Sí, ¿recuerdan lo de “la casta”? Seguro que sí. Era aquella diatriba que utilizaba Pablo Iglesias, líder de Podemos, en tiempos de asaltos y otras andanzas, con el fin de denunciar a la corrupta clase política hispana (“la casta” precisamente) que tenía, y tiene, por misión defender los intereses del capitalismo patrio. Se acuerdan, ¿verdad que sí? Pues bien, aunque haya pasado mucha agua bajo el puente desde entonces, es decir desde que el peculiar dirigente de la formación morada manifestara a grito pelado y en mangas de camisa en “Vistalegre 2014” que había que atracar los espacios celestes, romper consensos y dejar en pelotas a “la casta” que nos maneja, aquel concilio con sus partidarios/as incluidos/as voceando enardecidos/as el “Yes We Can” (“Sí se puede”) de Barack Obama, ha quedado en los anales de la petite historia política de este país como un perfecto arquetipo de cinismo y oportunismo políticos.

Y es que se les ha visto tanto el plumero desde aquellos días hasta hoy: renuncias políticas, disputas, disidencias, felonías, trepas ambiciosos, etc., etc...) que uno se siente casi tan indignado como los/as postergados/as del famoso 15M. Sí, aquellos/as pequeños/as burgueses/as por lo esencial, que, en sus concentraciones, prohibían poder defender la República y el socialismo aludiendo con sorprendente ardor que “la audiencia se podía asustar con aquellas ideas trasnochadas”. “Que en estos tiempos – insistían con tesón los/as despechados/as - “las cosas” han cambiado y se imponen otros métodos para lograr el mismo fin”. Resolviéndose las trifulcas discursivas de aquellas asambleas extravagantes con la gente sentada en las plazas moviendo graciosamente las manos en el aire para asentir o denegar la opinión de los/as intervinientes/as. ¿Era, pues, una revolución en la revolución, como filosofó Regis Debray en 1967? Vaya usted a saber. Lo que sí sé, es que ni el intelectual francés era trigo limpio, como el tiempo demostró ulteriormente, ni la opción política que parieron aquellos movimientos de protesta: “Podemos” antes, “Unidas podemos” ahora, sirvió, o sirve, para otra cosa que para ilusionar vanamente a la clase obrera y otras capas populares; así como para que muchos/as de esos/as políticos/as arribistas se apoltronen cómodamente en el espacio político español, y hagan lo mismo que los demás. Eso sí, con un envoltorio diferente. Los hechos lo demuestran: decenas de diputados/as “indignados/as” en el Parlamento faenando exclusivamente para poder participar en un hipotético gobierno que, como los ya habidos, gestionará igualmente el sistema capitalista. Y así, con inaudito descaro, y ante muchos ojos pasmados, estos engañaobreros/as han pasado de la crítica feroz a “la vil casta” a formar, naturalmente, parte de ella.

Reforma o Revolución

Ahora bien, como el andar de la Historia no se detiene ni con Podemos ni con Rita la cantaora, la realidad fría, tozuda y calculadora de una sociedad capitalista dividida en clases seguirá golpeando duramente a los/as más desafortunados/as, y ello pese a las maniobras de la burguesía para ocultarlo, inventando, en situaciones de revuelta social, alternativas políticas que sirvan para salvarse de la quema. Y como las injusticias sociales que el funcionamiento intrínseco del sistema de producción capitalista engendra tampoco desaparecerán por arte de birlibirloque, la pregunta de Reforma o Revolución se seguirá planteando para infortunio de la clase explotadora. Una disyuntiva, como ven, de candente actualidad, y que, por ejemplo, Rosa Luxemburgo, en 1919, respondió contundentemente afirmando que “el orden capitalista está levantado sobre arena, y la revolución se erguirá mañana con su victoria anunciando con todas sus trompetas: ¡Yo fui, yo soy, yo seré! No hay otro camino para liberar a la clase trabajadora de la explotación capitalista. Lo demás son falsas ilusiones, espesas cortinas de humo, y muchas desilusiones Por eso, concienciemos a la clase obrera y organicémosla.

José L. Quirante

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