Llega el día de la clase trabajadora e inicia el mes de las flores, las cruces y del día de la madre. Esta combinación, aparentemente fortuita, en momentos de agravamiento de la crisis sistémica del capital como la que estamos viviendo, se vuelve cargada de sentido; dado el empeoramiento de las condiciones de vida, la inflación, la carestía de los productos básicos y la energía, las mujeres trabajadoras afrontan otra etapa de la eterna crisis, cargando con la cruz del patriarcado, que ahonda los niveles de explotación y opresión mas allá de lo habitual, con poco que celebrar y con niveles de exclusión social nunca vistos.

Afrontamos este Primero de Mayo con datos de paro en marzo de 1.831.428 paradas,  550.000 más que hombres; con una tasa del 15%, frente al 11,7% de la masculina. Y 2,9 millones de mujeres que no trabajan por motivos familiares y/o domésticos, casi 7 veces superior a la de los hombres (430.600). Su tasa de actividad es un 22% inferior a la de los hombres; el 24% de las mujeres están ocupadas a tiempo parcial, frente al 7,3% de la tasa masculina. La diferencia salarial entre hombres y mujeres es del 22,4% y como resultado de la brecha de género en las pensiones, la tasa de riesgo de pobreza y/o exclusión social entre la población mayor es del 16,4%.

Hay 4.231.018 mujeres entre 16 y 64 años -el 28,1% de las que tienen edad laboral-

en riesgo de pobreza y/o exclusión social, siendo el desempleo la principal causa.  Esta vulnerabilidad es mayor en las jóvenes, con cotas más elevadas de exclusión social (33,8%), seguidas de las mayores de 45 años, cuyo riesgo de exclusión alcanza el 27%.

Las desempleadas de larga duración, las mujeres con discapacidad, con responsabilidades familiares no compartidas y/o víctimas de la violencia de género, están especialmente expuestas a la exclusión social y con  grandes dificultades para encontrar un empleo estable. Sin haber llegado a recuperarse de  la “otra crisis”, la pandemia las ha colocado en situaciones críticas, situándolas en la pobreza o al filo de la misma.

La población en riesgo de pobreza es ligeramente mayor en el caso de las mujeres (21,7%), en comparación con los hombres (20,2%), pero si se analiza la tasa por edades, es a partir de los 65 años cuando la brecha de género es más amplia.  Una de cada cinco mujeres mayores (20,6%) está en riesgo de pobreza, frente al 16,7 % de los hombres, según la Encuesta de Condiciones de Vida del año 2020 del INE.

La grave y cruel situación de la violencia de género: es imposible abandonar si las mujeres no tienen independencia económica. Además de que muchas se empobrecen precisamente por ser víctimas de dicha violencia. En este sentido, la brecha de género también se ha profundizado: en aquellos hogares con una mujer como sustentadora principal, la tasa de exclusión duplica a la que registran las familias donde los ingresos, o su mayoría, los aporta un varón. Peores condiciones laborales, trabajos más precarios o peor pagados serían algunas de las causas que explicarían esta feminización de la pobreza.

Mas allá de los  ciclos económicos y las etapas de la crisis estructural del capital que a golpe de violencia,  (la actual guerra es un ejemplo) pretende superar, es evidente que el sistema no es capaz de ofrecer ningún alivio a las durísimas condiciones de trabajo actuales. La sobreexplotación de la fuerza de trabajo derivada de la reforma laboral del Partido Popular,  consolidada ahora por la socialdemocracia de PSOE-UP en el poder (donde decíamos “derogación” queríamos decir “reformilla”), crea incertidumbre e inseguridad generalizada, incluso en los periodos de expansión. Las medidas adoptadas no han logrado mitigar, mucho menos revertir,  una desigualdad ya endémica. En el caso del IMV, tan sólo 336.933 hogares se han beneficiado de los 850.000 previstos.

Afrontamos esta nueva etapa con una profunda huella social,  con ahondamiento de las desigualdades y la exclusión social, donde la pobreza está directamente relacionada con el hecho de ser mujer. Las desigualdades y la discriminación de género que rigen las condiciones del mercado laboral inciden directamente en los elementos que pueden provocar situación de pobreza o de exclusión, sumados múltiples factores de discriminación transversal como el origen, la etnia, la discapacidad, la edad, etc. El círculo de la pobreza impide en muchos casos el acceso a recursos y servicios. Algo aparentemente insignificantes como acudir a una entrevista de trabajo,  con el coste que conlleva, se convierten en misión imposible para muchas mujeres que luchan cotidianamente para sostener necesidades básicas como la vivienda o la alimentación, con las tareas de cuidados complicadas por  tener que encajar presupuestos familiares cada vez más escasos, con el estrés que esto conlleva, y las feministas burguesas, incluidas las del gobierno, enfrascadas en debates absurdos de identidades “auténticas” y abandonando a su suerte a las mujeres trabajadoras, que día a día sacan adelante este sociedad contra viento y marea.

Tatiana Delgado Plasencia

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