Las tareas de cuidado, aunque se ejercen también como una profesión o un oficio, son hechas mayoritariamente por mujeres dentro de sus propias casas. En el actual contexto por el que atraviesa el mundo, ante la permanencia y avance de la COVID-19, su aporte se hace aún más valioso, y con ello la importancia también de compartir las responsabilidades.

Mujeres y hombres son educados, desde el nacimiento, en una sociedad donde las diferencias biológicas han sido sustentadas sobre la base de la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres, imponiendo como evidente y natural el orden social masculino.

Lo natural aparece como sinónimo de lo establecido. Las diferencias sexuales son una base sobre la que se asienta una determinada división sexual del trabajo y, por tanto, cierta distribución de papeles sociales aparentemente inmutables,  pero muy lejos de ser “naturales”.

Los trabajos de cuidados se enmarcan en “tiempo de mujeres”, de tareas invisibles, pero que reclaman sabiduría, paciencia, amor y energías. Tiempo que incorpora aspectos mucho más intangibles, representados por la subjetividad y materializados en la experiencia vivida.

Adoptar por tanto una perspectiva feminista anticapitalista en la que se reconozca a la mujer trabajadora como piedra fundamental de la sociedad, constituye una urgencia social.

En este sentido, un ensayo publicado en Vice enfatiza en el riesgo al que se exponen las mujeres ante el pico de contagio por COVID-19, así como al valor de sus trabajos, aún situados en el grupo de los más precarizados, como formas de extensión del cuidado.

En el volumen, la feminista marxista italiana Silvia Federici, resalta la negativa del orden económico capitalista y machista de asignar un salario a las labores domésticas. A su juicio,  este hecho sustenta la maquinaria del capital encima del trabajo gratuito, pues el garantiza la reproducción social que permite que la fuerza de trabajo exista y trabaje en el mercado y, por otro lado, nos convenció (a las mujeres) de que esa labor es expresión de amor y contribuye a  sentirnos como “mujeres de verdad”.

La escritora y profesora también reflexiona sobre las implicaciones del trabajo de cuidados para las mujeres en medio de la actual crisis de salud mundial. Desde su perspectiva, ellas son doblemente perjudicadas: primeramente porque están más expuestas a contraer el virus durante el pico de contagio, pues entran en contacto con más personas y cuidan de los enfermos —tanto fuera como dentro de los hospitales—, y segundo porque sus trabajos, cuando hacen parte de la fuerza de trabajo, pertenecen al grupo de los más precarios.

Para la experta el virus no escoge su hospedero, pero el sistema económico sí escoge las víctimas. Según un informe de 2019 de la OMS y la OIT, las mujeres son el 67% de la fuerza de trabajo del sector salud en las Américas. Sin embargo, el 54% de los médicos, dentistas y farmacéuticos son hombres, mientras que el 86% del personal de enfermería y parteras son mujeres. Las enfermeras son las que más contacto tienen con los pacientes, en general, pues son quienes hacen el trabajo de cuidado que se refiere a dar baños, comida, suministrar medicamentos, cambiar ropas, etc.

Al respecto el texto reconoce que la reacción a la revelación de que las trabajadoras del cuidado son quienes soportan la maquinaria del entramado social ha sido el agradecimiento. Sin embargo, el volumen subraya la importancia y exhorta a ir más allá del reconocimiento simbólico, y sumar una inyección de actos de cariño, cordialidad y corresponsabilidad.

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