La vuelta del cineasta alemán Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) al primer plano de la actualidad cinematográfica con la coproducción alemana-japonesa Perfect Days (2023) está totalmente justificada. Ante todo por la calidad intrínseca de la cinta en cuestión, pero también por su controvertible propuesta política. Enfrascado últimamente en la realización de filmes autocomplacientes e inaccesibles para el común de los mortales (The Million Dollar Hotel, Palermo Shooting, Los hermosos días de Aranjuez), esta pequeña joya cinematográfica, que entronca con lo mejor y más inteligible de su extensa filmografía, a saber, Alicia en las ciudades (1974), París, Texas (1984) o el documental habanero Buena Vista Social Club (1999), recupera al relevante autor de antaño. Lo aparta de ensimismamientos infructuosos y le clava los pies en la ineludible realidad. Es decir, se  concretiza en una película sencilla en su puesta en escena, rebelde e intimista en su planteamiento argumental y sutilmente emotiva. Hirayama (estupendo Kôji Yakusho), el protagonista de la historia, es un hombre de mediana edad que trabaja limpiando lavabos y retretes públicos en la ciudad de Tokio. Vive en un discreto piso de uno de los barrios populares de las afueras de la capital nipona, y cada día hace lo mismo: se levanta al alba, se asea cuidadosamente, toma un desayuno frugal y coge su camioneta para ir al curro, que ejecuta minuciosa y dignamente. Además, a Hirayama le gusta la música, sobre todo el rock y Nina Simone, admira la flora del parque donde almuerza, y no se acuesta sin haber leído antes algún pasaje de uno de los interesantes  libros que asiduamente compra en una librería de segunda mano. Y, de ese modo, es feliz. “Se siente bien”, como revela con empatía la secuencia última del filme.

Burbuja aseptizada

Wenders describe así, y casi sin mediar palabra alguna, la cotidianidad de un trabajador que tras haber vivido y repudiado una existencia burguesa (un emocionante encuentro con su hermana así lo sugiere) concibe que la vida no puede ser consumir bulímicamente y correr tras don dinero, sino todo lo contrario: liberarse de esas férreas “ataduras” y disfrutar de las cosas sencillas de la vida. Una fábula humanista, que el director de Nick`s Movie propone al espectador como materia de reflexión política.

Sin embargo, cabría objetar al realizador germano que nadie vive demasiado tiempo en una burbuja aseptizada, ni en esta sociedad capitalista ni en ninguna otra, y que Hirayama, lo quiera o no, un día deberá enfrentarse a la enajenación que pretende burlar. Deberá implicarse si realmente quiere combatir lo que aparentemente detesta. Pero no individualmente, sino colectivamente. Revolucionariamente. No hay subterfugios, solo espejismos. Dicho esto, Perfect Days es una película nada baladí que, además, homenajea honorablemente al maestro del cine japonés Yasujirô Ozu. 

Rosebud

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