Tengo gratos recuerdos de cuando iba con mi madre, de niño, a ayudarla a hacer la compra: el “mantequero” me daba siempre una fina loncha de jamón, de esos de los caros, de los que solo comes en Navidades. Justo en frente había una frutería, un negocio familiar de unos vecinos de mi portal, que siempre nos regalaban ramilletes de perejil, y al otro lado una tienda de “variantes”, donde con suerte también me caía a la garganta una aceituna. En la segunda planta estaba la pollería, donde el tendero siempre preguntaba por mi padre con el que le gustaba charlar sobre fútbol. Al lado estaba la pescadería, donde el responsable estaba siempre cantando y yo pensaba que estaba un poco loco; la panadería del vecino del portal contiguo, la tienda de retales, la de ropa de trabajo, carnicerías, un pequeño “super”, el quiosco de prensa, el “ciego” de la ONCE…

 

Hace ya muchos años que el Comercial Avenida, situado en la Cañada Real en su tramo que separa a Coslada de San Fernando de Henares, yace cerrado con un cartel de “se vende”. La concentración y acumulación de capital, y la tendencia a la monopolización, proletariza a los sectores populares abocando sus pequeños negocios, incapaces de competir con las grandes multinacionales, al cierre. Negocios familiares que pasaban de padres a hijos. Ya no existen esos mercados populares, próximos, de vecinos y vecinas de tu barrio, que te llamaban por tu nombre y siempre estaban pendientes de los más pequeños, de los que ayudaban a las mujeres mayores a llevar las bolsas al portal, de los que en fechas señaladas sacaban unas botellas de sidra para brindar con sus clientes, de los que contrataban y enseñaban un oficio al hijo e hija del vecino que no podía permitirse el lujo de pagarle los estudios.

Ahora solo existen grandes superficies, supermercados gigantescos, donde corremos empujándonos con los carros los unos a los otros, y las unas a las otras; donde tenemos que manipular nosotros mismos y nosotras mismas los productos, pesarlos, precintarlos, etiquetarlos e incluso hasta cobrárnoslos bajo la mirada inquisidora de un guarda de seguridad y decenas de cámaras de vigilancia; donde somos llamados a caja por una pantalla, donde no cabe la posibilidad de preguntar por uno u otro producto, donde antes se intercambiaban recetas de cocina en las colas y ahora eres arrollado por una máquina de limpieza o un transpalé con una montaña de productos de una multinacional…

Hoy, el Comercial Avenida, se encuentra en ruinas, cayéndose ladrillo a ladrillo, llegando a ser un riesgo para los propios vecinos y vecinas que antes lo frecuentaban, con un simple precinto de seguridad de la policía cortando el paso por la acera y bloqueando las plazas de aparcamiento, esperando que alguien decida demolerlo.

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