Es vox pópuli que existen “malos” y “buenos” patrones. Los primeros - asegura esa fuente - sólo piensan en ganar dinero, cuanto más mejor. Para ellos los currantes son simples engranajes de una máquina que debe funcionar impecablemente para llenarse los bolsillos. Y si por azar los dividendos ansiados no llegan, pues se hace una remodelación empresarial y se pone de patitas en la calle hasta al más pintado. Los “buenos” patrones en cambio son otra cosa muy distinta. Claro que sí. Para estos, las obreras y obreros son como los hijos de una familia ejemplar. Retoños a los que hay que cuidar con esmero para que todos generen muchos beneficios. Eso sí, en provecho de toda la parentela. No faltaría más.
Odio clasista
En ese berenjenal empresarial es en el que el director de cine y guionista Fernando León de Aranoa (“Barrio” (1998), “Los lunes al sol” (2002)) se mueve en su última producción “El buen patrón” (2021). Una película, mezcla explosiva de drama y comedia, en la que se cuenta una historia que en muchos momentos del metraje podría haber caído en el ridículo más torpe, pero que en manos del realizador madrileño funciona a la perfección adquiriendo dimensiones inesperadas.
Precisamente las que le otorga Julio Blanco (sensacional Javier Bardem), un carismático propietario de una mediana empresa que fabrica balanzas industriales en una ciudad de provincias. Una fábrica en la que la organización sindical de los trabajadores clama a gritos su existencia, y en la que el sálvese quien pueda es la consigna imperante. En ese contexto, y ante la inminencia de la visita de una comisión que determinará su destino, la actitud del “buen patrón” es la de ocuparse de “sus hijos” como un solícito progenitor. Interesándose por sus gustos, deseos y preocupaciones personales, hasta el punto de cruzar líneas rojas que atentan a la dignidad e intimidad humanas. Eso sí, con la sonrisa del patrón bonachón de oreja a oreja. Un embaucador que logra sus fines, pero sobre el que pesa una enorme losa de odio clasista contenido. En ese sentido la secuencia final es al unísono desesperante y desgarradora.
Tras “Los lunes al sol”, filme en el que se describe descarnadamente la terrible situación de la clase obrera en paro por impasibles reestructuraciones industriales acompañadas de huelgas, ahora, en “El buen patrón”, es la arbitrariedad de un patrón casi con derecho de pernada quien determina su futuro. Veinte años han pasado, y la radiografía de las relaciones laborales hecha por León de Aranoa en su última película es espantosa. Aunque nos la envuelva en velos de comedia negra, muy ocurrente. Resumiendo, una visión pesimista de la concienciación actual de la clase obrera que incita a la reflexión.
Rosebud