Escribo este artículo en medio del dolor y la indignación que produce otra mujer asesinada, a tres calles de mi trabajo otra mujer es apuñalada, 26 crímenes por violencia de género en estos 7 meses del año, y esta noticia no abre el telediario, la agenda informativa marcada por el poder determina que “la ola de calor” es la noticia más relevante.

Tampoco lo es la sobreexplotación y precariedad que denuncian las trabajadoras del sector servicios y turístico, con las Kellys a la cabeza. “Los altos niveles de ocupación y las buenas perspectivas” que auguran los empresarios para este verano son portada, los datos de las condiciones de trabajo se esconden en quinta fila del panel informativo. La brecha de género en la temporalidad, cinco puntos superior, un 24,89% de ellas frente a un 19,9% de ellos, y la proporción de tres a uno en cuanto a tiempo parcial, casi una de cada cuatro, 992.700 mujeres frente a 392.900 hombres, porque les resulta compatible con la atención a niños, mayores, enfermos y dependientes, solo se destaca en días a festejar.

La foto fija nos muestra una profundización de las desigualdades y la exclusión, donde la pobreza está directamente relacionada con el hecho de ser mujer, por las desigualdades y la discriminación de género que rigen las condiciones del mercado laboral, sumando múltiples factores de discriminación transversal como el origen, la etnia, la discapacidad, la edad, etc.

El avance del fascismo, de sus postulados anti género, centrales en su visión de la sociedad, con la familia nuclear patriarcal en el centro, implican una defensa del capital y la nación: proteger “nuestra cultura”, naturaliza que la mayor parte del trabajo de cuidados siga recayendo en las mujeres, mostrando la relación del capitalismo con el trabajo gratuito de las mujeres, un trabajo no remunerado, ni reconocido como tal, pero necesario para la reproducción diaria y generacional de la fuerza laboral.

A la tormenta perfecta que ocasiona la crisis sistémica del capital, se desarrolla fiel a sus intereses, una ola mundial reaccionaria, iniciada por el Vaticano y financiada y auspiciada por grupos ultra religiosos y poderosos empresarios, que han internacionalizado la guerra contra la “ideología de género”. Una investigación del Foro Parlamentario Europeo sobre Derechos Sexuales y Reproductivos (EPF), calcula que financiadores religiosos extremistas contra los derechos sexuales y reproductivos han multiplicado por cuatro su inversión de los 22,2 millones en 2009 a los 96 de 2018. En total han sumado 707,2 millones en diez años en una aproximación “subestimada”. Agentes antiderechos como el Congreso Mundial de la Familia, o lobbies que operan ante la ONU y la UE de la derecha integrista estadounidense, latinoamericana y europea, actúan hermanadamente con la plataforma internacional de origen español Citizen Go, Hazte Oír en versión doméstica.

Los casos de Polonia, Hungría, Centroamérica y, ahora, Estados Unidos con la prohibición del aborto, afectará a todas las mujeres, pero sobre todo a las más pobres, y da un mensaje general: las capacidades de reproducción de las mujeres no les pertenecen (incluso que su vida vale menos que la del nonato, como en Polonia). Se impone la moral retrógrada por encima de la vida, autonomía, libertad y el libre desarrollo de la personalidad de las mujeres, que pasan a la condición de tuteladas y controladas por una sociedad vigilante.

Mientras las mujeres luchan cotidianamente para sostener necesidades básicas como la vivienda o la alimentación, con las tareas de cuidados complicadas por tener que encajar presupuestos familiares cada vez más escasos con la subida desorbitada de los precios, (IPC del 10,8 % en julio y subyacente del 6,1 %), y ven el horizonte como se cercenan derechos básicos a nivel mundial, las feministas burguesas, incluidas las del Gobierno de España, se contagian del discurso reaccionario, y proponen un feminismo excluyente con “pedigrí” de feminidad, con debates absurdos que no incluyen las condiciones materiales de vida.

Los derechos de la clase trabajadora y mujeres de sectores populares, migrantes, racializadas y socialmente excluidas no le interesan ni al feminismo burgués e institucional, con su cuota de poder, tenemos que defenderlos día a día por nosotras mismas.

No son solo los derechos de las mujeres o del colectivo LGTBI los que están en riesgo, esta ofensiva global es contra toda la clase obrera, porque los modelos que plantean de libertad absoluta para el capital y la restricción, cuando no eliminación, de derechos para los sectores populares, lo que defienden, en definitiva, son los intereses del sistema capitalista imperialista, en todos sus ámbitos, económico, social y cultural.

Interpeladas por la reacción imperialista a todos los niveles, nuestra lucha debe ser integral y global, la lucha es antifascista, sí, pero centralmente de clase y antipatriarcal.

Tatiana Delgado Plasencia.

Secretaría Feminista del PCPE

 

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