Nomzamo Winifred Zanyiwe Madikizela Winnie Mandela, nació en un pueblo rural del Cabo Oriental, Bizana en 1936. Su infancia estuvo marcada por el severo metodismo de su madre y la orientación radical africana de su padre. Estudiaba, ayudaba en la granja y tras las muertes de su hermana y su madre por tuberculosis, asumió junto con sus hermanas las tareas de cuidado de la familia.

Desde niña tuvo experiencias que la concienciaron del significado del apartheid y las restricciones e injusticias que el racismo significaba en Sudáfrica. Por su padre, conoció de las guerras xhosa contra los colonizadores, se imaginó retomando esa lucha: “Si fracasaron en esas nueve guerras de Xhosa, yo soy uno de ellos y partiré desde donde los Xhosa se detuvieron y recuperar mi tierra.” Cuando su abuela le enseñó que la fuente del sufrimiento negro era el poder blanco, su estructura política quedó definida. La desposesión de tierras asociada a la idea de la raza, fundamentales para el colonialismo, eran una cuestión central en su lucha política.

Conoció a Nelson Mandela, mientras estudiaba Trabajo Social en Johannesburgo. Se casaron en 1958 y tuvieron dos hijos, seis años después fue condenado a cadena perpetua. Ella también comprometida con el movimiento se unió a la Liga de Mujeres del ANC y a la  Federación de Mujeres de Sudáfrica. 

Se distinguió por sus cualidades de liderazgo, era una potente oradora, conectaba y alineaba con las personas y sus duras condiciones de vida en los municipios del apartheid. El género era su recurso político, le permitió formar comunidades políticas. Militante hasta la médula, lejos de ser una espectadora, abrazó con osadía el papel de esposa del líder político más famoso de Sudáfrica y “madre de la nación” y lo convirtió en una plataforma desde la cual desafió al estado, siempre convencida de la derrota del apartheid.

Si esperaban romperla o silenciarla, fracasaron. Su casa fue repetidamente invadida y registrada, fue arrestada, agredida y encarcelada varias veces. En 1977 fue desterrada Brandfort, fue un terrible desarraigo de su familia y comunidad en Soweto, “Cuando me envían al exilio, no soy yo como individuo lo que están enviando. Piensan que conmigo también pueden prohibir las ideas políticas. Pero eso es una imposibilidad histórica... No soy importante para ellos como persona. Lo que defiendo es lo que quieren desterrar.”

Hablando de este período dijo: “…ese encarcelamiento de dieciocho meses en confinamiento solitario realmente me cambió:... Estábamos tan brutalmente golpeados por esa experiencia, que entonces creí en el lenguaje de la violencia y el único con el que lidiar, luchar, el apartheid fue a través de la misma violencia que desataron contra nosotros. Así es como uno se ve afectado por ese tipo de brutalidad.”

Mantuvo encendida la llama de la lucha mientras muchos de los líderes del movimiento de liberación estaban presos o exiliados. Pero su apoyo a la violencia contra la brutalidad del sistema de apartheid no fue bien recibido por el ANC, que apenas podía contener la naturaleza del liderazgo que representaba dentro y fuera del país. Como muchas mujeres en el movimiento, fue marginada de las estructuras de toma de decisiones. Su vida personal estaba constantemente bajo el foco de atención y fue juzgada con dureza e injustamente por sus decisiones privadas. 

Se mantuvo activa política y socialmente hasta su muerte. Representarla en un abrazo romántico con Nelson Mandela a su salida de la cárcel, a pesar de su divorcio, presentarla simplemente como esposa o madre, es borrar las muchas batallas que luchó en propios términos.

La suya fue una lucha por la humanidad, su legado profundo y complejo que supera clichés de villanía y rectitud. Era, después de todo humana y por lo tanto falible, pero inmensa en su búsqueda revolucionaria.

Tatiana Delgado

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