Crítica «cinematográfica» sobre una película que aún no se filma

Quizá nos sorprendan con algún hallazgo tecnológico o algún efecto 3D. Por lo demás será más de los mismo. Imagen: Collage de algunas películas taquilleras de la industria del cine. Foto: Internet

Todo es predecible. Pronto (antes de lo que uno imagine) aparecerá en las pantallas de las salas cinematográficas (cada día más convertidas en tele-salas caseras) o en sus variantes de exhibición «bajo demanda», el show de la pandemia en manos de la ideología dominante. No es difícil adelantarse a las productoras fílmicas.

Protagonizado por alguno de los «galanes» más taquilleros y alguna de las mujeres más objetualizadas por el mercado de la imagen audiovisual (en ese orden), veremos el drama desgarrador de una «historia de amor» atravesada por nociones científicas de moda y la «fatalidad» de una guerra inter-imperial entre chinos, rusos y yanquis, por el control de una vacuna milagrosa y planetaria, donde «el bien y el mal» se disputan el mercado farmacéutico trasnacional. Tendrá condimentos fuertes de horror.

Habrá escenas de alcoba y desnudez al límite, tensión dramática, violencia con sangre e insultos, diálogos perversos, miradas cándidas, vestuarios de lujo y contrastes de clase. Habrá persecuciones en automóviles en las avenidas más imposibles de las capitales mundiales más saturadas. Efectos especiales a granel, impactos sonoros, música planeada para manipular emociones y gran derroche de recursos con procedencia ignota: limusinas, aviones, yates, motocicletas y mansiones infectadas de lujuria burguesa.

Es de esperarse que la pandemia sea usada, como todo lo que el capitalismo es capaz de manosear, a su impúdico e impune antojo sempiterno.

Es de esperarse que la COVID-19 termine siendo inoculada ideológicamente y que, para culpar y exculpar aberraciones de toda especie, aparezca en las pantallas como un género nuevo de maldad que amenaza a «la vida feliz burguesa» agazapada ya en algunos proyectos de «nueva normalidad».

Y, desde luego, los mercachifles de la industria cinematográfica ya deben estar adelantando propuestas para comerciar con el número de contagios, muertes y devastaciones sufridas por causa del virus y el sistema económico que hizo letal. Unos pensarán en largometrajes de acción y otros ya estarán diseñando series de 5, o más, temporadas, o quizá en algunos reality shows, obras de teatro, novelas, cuentos y stand up. Nadie querrá quedarse fuera de un negocio que ayude a sublimar, con tramas cursis, el drama crudo de un sistema económico putrefacto que ha exhibido sus entrañas inhumanas.

No han tenido pudor para usar los muertos de Hiroshima y Nagasaki, los campos de exterminio financiados por los nazis, los golpes de estado y el asesinato de líderes y de movimientos sociales… no hay límite para la voracidad de los dueños del espectáculo y sus patrocinadores.Y no hay sanción imaginable contra el abuso desaforado que somete las desgracias humanas al negocio de unos cuantos empresarios de la farándula.

La obscenidad no está solo en el oportunismo (predecible), no está solo en el hecho de comerciar con las tragedias humanas, tampoco está solo en la desfachatez de acusar, en los «otros», los defectos propios, ni en buscar, compulsivamente, a quién echarle la culpa de las canalladas vernáculas. La barbarie se expresa, con toda su amplitud, en el empeño desmesurado por inundar las cabezas de los pueblos con ideología chatarra basada en anestesiar conciencias con sobredosis de entretenimiento burgués. Y hacer de eso un negocio.

La obscenidad es despilfarrar dinero para fabricar historias cuyo «glamour» de mercado tiene por objeto aniquilar la crítica y suplantarla con solidaridad de clase. Empatías con el verdugo para mejorar sus ganancias. Muy mal. Pero con todo y lo obsceno, no se trata solo de un problema moral. Se trata de una guerra semiótica, se trata del despojo y de la usurpación simbólica orquestada por los latifundistas de los mass media contra una población mundial ensimismada en sus miedos y en las fragilidades que se nos han multiplicado a raíz de la pandemia declarada sin consulta.

Toda esa parafernalia mediática, amasada por los monopolios de la información y las mafias de las farmacéuticas, militares y bancarias… tendrá, tarde o temprano, expresión en una y varias películas o series cargadas con el recetario nauseabundo del éxito mediático burgués. Repetirán su cursilería melosa, sus remanidos gestos de dolor, alegría y éxtasis; sus trabucadas frases, de corte sicótico y supremacista, con ambición de slogan. Harán lo imposible por comprimir una pandemia de magnitudes inmensas en una cápsula ideológica «pay per view».

Todo eso ya lo sabemos, todo eso es predecible y adivinable. Quizá nos sorprendan con algún hallazgo tecnológico o algún efecto 3D. Por lo demás será más de los mismo. Ya lo sabemos antes de que lo filmen. El gran desafío radica en estar, nosotros, preparados para dar la batalla semiótica. Estar alertas y en guardia intelectual y creativa, con el pensamiento crítico afilado y las precauciones indispensables para no quedar contaminados por una ideología tóxica y paralizante, como es la ideología de clase dominante. Otra pandemia para la cual aún no contamos con vacunas suficientes y al alcance de las luchas sociales. Preparémonos.

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Publicado en Granma.cu el 10 de agosto de 2020

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