Ni el feminismo ni las políticas gubernamentales en busca de la equidad de género, escudan hoy a la mujer ante una cotidianidad que las coloca frente al fogón, la educación de los hijos y los cuidados.
Levantarse temprano, preparar el desayuno, supervisar la educación a distancia, sentarse frente a la computadora, intentar trabajar, salir a comprar alimentos, cocinar, fregar, lavar, limpiar, quizás sea el orden del día de muchas de las mujeres en situación de pandemia.
El nuevo coronavirus, SARS-CoV-2, con su propagación en este 2020, impuso como métodos de prevención estrictas medidas sanitarias, el distanciamiento social, las cuarentenas, a la vez que obligó a las economías a profundizar, o incorporar, de manera repentina, el teletrabajo.
Cuba dictó medidas laborales, salariales y de seguridad social, con el fin de que nadie quedara desamparado frente a la Covid-19, y entre las disposiciones destaca el fomento del trabajo a distancia.
El teletrabajo es centro de las políticas en la isla desde la crisis en la disponibilidad de combustibles vivida en septiembre del año pasado, aunque su aplicación está refrendada en el Código de Trabajo y el Decreto-Ley Número 370 sobre la informatización de la sociedad.
Según el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), en el mes de enero cinco mil cubanos optaron por esta modalidad; en marzo había 260 mil y, en junio, 624 mil, pero en septiembre solo se contaba con 334 mil (el 11 % de los trabajadores del sector estatal).
Esta indagación no conoció cuántos teletrabajadores son mujeres, pero existe la referencia de que, de las 3,4 millones en edad laboral, el 53 por ciento son activas: 1,4 millones (en el sector estatal) y 384 mil (en el no estatal), indica el Anuario Estadístico de Cuba 2019.
La titular del MTSS, Marta Elena Feitó, reconoce al teletrabajo como la vía más segura para mantener la actividad durante el confinamiento, siempre que sea justificado, existan las condiciones (dispositivos tecnológicos y conectividad), haya definido un contenido laboral, los resultados sean medibles, y se pueda controlar.
Toda una producción científica y publicaciones en distintos medios hablan de las ventajas de esta modalidad: mayor libertad en el uso del tiempo, ahorro de recursos, la oportunidad de diseñar el propio entorno de trabajo, y una armonía entre la vida personal, familiar y laboral.
Sin embargo, voces autorizadas asumen al teletrabajo como fuente de desbalance entre el horario de trabajo y la vida personal, en tanto revela la crisis de cuidados y de quehaceres domésticos, ambos desvalorizados, no remunerados y muy feminizados.
Trabajo no remunerado viste de mujer
Ya la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG), aplicada en Cuba en 2016, las señalaba como las protagonistas del trabajo doméstico, en tanto los hombres asumían las reparaciones caseras y sacar la basura.
La Encuesta precisa que las mujeres dedican 14 horas más al trabajo no remunerado que los hombres, y coloca a la sobrecarga doméstica como el cuarto problema de mayor impacto en la vida de los ciudadanos; el tema dista de ser exclusivo de Cuba.
Según publicó la Organización de Naciones Unidas, cada día las mujeres dedican 2,5 horas más que los hombres al trabajo doméstico y los cuidados, y la pandemia ejerce presiones adicionales sobre estas, a menudo con impactos negativos en su bienestar.
Karina Batthyány, secretaria ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, apunta que si se analiza el tiempo destinado al trabajo no remunerado en América Latina y el Caribe, las mujeres asumen el 73 por ciento y los hombres el 27 restante; en tanto, en Suecia, la contribución de estos es del 44 por ciento, en Estados Unidos del 38 y en China del 39 por ciento.
En el texto la pandemia evidencia y potencia la crisis de los cuidados. Batthyány explica la creencia de que la incorporación de las mujeres al trabajo productivo redistribuiría la carga doméstica por sí sola, cuando en realidad se tradujo en una doble jornada laboral para estas.
Hasta el momento no es público un estudio sobre cómo las tareas domésticas afectan el desempeño de quienes realizan el teletrabajo en Cuba, en especial las del sexo femenino, pero las experiencias en el mundo registran una sobrecarga de funciones.
Para este reporte fueron entrevistadas cubanas de diferentes edades que recurrieron al teletrabajo durante estos meses de enfrentamiento a la Covid-19, y se identificó que la aceptación o rechazo al mismo está en dependencia de las demandas de cuidados y tareas al interior al hogar.
Las jóvenes sin hijos, o las de edad madura (con estos independizados), aplaudieron el teletrabajo; en tanto, las que tienen menores o personas dependientes a su cuidado, presentaron más dificultades a la hora de encontrar un balance y cumplir con el trabajo.
Una encuesta realizada a 10 mil españolas indica que el 86 por ciento de las madres se siente apática o triste, y que, por las exigencias del teletrabajo, tareas domésticas, cuidado y educación de los hijos, siete de cada 10 está mucho más cansada que antes del confinamiento.
El Instituto de Estudios Superiores de la Empresa de España revela que, debido a la mayor dedicación a los cuidados, las mujeres que trabajaron en remoto durante la pandemia tuvieron un 20 por ciento más de fatiga mental y un 16 por ciento más de estrés que los hombres, porcentajes que suben al 33 y al 18 por ciento, respectivamente, en las madres solteras.
Según reportes de prensa, ello repercutió en que, desde el inicio del confinamiento, y con él, el teletrabajo, se disparó en la nación ibérica el uso de los medicamentos para controlar la ansiedad y dormir, y algunas mujeres se han visto obligadas a renunciar a sus empleos.
Como si fuera poco, los resultados preliminares de un estudio de la Universidad de Valencia informan que, además de las tareas descritas, las mujeres facilitan el teletrabajo de sus parejas, y son obligadas a cumplir su rol profesional en la madrugada.
Más allá de las estadísticas, la situación muestra una clara realidad: un desbalance en la productividad de ambos sexos, al punto que editores de algunas revistas científicas llegaron a advertir que los envíos de estudios por parte de investigadoras durante la pandemia se desplomaron, mientras que los de hombres aumentan.
Otra arista derivada del tema mujer-confinamiento alerta sobre el aumento de la violencia de género, al estar las víctimas encerradas con sus maltratadores, y se tiene como señal de alarma la cifra récord de feminicidios registrada en varios países en los últimos meses.
Analistas internacionales advierten el posible incremento de la ciberviolencia contra mujeres y niñas. En este sentido, el Fondo de Población de las Naciones Unidas considera que la Covid-19 puede reducir a un tercio los avances en la meta de acabar con la violencia de género para el 2030.
Los efectos de la emergencia sanitaria amenazan con reforzar las brechas y estereotipos sexistas que hace décadas se vienen denunciando, a la vez que una mayor carga de cuidados en las niñas y adolescentes contribuye a perpetuar los tradicionales roles de género.
Al decir de la Organización Internacional del Trabajo, la generada por la Covid-19 es quizás la peor crisis de empleo vivida desde la Segunda Guerra Mundial, contexto en el cual el teletrabajo emergió de forma rápida e imprevista, al punto de que aún hoy son objeto de debate las legislaciones relacionadas con la promoción y regulación del mismo.
Las fuentes consultadas entienden que asumir esta modalidad requiere de equipamiento, conectividad, organización, competencias, pero también de una corresponsabilidad en las tareas del hogar que escape a los patrones de la reproducción sexual del trabajo.
Un teletrabajo sesgado por las perspectivas de lo masculino y lo femenino, de lo que debe hacer uno y otro sexo, serviría como garantía de empleo y salario, de no tener horarios ni tiempo, y, entre tanta PC y cocina, las mujeres siempre estarían, como en el filme de Pedro Almodóvar, al borde de un ataque de nervios.
Claudia González Corrales
*Periodista de la Redacción Nacional de Prensa Latina.
Publicado en prensalatina