Imagen: Bilderandi
Las cifras de vehículos que circulan por el estado español son enormes. Sobre una población de unos 46 millones de habitantes tenemos un parque móvil de casi 35 millones de vehículos. Los datos de 2019 que ofrece la DGT son de vehículos registrados con el pago del seguro al día. Concretamente cuentan 34,5 millones de los que la mayoría son turismos (24,5 millones), seguidos de camiones (2,5 millones), furgonetas (también 2,5 millones), motocicletas, autobuses y tractores. Estas son cifras de vehículos de carretera. Falta añadir toda clase de embarcaciones a motor, así como aviones, avionetas y helicópteros. Nos sale a casi un vehículo por habitante y cuando decimos uno por habitante no hay que olvidar que se incluyen niñas y niños, ancianas y ancianos, personas que no conducen por problemas físicos o psicológicos, personas en prisión, personas que por su situación económica no pueden permitirse coche ni moto, personas que por decisión militante no usan vehículos a motor para desplazarse, personas hospitalizadas, etc.
En un contexto con clara tendencia a reducir el transporte público incluso en las grandes urbes cabe plantearse si es razonable mantener un parque móvil de semejantes dimensiones con el coste personal y social que conlleva. En lo personal porque detrae una buena parte del salario en la compra, mantenimiento y consumo de combustibles fósiles, en lo social porque desvía recursos colectivos a asuntos personales y contribuye brutalmente al deterioro del medioambiente. Veamos a grandes rasgos, la balanza de costes y beneficios de tener un vehículo por habitante.
En cuanto a los costes tenemos que tener en cuenta todo el proceso de fabricación de un automóvil. No entran piezas por una puerta y salen coches terminados por la otra sin más. Hay una cadena de producción previa al ensamblado que tiene dimensiones globales gigantescas. Desde la extracción y moldeado de metales (los principales productores de acero son China, India y Japón), pasando por el procesamiento de plásticos (en maquilas de México) y acabando en las plantas de ensamblado (Ford en Valencia, Nissan en Barcelona, etc.) tenemos un proceso que abarca puntos muy distantes en una maraña de empresas interdependientes que mueven materias primas, piezas y vehículos terminados por toda esta geografía física y empresarial. No es el objetivo de este articulo hacer un escandallo de la fabricación de un coche tipo pero sí queremos hacer notar que el coste no se limita al espacio físico de una fábrica o un polígono industrial. El daño a la clase obrera, al medioambiente y el despilfarro vienen de más atrás. Desde canteras, minas, fábricas tercermundistas, explotación infantil, transporte internacional innecesario… el daño es terrible y en muchos casos permanente.
A todo esto hay que añadir el coste humano en accidentes tanto en la fabricación como en la carretera. Los datos de la DGT en el estado español son claros, más de 1.000 muertes al año, algunos años cerca de 2.000 y unos 10.000 heridos graves que requieren hospitalización, muchos de ellos con secuelas para toda la vida. Estas cifras dramáticas conllevan un coste humano social y económico. No se puede valorar la pérdida de la vida y la ausencia de personas queridas. En términos económicos sí podemos ver los elevados costes de los cortes de tráfico, la retirada de vehículos afectados, la movilización de efectivos sanitarios, bomberos, policía, hospitales o el coste de tratamiento y recuperación de supervivientes muchos de los cuales arrastran secuelas incurables.
También hay que añadir el coste de la contaminación e intoxicación por CO2 y otros gases. Las boinas de humos que cubren las ciudades son debidas casi en su totalidad por las emisiones de los tubos de escape de los vehículos, la actividad industrial cercana y, en menor medida, los sistemas de calefacción. A la vez que contribuyen al efecto invernadero y al calentamiento global también inciden directamente en la salud y esperanza de vida de las poblaciones afectadas. Hay estudios que señalan que es la cuarta causa de mortalidad a nivel mundial y causa directa de más de 38.000 muertes anuales en el estado español y más de 400.000 en toda la UE, según la Agencia Europea de Medio Ambiente, organismo de la Unión Europea, nada sospechosa de ambientalista, conservacionista y, menos aún, marxista. Someterse a respirar ambientes tan contaminados supone un incremento de las enfermedades respiratorias agudas, como la neumonía, y crónicas, como el cáncer del pulmón y las enfermedades cardiovasculares, entre muchas otras. Según la Organización Mundial de la Salud “los niños, los ancianos y las familias de pocos ingresos y con un acceso limitado a la asistencia médica son más susceptibles a los efectos nocivos de dicho fenómeno”. Una vez más la clase trabajadora, más vulnerable y con menos recursos, es la que paga el pato con una mayor exposición a tóxicos por motivos laborales, largas listas de espera para la realización de pruebas diagnósticas y cirugía así como la reducción de tratamientos y medicamentos incluidos en la Seguridad Social. Solo mencionando la cantidad de tratamientos de cáncer, operaciones, tiempo para rehabilitaciones y asistencia a pacientes con secuelas irreversibles ya podemos hacernos una idea de que el montante total es muy elevado. Según la ong EPHA (European Public Health Alliance), muy vinculada a la UE, supone un coste anual de 3.000 millones de euros a nuestra Seguridad Social.
Ahora tenemos que preguntarnos cuales son las bondades de semejante sistema de desplazamiento. Tienes la libertad de moverte por donde quieras e ir a donde te apetezca. Es más cómodo ir a trabajar con tu propio coche. Es imprescindible para llevar a los padres y madres al médico porque están mayores para ir andando. Puedes ir a comprar al centro comercial con toda comodidad. Puedes llevar a tus hijos e hijas a las actividades extraescolares. Y muchas otras situaciones de la vida cotidiana que quedan resueltas al tener un coche particular.
Si hacemos una media de coste de adquisición de unos 15.000 euros de los 24,5 millones de turismos que hay nos sale un total que supera los 360.000 millones de euros, cifra equivalente a un tercio del PIB del año pasado del estado español. Con semejante suma de dinero se pueden desarrollar unos transportes públicos nunca vistos en calidad, cantidad y atención de las muy variadas necesidades de la población. Se aumentaría exponencialmente la movilidad sin depender de un vehículo propio de motor de combustión, habría autobuses y trenes directos para acceder a todos los polígonos industriales y poblaciones, habría ambulancias-taxi gratuitas para llevar y traer a las personas mayores a los hospitales y centros de especialidades (si además se mejora la atención sanitaria a domicilio se reducen los viajes al hospital), habría un sistema de transporte de mercancías de alimentación y menaje a domicilio sin coste para el comprador (si además se fomenta la producción y consumo de proximidad se reduciría el volumen de transporte), habría transporte local de cercanía para cubrir desplazamientos para actividades formativas, deportivas y de ocio.
Si usáramos criterios colectivos a la hora de organizar nuestras vidas, si rompiéramos con el individualismo rampante que nos envuelve en nuestros quehaceres, veríamos que es mucho más rentable dejar el coche a un lado, coger los ingentes recursos que nos ahorraríamos e invertirlos en cosas públicas como transportes colectivos para ir al cole, al trabajo, al médico; añadir criterios de cercanía geográfica a la organización del trabajo, de los estudios y del deporte; terminar con la cultura del centro comercial parando el consumismo y educando en un consumo responsable y de proximidad; y muchas más propuestas que quedan en el tintero y que desarrollaremos en otro momento.
Si estás de acuerdo con esta forma de organizar la sociedad puede que signifique que sin saberlo estás asumiendo valores sociales por encima de valores empresariales. Puede que sin saberlo estés desarrollando un pensamiento socialista en el que el estado posee fábricas, bancos, grandes superficies, redes de distribución… y que en base a las necesidades de la sociedad organiza la producción y distribución de bienes y servicios.
Si estás de acuerdo en que el crecimiento económico no puede ser infinito y que el daño al medio ambiente es irreversible puede que estés de acuerdo con el planteamiento que atraviesa transversalmente todo este texto: la austeridad. Pero una austeridad que recorte lo supérfluo, que reduzca el consumo individual, que distinga entre lo esencial y lo innecesario. Se trata de reducir la producción de bienes de consumo y adaptarla a las necesidades sociales. Que potencie el beneficio social invirtiendo en sanidad, educación, vivienda, seguridad en el trabajo, protección a la infancia, a las mujeres maltratadas, al medio ambiente y a un sinfín de elementos que benefician a la mayoría social. Para ello hace falta un cambio de sistema porque es imposible que el capitalismo acepte una austeridad que recorte sus beneficios. Desde este punto de vista la austeridad ataca y golpea ideológicamente el corazón y la mente del mercado capitalista. En esta línea van las propuestas básicas de este artículo que chocan directamente con los mantras radicalmente falsos de que el aumento del consumo es igual al aumento del bienestar, de que el mercado se autorregula mediante la competencia, de que si los individuos persiguen el lucro personal aumenta la riqueza y toda una serie de idioteces que ocultan la verdad descarnada: las personas no importan, solo importan los beneficios.
Pongamos en el centro de la organización de la sociedad no al individuo sino al colectivo. Demos valor al conjunto de la sociedad teniendo en cuenta las necesidades de todos sus componentes encontrando el equilibrio con el respeto absoluto al medio ambiente. Busquemos fórmulas que nos permitan cubrir todas las necesidades a la vez que protegemos radicalmente nuestro entorno. Es un drama el analfabetismo funcional resultante del sistema educativo, la explotación laboral, los desahucios, la falta de asistencia sanitaria, el maltrato a las mujeres, las muertes en carretera y en el tajo, los suicidios y toda una ristra de males propios del capitalismo. Pero peor será todo eso sumado a un mundo convertido en un erial por no haber tenido un mínimo de criterio racional para atajar la destrucción acelerada de flora, fauna y ambiente. Para despedirme finalizaré con la reformulación de un lema clásico de la izquierda más comprometida con cambiar el mundo.
¡Socialismo y austeridad o barbarie!
Aitor Manero
Este texto es fruto del trabajo colectivo en el área de formación de la célula Kollontai (València).