En la Introducción de Engels a la edición de 1895 señaló que fue el primer ensayo de Marx para explicar un fragmento de historia contemporánea mediante su concepción materialista, partiendo de la situación económica existente.

La crisis del comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de Febrero y Marzo, y que la prosperidad industrial, que había vuelto a producirse paulatinamente desde mediados de 1848 y que en 1849 y 1850 llegaba a su pleno apogeo, fue la fuerza animadora que dio nuevos bríos a la reacción europea otra vez fortalecida.

En esta obra se proclama por primera vez la fórmula en que unánimemente los partidos obreros de todos los países del mundo condensan su demanda de un transformación económica: la apropiación de los medios de producción por la sociedad.

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La emancipación del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la abolición de la producción burguesa y de su orden. El crédito público y el crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la intensidad de una revolución. En la misma medida en que aquellos bajan, suben el calor y la fuerza creadora de la revolución.

El gobierno provisional quería despojar a la república de su apariencia antiburguesa. Por eso, lo primero que tenía que hacer era asegurar el valor de cambio de esta nueva forma de gobierno, su cotización en bolsa. Con el tipo de cotización de la república en la bolsa, volvió a elevarse, necesariamente, el crédito privado. Y nadie se mostraba más fanático contra las supuestas maquinaciones de los comunistas que el pequeño burgués, que estaba al borde de la bancarrota y sin esperanza de salvación.

Hasta el más mínimo mejoramiento de la situación del proletariado es, dentro de la república burguesa, una utopía; y una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad.

Al convertir su fosa en cuna de la república burguesa, el proletariado obligaba a ésta, al mismo tiempo, a manifestarse en su forma pura, como el Estado cuyo fin confesado es eternizar la dominación del capital y la esclavitud del trabajo

¿Qué condiciona la entrega del patrimonio del Estado a la alta finanza? El crecimiento incesante de la deuda del Estado. ¿Y este crecimiento? El constante exceso de los gastos del Estado sobre sus ingresos, desproporción que es a la par causa y efecto de los empréstitos públicos. Para sustraerse a este crecimiento de su deuda, el Estado tiene que hacer una de dos cosas. Una de ellas es limitar sus gastos, es decir, simplificar el organismo de gobierno, acortarlo, gobernar lo menos posible en los asuntos de la sociedad burguesa. Y este camino era imposible para el partido del orden, cuyos medios de represión, cuyas injerencias oficiales por razón de Estado y cuya omnipresencia a través de los organismos del Estado tenía que aumentar necesariamente a medida que su dominación y las condiciones de vida de su clase se veían amenazadas por más partes. No se puede reducir la gendarmería a medida que se multiplican los ataques contra las personas y contra la propiedad.

El otro camino que tiene el Estado es el de procurar eludir sus deudas y establecer por el momento, en el presupuesto, un equilibrio aunque sea pasajero echando impuestos extraordinarios sobre las espaldas de las clases más ricas. Para sustraer la riqueza nacional a  la explotación de la bolsa, ¿tenía que sacrificar el partido del orden su propia riqueza en el altar de la patria? ¡No era tan tonto!

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