagados para poder sobrevivir en viviendas sociales compartidas situadas en la periferia de Barcelona. A saber, el amargo pan cotidiano de mucha gente. ¿Que se trata de una visión demasiado dramática y pesimista de la sociedad catalana en particular y de la española por extensión? Todo indica que no es lo que cree la joven cineasta barcelonesa formada en la Escuela Superior de Cine de Catalunya y en la de San Antonio de los Baños en Cuba, Belén Funes (Barcelona, 1984),  que consigue con esta su Ópera prima tres objetivos fundamentales: hacer una película esencial en el actual panorama cinematográfico español; mirar críticamente los estragos que genera tanta inequidad y, sobre todo, mostrar sin tapujos al espectador/a una realidad social insoportable para muchos jóvenes y menos jóvenes, donde la soledad, la explotación y el desamparo campan a sus anchas.

Buscando la cuadratura del círculo habrá quien objete que la película es morosa o que el sonido en directo resulta deficiente; sin embargo, es tal el desasosiego, la rabia y las ansias de revuelta que provoca este filme social por excelencia, que esas opiniones sofisticadas no pasarán el rellano de la puerta. Y, como para acallarlas, ahí está la imponente interpretación de Greta Fernández - concha de Plata a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián - que hace inolvidable la valiente Sara, quien, si quiere mejorar de  situación, tendrá que enfrentarse a un Estado que la priva constantemente del bienestar.

Rosebud

uyl_logo40a.png