Se denomina la revolución verde a una revolución agrícola que se dio entre las décadas de los 1960 y los 1980. El objetivo de esta revolución no era otro que acabar con el hambre en el mundo mediante el aumento de la producción agrícola. Esta revolución se caracterizó por el uso intensivo de fertilizantes químicos derivados del petróleo, mecanización del campo y pesticidas. También se transformaron de manera radical las prácticas agrícolas y la concepción de la agricultura, dándole un marcado carácter capitalista.

Muchas han sido las críticas, y con razón, que ha recibido la revolución verde. Parte de la crítica tiende a romantizar las prácticas agrícolas previas a la revolución verde. Pareciera que la manera de cultivar antes de 1960 estaba más en sintonía con el medioambiente, cuando esto nunca fue así. También se olvida que desde 1492 la agricultura se centra más en obtener beneficios económicos que en alimentar a la gente. Pensemos en las plantaciones de azúcar en el Caribe.

La revolución del neolítico fue un hito histórico pues es cuando los humanos comenzaron a domar los animales y plantas, surgió la agricultura y las poblaciones comenzaron a hacerse sedentarias. Surgiendo la civilización. No se hace mucho énfasis en que también apareció el Estado. El neolítico no sólo trajo la agricultura sino también el Estado y la división en clases sociales. Un Estado necesario para poder gestionar toda esa formación social que nacía alrededor de la agricultura.

Para poder cultivar se tuvo que abrir claros en los bosques o selvas mediante incendios, modificar los cursos de los ríos, crear las infraestructuras necesarias para poder asegurarse la producción agrícola. En cierta manera, podemos afirmar que desde el neolítico los humanos comenzaron a domesticar también los ecosistemas. Siendo los humanos, mediante los diferentes modos de producción, quienes gestionaran estos ecosistemas.

Esta domesticación no iba a salir gratis, y he aquí la romantización. Hasta que se descubrió la importancia del abono, los suelos permanecían productivos por un tiempo. Estos se agotaban y se necesitaba clarear nuevas zonas para poder sembrar. Hay autores que aseguran que el actual cambio climático se gestó en el neolítico por esa deforestación sistemática. La pérdida de masa forestal, y su consiguiente aumento de los niveles de CO2, junto con el aumento del metano (como producto del cultivo del arroz) rompieron la tendencia natural a disminuir de estos dos gases de efecto invernadero y aumentaron la temperatura media de la Tierra.

Tenemos casos de la mala relación de los distintos modos de producción con la naturaleza. A modo de ejemplo contamos con el colapso de la civilización clásica maya del siglo VIII o la pérdida de suelo agrícola provocado por la erosión durante el Imperio Romano. La civilización clásica maya colapsó a pesar de tener un sistema agrícola muy avanzado, se dio una pérdida de biodiversidad, sedimentación en las zonas acuíferas y deforestación. La productividad agrícola disminuyó y como consecuencia la ingesta de calorías, haciendo a sus pobladores vulnerables a las enfermedades. Los romanos deforestaban conforme iban conquistando para aumentar la superficie agrícola. Se decía que antes de la llegada de los romanos a la península ibérica una ardilla podía atravesarla sin tocar el suelo. Pues bien, las prácticas agrícolas no consiguieron frenar la erosión y pérdida de suelo.

Estos son sólo unos ejemplos para hacernos ver que antes de la revolución verde las formaciones sociales no estaban tan en sintonía con la naturaleza como se puede pensar. Es cierto que no se usaban pesticidas químicos, se salinizaban las tierras o destruían los pozos acuíferos con productos químicos. Pero los impactos ambientales de la agricultura eran otros como hemos visto en los ejemplos.

Manuel Varo López

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