Zhou Enlai le propuso escribir sus memorias. Serían los testimonios de un destronado. Había sido entronizado como emperador de China a los dos años, rodeado de su corte de sirvientes, eunucos, concubinas en la Ciudad Prohibida. Había sido educado como Hijo de los Dioses, Hijo del Cielo. El imperio chino se caracterizaba por un régimen de servidumbre y de esclavitud, donde en las zonas costeras se había implantado una incipiente propiedad burguesa al calor de las potencias coloniales occidentales.

Con la sublevación de Sun Yat-Sen en 1911 se instaura la república en China, es el primer intento de instauración de un poder capitalista frente a los restos feudales. Había sido impuesto emperador de Manchukúo en los años 30 por la ocupación japonesa que masacraba al pueblo. Tras la liberación china de los invasores japoneses, una vez se consumara el triunfo de Mao frente al Kuomintang, fue hecho prisionero por crímenes de guerra, se benefició de un proceso de reeducación y acabó de jardinero en Pekín.

En sus páginas recoge el brusco proceso de mentalización desde los remotos momentos cuando se le concebía de origen divino a sus últimos años como podador, aparece un panorama de la historia china del siglo XX, que afecta a todo el Extremo Oriente. Bertolucci dirigió una película, “El último Emperador”, cuyo guión se basó en sus memorias que había escrito.

PU YI. Yo fui el último emperador de China. Caralt. Barcelona. 1987

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