En (casi) todas las ciudades existe una Casa de la Cultura, Centro Cívico, Centros Juveniles… ¿Pero qué son realmente este tipo de espacios?
Estos espacios deberían ser una institución de gestión pública y abierta, accesible a todo el mundo, indiferentemente de la edad o condición, que sirva para generar de manera constante un desarrollo cultural propio de la comunidad, ya sea a través de la educación o a través de la práctica.
Si nos ceñimos a esa definición, estos lugares son ideales para que cualquier joven crezca cultural y artísticamente, a la vez que aprende el sentido de vivir en comunidad, pues es un espacio compartido y abierto a cualquier edad. Pero nada más lejos de la realidad.
Hoy en día, la clase trabajadora se encuentra en una grave situación y eso se puede ver en nuestros barrios, pues cada vez hay menos acceso a la cultura, algo que sufren con especial ahínco los y las jóvenes de extracción obrera y popular.
Mientras los ayuntamientos se jactan de crear una gran oferta cultural, la juventud es consciente de que ese palabrerío no es real. Que en una Casa de Cultura o en un Centro Cívico se den charlas o conferencias sobre ese concepto tan extendido hoy en día como es el “emprendimiento”, promocionadas en muchos casos por bancos o empresas, dista mucho de ser esa oferta cultural que todo el mundo necesita.
La cultura es algo muy complejo y su planificación y gestión se convierte en algo con un gran carácter político e ideológico y tanto a los bancos, como a las empresas y a los gobiernos que conocemos, no interesa que la juventud tenga una cultura alternativa, alejada del ocio consumista y masivo, pues si se tiene a los y las jóvenes distraídos con drogas o alcohol, ¿qué hay de malo?
No es casualidad que muchas empresas o bancos ofrezcan dinero para la construcción de centros cívicos o culturales, pues es en estos lugares donde con más facilidad pueden entrar en la conciencia de la juventud, ya sea a base de charlas, conferencias, cursos o talleres.
Estos espacios públicos deben contribuir a la transformación social, política y económica de nuestras ciudades y nuestros pueblos, a la vez que deben servir como un lugar en donde cualquier persona pueda mostrar sus inquietudes artísticas y/o culturales, teniendo siempre el espacio abierto y garantizado para disfrutar de ello.
Que unos espacios así carezcan de salas de usos múltiples, de bibliotecas (o teniendo bibliotecas no tengan libros, como por ejemplo es el caso del Centro Cívico Numancia, en Santander), etc., solo hace que la juventud se busque otros espacios para expresar sus preocupaciones, pagando alquileres abusivos para poder tener un pequeño espacio para ensayar con su grupo, hacer actividades alternativas o simplemente, para pasar el rato.
Por esto, la juventud poco a poco va dejando de utilizar estos ámbitos, pues ven que mientras ellos no tienen un hueco, los intereses partidistas y económicos explotan estos lugares para llenar más sus bolsillos en forma de dinero o de votos y que, a pesar de todo lo que digan, hay una “oferta cultural” que no interesa y donde además, más de la mitad de las veces hay que pagar.
El acercamiento de la cultura a los sectores que tradicionalmente son excluidos de ella es algo que cualquier gobierno (municipal, autonómico o estatal) debería garantizar a través de la gratuidad o la subvención de los servicios, pero queda claro que hoy en día, no interesa ofertar una cultura para ser más libres y críticos, sino una cultura alienante y completamente conservadora.
C.G.