"...El apretón de manos que les voy a contar deja a poca gente indiferente...".  Hay apretones de manos rutinarios, también afectuosos o protocolarios, y hasta los hay ceremoniosos, todo dependen de la persona abordada y del momento preciso en que se produce el encuentro.

El apretón de manos que les voy a contar deja a poca gente indiferente, y, además, produce empatía por las expectativas políticas que suscita. Ocurrió en Johannesburgo, durante el homenaje que el gobierno de Sudáfrica dedicó al fallecido líder antiapartheid Nelson Mandela el pasado mes de diciembre. Tras subir al trote las escaleras que conducían a la tribuna de los mandatarios invitados, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se dirigió sin titubear un segundo al presidente de Cuba, Raúl Castro. ¡Hostias! ¿Qué estaba pasando allí? ¿El representante del “eje del bien” saludando a su homólogo del “eje del mal”? ¿Se trataba del “efecto Mandela” o es que Obama estaba majareta? Al parecer nada de eso, pues acto seguido estrechó la mano  del  revolucionario cubano y ambos intercambiaron algunas palabras, inaudibles para el público, que la intérprete de Castro, Juanita Vera, tradujo ipso facto. Luego el  representante del imperio saludó con un beso a la presidenta de Brasil, Dilma Roussef, mientras Raúl Castro le seguía con la mirada y una enigmática sonrisa. Todo pasó en siete segundos, por la tele y en directo, y millones de telespectadores quedaron boquiabiertos. Después, ambos mandatarios restaron importancia al insólito encuentro. Para Obama se trataba simplemente de “un gesto sencillo y cordial que no estaba planeado con antelación”, mientras que para el presidente cubano era “algo normal y propio de gente civilizada”. Sin embargo, ello no ha impedido duras críticas de Washington y de la gusanera contrarrevolucionaria cubana, la instalada en Miami y la que actúa en nuestro propio país. Para esa ralea, aunque no sea la primera vez que un presidente norteamericano saluda a otro cubano (en el año 2000 Bill Clinton y Fidel Castro la chocaron “civilizadamente” en la Cumbre del Milenio de Naciones Unidas), esos encuentros “fortalecen al régimen castrista”. Por eso piden con demencia a EE.UU. que no tenga ninguna veleidad con la revolución cubana y prosiga, como lo ha hecho desde hace 52 años, con su propósito de destruirla, para, afirmamos nosotros, utilizando la defensa de “los derechos humanos” como caballo de Troya, imponer el capitalismo en la isla caribeña. Único y verdadero objetivo de toda esa fauna indigna. Pero veamos, ¿de qué capitalismo se trata? ¿De qué “derechos humanos” estamos hablando? ¿Del norteamericano con sus decenas de millones de desheredados sociales y la opulencia insultante e insolente de unos pocos?  ¿Del capitalismo español con su endémico y masivo desempleo, su pobreza, su inherente corrupción y sus ataques virulentos contra la sanidad, cultura y educación públicas? ¿O tal vez hablamos del capitalismo que conoció Cuba antes de la revolución, con sus multinacionales yanquis saqueando las riquezas naturales del país, con su miseria, su mafia, sus garitos y sus burdeles por doquier? ¿Es ese el porvenir de Cuba? Evidentemente que NO. Lo que se impone, y ello desde que Fidel llegó victorioso a la Habana el 1 de enero de 1959, es el necesario respeto por el camino al socialismo que Cuba eligió con las armas en la Sierra Maestra y posteriormente en las urnas, ¡sí, en las urnas!, así como el fin del criminal bloqueo económico y comercial que sufre su heroico pueblo. Lo demás tiene nombre y apellido: injerencia e imperialismo.

José L. Quirante 

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