Los seis compañeros que perdimos el  28 de Octubre en el Pozo Emilio del Valle estaban entre aquellos a los que debemos ese ejemplo de unidad obrera, de orgullo de clase y de coraje que es la lucha del proletariado de las cuencas  mineras.

Desde Unidad y Lucha hemos exigido la investigación inmediata de los hechos y las responsabilidades, pero mientras aguardamos los resultados de esa investigación leemos en el periódico  que la directiva había llevado a cabo recortes en materia de seguridad. Declararon compañeros y familiares que unas horas antes del accidente varios mineros se negaron a entrar en la mina, que hubo por la noche quienes pidieron la baja porque tenían miedo, que muchos sospechaban desde el viernes que en la bóveda superior había gas pero a las siete de la mañana del lunes  se hizo entrar a trabajar al turno de mañana.

Los  llamados "accidentes laborales" se cobran cerca de 1000 vidas obreras cada año. En 2012 se alardeó de un "espectacular descenso" de las cifras de siniestralidad, pero pronto se puso en claro (dicho nada menos que por la Fiscalía en 2012) que el descenso era debido sencillamente a que trabajaba menos gente. Las muertes derivadas de no trabajar, los fallecimientos por hambre, falta de atención médica o suicidios (no son suicidios: son asesinatos) por desahucio y desesperación entre parados y paradas de larga duración no entran en el cómputo de muertes por causa laboral. Y aún así y todo, 102 trabajadores fallecieron en accidente laboral en los dos primeros meses del año 2013, diez más que en igual periodo de 2012, según el Ministerio de Empleo y Seguridad Social.

La temporalidad, la precariedad, las sanciones y castigos por llegar tarde (causa principal de las muertes laborales "in itínere"), las jornadas de trabajo interminables y el agotamiento, las subcontratas de las subcontratas, la falta de experiencia consecuencia de los contratos basura, del cambio continuo de lugar de trabajo, tarea y sector, el ahorro criminal en  seguridad, las enfermedades profesionales y el propio cáncer por exposición a sustancias peligrosas, el despido gratis, las prisas, el acoso, la "disponibilidad permanente", la presión, el estrés laboral, la esclavitud, en suma, son la causa directa o indirecta de las muertes en el trabajo como daño colateral  de la acumulación capitalista.

"El fenómeno “karoshi” –muerte por exceso de trabajo– ya no es exclusivo de Japón", publicaban varios medios el pasado agosto, cuando un joven de 21 años moría en su apartamento después de estar trabajando hasta las seis de la madrugada en los tres días anteriores. Había sido contratado a principios de verano para trabajar durante siete semanas y sometido a una gran presión para conseguir los objetivos fijados por sus superiores.

La noticia coincidió en el tiempo  con unas  declaraciones del presidente de la patronal, Juan Rosell, afirmando que   "los contratos deben ser flexibles, si tenemos que contratar por días, horas, meses o años, fantástico. Estamos en un mundo absolutamente flexible."

Más allá de  de rituales hipócritas como "el día mundial de la seguridad y la salud en el trabajo", el "consenso  para luchar contra la siniestralidad”, un compromiso ineludible, en el que “empresarios y trabajadores debemos permanecer unidos”,  ese compromiso con el enemigo de clase nos cuesta a la clase obrera  un  sacrificio de tres vidas diarias en aras del máximo beneficio.

La patronal es un auténtico asesino en serie que nunca sale en la página roja de la prensa capitalista.

Sus grandes fortunas están amasadas con nuestra sangre. No hay más elección, sus ganancias o nuestras vidas.

Marina Quintillán

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