Hoy murió un trabajador en el puerto exterior de Ferrol, mientras realizaba tareas de limpieza en un barco que descargara carbón para Endesa. La figura del accidente laboral es crimen normalizado, repetido con tanta frecuencia que apenas es noticia. Murió el día del cumpleaños de su hija, contando él mismo 57 años, a punto de jubilarse. Ya circula la hipótesis, en la prensa canalla, de que seguramente inhaló el CO2 que lo mató porque accedió "por error" a la bodega que lo contenía.

Por qué suponer que trabajaba, como todos, demasiado aprisa, demasiadas horas, demasiado preocupado por no perder el empleo. No, seguramente "cometió un error". La víctima se convierte siempre en el culpable en la química de los portavoces del capital. Escribo desde Vigo. El invierno pasado un encadenamiento de temporales hizo de esta otra ciudad gallega un infierno de rachas de viento y torrentes de agua fuera de control. La producción y los servicios no fueron suspendidos casi en ningún momento. Veíamos a la gente de la limpieza moverse contra aquel horror a las tantas de la madrugada, expuesta a la caída de árboles, postes, cables, lo que fuera. Y cuantos otros y otras... Los Derechos Humanos son un lujo para la clase que sale cada día a ganarse el jornal.

La barbarie capitalista ya hasta se ahorra sus lágrimas de cocodrilo ante hechos como el de hoy. Diez líneas le dedica en el océano del hueco bla bla bla de la prensa amarilla. Unas iniciales: A. D. P. Y la muerte.

A veces se hace difícil mantener la paciencia y el temple que nos prohiben buscar justicia por vía rápida. Y hay que tener paciencia y temple para preparar la revolución. Pero una cosa es cierta: cuanto antes hagamos la revolución más humanidad trabajadora podrá ser salvada. Y antes cesará este goteo de vidas rotas en el altar del capital.

Laura Quintillán.

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