Desde la adhesión de Estonia, Letonia y Lituania en 2004 al Tratado del Atlántico Norte, la OTAN mantiene una fuerza aérea de unos doce cazas cuya presencia va rotando entre los diferentes Estados miembros de la organización, la llamada Policía Aérea del Báltico, cuyo objetivo es proveer de patrullas aéreas a estos países que no tienen capacidad de comprar y mantener naves propias. El Reino de España participa anualmente desde 2014 realizando un nuevo relevo de cuatro meses este año junto a Francia y Reino Unido, cuyas fuerzas liderará.

Se une a esta presencia militar las operaciones anuales BALTOPS (Baltic Operations), donde se realizan maniobras para la acción integrada del ejército (uso simultáneo de fuerzas de tierra, mar y aire), y Open Spirit, donde se entrena para la búsqueda y desactivación de minas marinas aprovechando los restos de la Segunda Guerra Mundial.

El interés de realizar todas estas acciones militares en la zona del mar Báltico no es de extrañar ya que la zona es uno de los auténticos puntos calientes del mundo. Con un vistazo rápido a un mapa podemos observar la presencia del óblast de Kaliningrado, un enclave  separado del resto de Rusia por países de la UE y la OTAN. Debido al tamaño del mar Báltico, no existen aguas internacionales ni espacio aéreo neutral así que la mayoría del transporte de mercancías se hace por vía aérea, informando necesariamente a los países de la alianza, o terrestre a través de la línea férrea que conecta con Bielorrusia, pasando por Lituania.

No solo existe la tensión que provoca la propia presencia militar sino también la alta probabilidad de que los inevitables accidentes provoquen una guerra. Hubo incidentes graves en los que se vieron envueltas aeronaves españolas como el disparo accidental de un misil AMRAAM en 2018 que podría haber impactado en suelo ruso y el acoso que realizaron en 2019 al avión que transportaba al ministro de defensa ruso de Kaliningrado a Moscú. Tampoco podemos perder de vista que Rusia sobrevuela el territorio ajeno sin plan de vuelo ni sistema IFF activado.

No podemos olvidar tampoco que, tras la disolución de la URSS, la OTAN comenzó el cortejo de Rusia con la esperanza de que este país se convirtiera en un títere exportador de materias primas por lo que llegó a participar en BALTOPS en diecinueve ocasiones hasta que quedó patente que los intereses propios de la oligarquía rusa en Georgia, Ucrania y Siria eran incompatibles con los americanos.

Así confrontan los intereses de unos que quieren reconectar su territorio y realizar el transporte de mercancías (militares y civiles) sin identificarse frente a terceros mientras otros quieren avanzar en su presencia militar y control económico mundial. Además la OTAN necesita entrenarse para retomar la zona teniendo tropas con conocimiento previo de la misma ya que una confrontación total entre ambos bloques vería un rápido avance ruso en el Báltico en la etapa inicial. También entran en juego en esta zona las diferencias dentro de la alianza atlántica entre países de la UE, interesados en aumentar la colaboración económica con Rusia, y EEUU por la dependencia del gas natural ruso y la existencia del gasoducto submarino Nord Stream contrario a los intereses económicos norteamericanos que desean que la UE pase a depender del gas de lutita que produce.

En definitiva, se da en el Báltico una situación volátil donde la clase obrera y los sectores populares pueden verse arrastrados a una guerra por los intereses económicos de las oligarquías extranjeras que manejan los hilos de los representantes políticos capitalistas. La única solución es la retirada de las tropas de esta zona y tantas otras y la salida de la alianza imperialista a la que el Estado español subordina su propia existencia.

Aedo

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