Decir que las mujeres alimentan el mundo no es exagerado, las cifras lo ratifican. Las mujeres rurales representan una cuarta parte del conjunto de la población mundial. En los países en desarrollo, suponen el 43% de la mano de obra agrícola y producen, procesan y preparan cerca del 70%  de los alimentos disponibles. En España, contando únicamente a las que constan censadas, son 7 millones de mujeres, un 49,15% de la población, las que viven en zonas rurales. Las condiciones de vida y trabajo son de profunda discriminación, pero en el caso de las temporeras extranjeras se suma la explotación sexual.

El medio rural se caracteriza por la baja tasa de empleo, acentuado en el caso de las mujeres, por un mercado laboral con segregación tanto vertical como horizontal, por una marcada feminización de la asalarización y donde la discriminación salarial se sitúa por encima de los 400 €/mes, si incluimos el trabajo no cotizado esta cifra es mucho mayor. Incluso sin ninguna remuneración económica ni cotización, como es el caso de aquellas que trabajan en la explotación familiar como ayuda familiar, trabajo añadido a su papel de amas de casa. Todo eso se traduce en unas pensiones, donde ya en el medio rural son inferiores en un 40% respecto a las urbanas, de absoluta miseria para estas trabajadoras del campo.

Es en la España rural y profunda donde la presencia de estereotipos y roles de género y su influencia en las desigualdades de género muestra claramente la verdadera naturaleza del capitalismo patriarcal. Se acepta que las mujeres ejerzan el rol productivo, siempre y cuando no abandonen el rol doméstico/familiar. Con el cierre o la inexistencia de servicios básicos (menos colegios, servicios sanitarios ausentes, transporte adicional…) se incrementa el tiempo que las mujeres invierten en tareas de cuidado. El éxodo hacia zonas urbanas es casi lógico, otra cosa es que ahí persista nuestra opresión y explotación.

Con el desarrollo del agronegocio y la agricultura intensiva los campos de plástico esconden un negocio rentable. El capitalismo español exportó a Alemania en 2017 verduras y frutas por un valor de 3.800 millones de euros, a su vez se ha producido un incremento de las mujeres asalariadas eventuales. Lo que se denomina feminización en la agricultura, especialmente en la horticultura intensiva, la floricultura, y en los almacenes de manipulado. Las temporeras extranjeras se llevan la peor parte pues a sus duras condiciones laborales se le suman los abusos y explotación sexual de los patronos. Se conocía y las autoridades responsables han contribuido a ocultarlo.

No es una situación nueva la que presenta el documental “La sucia cosecha de Europa” de la cadena pública de televisión alemana Das Erste. El sufrimiento tras el negocio de frutas y verduras era conocido tanto en la zona como en denuncias públicas en diarios de tirada nacional. En 2008 en la finca El Morcillo se destapó una trama de corrupción, los funcionarios hacían la vista gorda a la hora de denunciar la destrucción de monte público para convertirlo en terreno agrícola. Las mujeres eran moneda de cambio, en la investigación aparecieron fotos de chicas abrazadas a los guardias, y en las casas forestales, preservativos. Hay constancia de denuncias de acoso sexual directo en Moguer (2009) o en Palos de la Frontera.

La situación de desprotección de las jornaleras es absoluta. Mujeres acosadas, abusadas y tras las denuncias, la expulsión. Expulsadas ilegal y violentamente para impedir que vayan a juicio, que la administración (política, policial y judicial) tiene claro hay que proteger a los tratantes de esclavos y proxenetas que cultivan el “oro rojo”. Pero trabajadores y trabajadoras, no deberíamos mirar a otro lado. Si no levantamos un muro de solidaridad con estas mujeres y denunciamos la situación y a los patronos abusadores, seremos sus cómplices. Nunca podremos decir no lo sabía.

Ana Muñoz

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