Reflejar en el cine el medio obrero, hacer pues un cine social, no es algo habitual en los tiempos cinematográficos que corren. Tampoco se trata de un género artístico que vuelva majaretas a productores, guionistas y demás cineastas; al contrario, la búsqueda de rentabilidad económica y del éxito comercial rápido y fácil, prima de manera general sobre cualquier otro cuestionamiento a la hora de hacer una película. Por otra parte, delimitadores naturales del sistema de producir capitalista trasladados al ámbito cinematográfico, y en consecuencia, responsables objetivos del interés del tema tratado y de la calidad del filme realizado. Por eso cuando de sopetón irrumpe en las pantallas españolas una película como Dos días, una noche de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne (Bélgica, 1951, 1954) sacudiendo el cocotero del convencionalismo y el tedio, uno, torturado con tanta gilipollez imperante, no puede sino congratularse y sentirse ufano. ¿Por qué?, porque además de lo mencionado, los hermanos Dardenne, productores, directores y guionistas de unos diez largometrajes, todos ellos interesantes, han decidido esta vez hablarnos sin tapujos y sin infecciones sentimentales de la vida real y harto difícil de la clase trabajadora azotada en la actualidad no solo por una crisis económica que la corroe sino también por la ausencia de una conciencia de clase y de unos valores revolucionarios que le son propios. Evidentemente nos hallamos bastante lejos de películas como Tiempos modernos (1936) de Charles Chaplin, La sal de la tierra (1954) de Herbert J. Biberman o Norma Rae (1979) de Martin Ritt, por citar algunos ejemplos en los que el cine ha plasmado con acierto la problemática de la clase obrera, es decir sus combates y sus victorias. Aquí, midiendo el espacio y el tiempo cinematográficos magistralmente, los cineastas belgas narran sin condescendencia ninguna la historia de Sandra (impresionante de autenticidad Marion Cotillard), una joven trabajadora de una mediana empresa que se ve obligada a intentar convencer, con la ayuda de su marido y en un solo fin de semana, a sus compañeros de trabajo para que renuncien a sus primas y así poder mantener su empleo. Durante ese tiempo, precisamente dos días y una noche, la obrera despedida por las imponderables exigencias de la competitividad capitalista, y con ella el espectador asido de la garganta, removerán cielo y tierra desazonados para conseguir la solidaridad obrera y  de ese modo conservar el puesto de trabajo en la fábrica. Ocasión que ni pintada para que, en ese breve periplo, nos demos de bruces ante lo que es la pugna  cotidiana por sobrevivir en el capitalismo: la sobrexplotación laboral, la violencia soterrada por el miedo al desahucio y al desempleo, los contratos basura, la desmovilización sindical y el aburguesamiento de una parte de la clase trabajadora. Ni más ni menos. Pero sí todo eso. Y de propina, la reflexión implícita que recorre la película de principio a fin de que nada es imposible para los que luchan. Por todo ello, desde esta tribuna en la que reivindicamos que todo debe ser para la clase obrera, les saludamos hermanos Dardenne, y como dicen ustedes por esos lares: chapeau!  

Rosebud

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