Los PP, PSOE, CIUDADANOS y PODEMOS, por citar solo los partidos políticos que obtuvieron mayor número de diputados en las elecciones generales del 20D, son, salvo manifestación de lo contrario – cosa que hasta ahora no han hecho -, gestores del capital. Es decir, ninguno cuestiona el sistema de dominación capitalista cuya razón de ser reside básicamente en la privacidad de los medios de producción y en la explotación sin límites de los trabajadores. Y da igual que estos señores y señoras vayan al Congreso luciendo espléndidas vestimentas o arrastrando rorros en mangas de camisa.
Eso distraerá algún tiempo al respetable pero no deja de ser una ridícula farsa. Lo importante está en otro lado. Sin duda en la preocupación de la oligarquía porque, tras el agotamiento de la Transición iniciada con la muerte del dictador y el debilitamiento actual del bipartidismo, su poder económico se reconduzca sin sobresaltos otro largo periodo de tiempo. Para ello cuenta evidentemente con sus lacayos de siempre: los neo franquistas del corrupto Partido Popular y los sociatas del no menos protervo PSOE. Es decir, la casta política que, aplicando recortes y decretando perniciosas reformas laborales y constitucionales, le ha garantizado suculentos beneficios durante casi cuatro décadas.
La máquina capitalista
Sin embargo, ahora con el descalabro electoral recibido por ambas formaciones en las últimas elecciones generales, perdiendo más de 4 millones de votos y provocando la emergencia de ávidos retoños (CIUDADANOS y PODEMOS), que igualmente quieren contar con el beneplácito del poder, las cosas se embarullan un montón. Es por eso –para desembarullarlas- que unos y otros se posicionan permanentemente repitiendo que hay que cambiar todo, para que, a la postre, todo siga igual: los ricos mandando y los pobres esperando la llegada del mesías. Porque en definitiva es de eso de lo que se trata: que la maquina capitalista siga su marcha inquebrantable, y no de otra cosa. La “otra cosa”, la que mucha gente espera para acabar de una vez por todas con tanta injusticia, no vendrá de la mano de la nueva ralea que hoy se apoltrona en el Parlamento. Si no ya lo sabríamos.
No será ignorando la lucha de clases, o haciendo creer que los mismos perros con distintos collares harán las cosas mejor a partir de ahora, que la explotación de la clase trabajadora cesará. Tampoco reformando la Constitución ni logrando el tan cacareado Estado del Bienestar, sino acabando con el capitalismo, su causa primigenia. Se impone pues explicar hasta el agotamiento que la sociedad capitalista se divide en clases, y que los intereses del capital y del trabajo están en permanente conflicto. También que el Estado no es neutro, que es mentira que defienda a todos/as por igual, y que sus gobiernos actúan movidos igualmente por intereses. Recuperar en definitiva el análisis marxista para defender la necesidad de un poder obrero que sea defendido en el Parlamento, pero también en la calle, en los centros de trabajo, en la universidad, con la juventud. Proponiendo al unísono la sociedad del futuro; no un impreciso “nuevo sistema”, no un angelical “mundo mejor”, sino el SOCIALISMO, con todas sus letras y consecuencias. Un camino sin atajos que hoy no ve con claridad la clase obrera, pero que es indispensable emprender. Lo demás, por muy trasgresor que parezca, no es más que milongas para marear la perdiz, engañar vilmente a los pueblos e intentar perpetuar el poder de los oligarcas.
José L. Quirante