“las reformas sociales conseguidas por una dura lucha constituyen etapas en el camino que lleva a la meta final, pero solamente en el sentido en que conllevan un acrecentamiento de nuestro poder. Sólo como tales, en tanto que acrecentamiento de poder, tienen valor para el socialismo.”

Anton Pannekoek, 1909.

 

Es 1919. La concentración industrial de mayor importancia en el estado, la cuna de la clase obrera, es Cataluña, y su centro Barcelona. La ciudad ha parido desde las primeras organizaciones obreras (Sociedad de Tejedores, Unión Manufacturera) hasta la primera gran central sindical (UGT), y posteriormente a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), organización que dominará el movimiento obrero en España hasta la guerra nacional revolucionaria de 1936-1939.

La clase obrera barcelonesa ya ha adquirido gran experiencia a lo largo del siglo XIX, y tan solo una década atrás, en la llamada Semana Trágica, se opuso de manera enconada al alistamiento de obreros por parte del gobierno conservador, para ir a morir a la colonia marroquí a mantener los pocos mercados que le quedaban al imperialismo español.

El contexto en el que se inicia la huelga es una España en crisis política, revuelta por la reciente revolución rusa de 1917, con el campesinado andaluz exigiendo el reparto de tierras en plena época del “trienio bolchevique” y con un movimiento obrero estatal que, aunque disperso, ha ido acumulando fuerzas.

La huelga.

El día 5 de febrero se inicia una huelga en solidaridad por el despido de ocho oficinistas que reivindicaban una subida de salario de 25 pesetas, en la empresa “Riegos y fuerzas del Ebro”, popularmente conocida como “La Canadiense, (La Canadenca)”. La huelga, que se inicia solo en las oficinas, hace que los trabajadores inmediatamente busquen apoyo en el resto de compañeros y en los sindicatos, por lo que la CNT, que ya reune más de 300.000 afiliados, decide involucrarse en el conflicto, y se nombra un Comité de Huelga. La patronal se niega a escuchar las reivindicaciones de los obreros, la propiedad sobre el centro de trabajo aún le permite imponer las condiciones, pero su autoridad se tambalea. La solidaridad obrera se mueve rápido y ahora se unen a la huelga los trabajadores de los contadores de luz. El 21 de febrero la huelga cuenta ya con gran apoyo popular y se inician los cortes intermitentes de luz en la ciudad, Barcelona está paralizada. Dos días después el paro en la electricidad es total, pues se unen el resto de obreros de las empresas eléctricas, y a finales de mes ya se han sumado los trabajadores de las empresas de agua y gas, por lo que la situación es de huelga total y la ciudad es un caos. La clase obrera demuestra en tan solo 20 días como es capaz de paralizar toda la actividad de una ciudad entera, y en un ejemplo de práctica histórica nos muestra su poder total en la sociedad cuando se une en una misma dirección. Los tranvías no funcionan, la distribución de aguas está parada y la ciudad a oscuras.

El estado, a la defensiva, ha movilizado al nuevo gobernador militar, y pone al ejército a alumbrar las farolas de gas en las calles y a intentar reinstaurar la electricidad, pero los militares no poseen la habilidad suficiente, y más obreros se siguen sumando a la huelga por la falta de energía eléctrica en las fábricas. El general Milans del Bosch decreta el estado de guerra y establece un llamamiento a la incorporación al trabajo, pero los trabajadores se resisten y son encarcelados en masa en Montjuic.

Finalmente, sin otra salida, el estado moviliza al gobernador civil para aceptar las condiciones de los trabajadores: subida salarial, reincorporación del personal, no represalias, liberación de los presos... y la jornada laboral de 8 horas diarias.

El movimiento obrero había reaccionado ante los despidos y la explotación patronal, en una maniobra a la ofensiva con una huelga de 45 días que había hecho replegarse a la patronal y el estado, hasta aceptar las reivindicaciones de los trabajadores, y habían arrancado una conquista histórica, siendo el segundo país del continente, tras la revolución rusa, en conquistar la jornada de 8 horas, que era aprobada el 3 de abril de 1919.

La contraofensiva burguesa.

En pleno momento de auge de masas, la aceptación de las condiciones implicaba la vuelta al trabajo, y tras intensos debates en las asambleas, la posición de la dirección del movimiento logró conseguir mayoría para el acuerdo y la incorporación. Los trabajadores cesaron la huelga y reanudaron la producción, por lo que a cambio de estas concesiones, históricas por un lado, pero en esencia reformistas, dentro de los márgenes del sistema y sin cambiar la clase en el poder, fueron desmovilizados.

Pero la realidad material es que el poder económico se impone finalmente, la propiedad de los medios y el estado siguen bajo control de la burguesía. Por ello, a pesar de ser aprobada por ley la jornada de 8 horas no se llevó a la práctica, lo que provocó que a finales de marzo se volviera a convocar otra huelga general. Pero esta se daba ya en condiciones distintas, con una clase trabajadora desmovilizada que había pasado a la defensiva y por otro lado, un estado que había distribuido a sus tropas y una patronal que organizaba los cuerpos paramilitares del “Somatén”, mercenarios que patrullaban las calles, para imponer el orden burgués, asesinar obreros y debilitar a los sindicatos.

Una lección histórica.

La huelga de la Canadiense permitió un gran crecimiento cuantitativo de las organizaciones sindicales y determinadas mejoras salariales, además de la conquista histórica de la jornada de 8 horas, que se pudo consolidar unos meses más tarde. Pero también nos mostró una importante lección para la historia de la lucha de clases. En términos de confrontación de clases, dio paso a un ciclo de derrota de la clase obrera, que pasó de tener la iniciativa a desarmarse y dar paso a la más dura reacción por parte de la burguesía y el estado, que reaccionaron a través de los cierres patronales, la formación de los “sindicatos libres” (sindicatos patronales) para dividir a la clase obrera, y a través del Somatén (futuro germen de los grupos de choque fascistas) y los pistoleros a sueldo. Lo que provocaría su reacción por la parte obrera y algunos sectores sindicales, con acciones de terror individual, alejándolos de la lucha de masas. Una ofensiva del estado burgués para desarticular el avance de la organización obrera. Esta espiral de violencia llevaría posteriormente a la dictadura de Primo de Rivera.

La Canadiense no solo nos deja un episodio de solidaridad y del papel de la clase obrera en la sociedad, sino que debe enseñarnos que las reformas dentro del sistema capitalista son siempre reversibles, dado que, a pesar de poder distribuir la renta de tal o cual forma, el poder se mantiene intacto, así como nuestra posición de explotadas/os.

El movimiento obrero barcelonés no pudo avanzar más por diversos factores, externos e internos (dispersión de la clase obrera catalana, descoordinación de los núcleos obreros presentes en el resto del estado, inmadurez política,...), pero desde el plano de la lucha de clases, la ausencia de una organización de vanguardia capaz de llevar el discurso revolucionario a la clase trabajadora, rebasando los límites de la lucha sindical dentro del capitalismo, para la toma del poder por la clase obrera, impidió que esa lucha se pudiera plantear en términos de avance histórico para el proletariado barcelonés y en extensión, del resto del estado.

Dentro de la lucha de clases, la lucha por las reformas debe usarse para poder avanzar posiciones de organización, independencia y conciencia de la clase obrera, si no, en términos históricos queda relegada a seguir corriendo como ratones en la rueda de la jaula burguesa.

Francisco Valverde

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