Aquel 29 de abril de 1975 el desconcierto era total en la ciudad vietnamita de Saigón. Los tanques del Ejército de Vietnam del Norte y del Vietcong atacaban en profundidad aplastando toda resistencia enemiga. Los marines yanquis corrían como conejos despavoridos por las azoteas de los edificios intentando coger un helicóptero donde poder huir. Al día siguiente los guerrilleros ocuparon el Estado Mayor, el Directorio General de la Policía, el aeródromo de Tan Son Nhut y el Palacio de la Independencia. Los comunistas subieron corriendo las escaleras del Palacio con sus banderas. Llegaron  al  despacho presidencial y allí, al presidente títere de los norteamericanos, el general Duong Van Minh, le exigieron a punta de kalachnikov la rendición incondicional. La victoria vietnamita era grandiosa. Espectacular. La derrota del imperialismo yanqui, insólita. Aplastante. Uno de los grandes artífices de esos extraordinarios acontecimientos fue el general Vo Nguyen Giap, “el Napoleón Rojo”, como le apodaron en 1954 los colonialistas franceses tras morder el polvo en Diên Biên Phú. Pues bien, el legendario revolucionario falleció el pasado 4 de octubre en un hospital de Hanói, al norte de Vietnam. Acababa de cumplir 102 años.

Giap, hijo de humildes campesinos, se lo debe todo al socialismo, o mejor dicho, al combate por construirlo. Su vida está indisolublemente unida a la lucha por la liberación nacional, a la historia de la formación, crecimiento y desarrollo del Ejército Popular y a la construcción de la nueva sociedad vietnamita tras la debacle imperialista. Desde los 15 años de edad Giap militó en organizaciones estudiantiles clandestinas y, en 1933, a los 22 años, ingresó en el Partido Comunista de Indochina, que más tarde se fraccionaría en tres: el camboyano, el laosiano y el vietnamita. Su oposición organizada y activa al férreo colonialismo francés le costó el exilio a China en 1939, donde conoció a Hô Chí Minh con quien trabajó por la independencia de su país, pero también supuso el asesinato, a manos de los verdugos franceses, de su mujer, de un hijo recién nacido, de su padre, de dos hermanas y de otros familiares.  Sin embargo, nada detuvo su combate liberador, logrando formar en 1945 un ejército de más de 10.000 hombres. A partir de ese momento, y tras la proclamación de la República Democrática de Vietnam, el colonialismo galo tenía sus años contados. Batallas como Lang Son (1950), Hò Binh (1951-52) o la mencionada Diên Biên Phu (1954) figuran en el ideario heroico del pueblo vietnamita y provocan pesadillas todavía en el ejército francés. Pero la libertad aún no se había conquistado, al imperialismo francés le sucedió el  norteamericano, más sanguinario y sofisticado. Quince años (1960-1975) de guerra revolucionaria contra la primera potencia mundial templaron, como en una forja, la capacidad estratégica del general Giap, para quien la derrota del imperialismo yanqui, aquella primavera de 1975, se basó en tres fundamentos básicos que un ejército popular debe disponer: dirección, organización y estrategia. La dirección del Partido Comunista, una tenaz disciplina militar y una línea política acorde con las condiciones económicas, sociales y políticas del país. Con esas herramientas, “el Napoleón Rojo” y el pueblo heroico de Vietnam, dieron una lección de coraje y dignidad al mundo entero, pero sobre todo demostraron que al imperialismo se le puede vencer, y que por ello, nada es imposible para los que luchan. 

José L. Quirante

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