Actualidad obliga: La huelga indefinida de los obreros del metal que ha tenido lugar en Cádiz en noviembre, ha revelado una terminología revolucionaria que intereses oportunistas daban por muerta en beneficio de la paz social y la conciliación con el capital. Así, vocablos como patrón-obrero, lucha de clases, burguesía-proletariado, asambleas de trabajadores, esquiroles, represión policial, etc. se han impuesto en esos días de lucha ejemplar. Vocabulario, además, que el cine ha utilizado profusamente en numerosas películas (algunas de ellas verdaderas obras maestras) a lo largo de su historia. Por ejemplo, en “Tiempos modernos” (1936) de Charles Chaplin, “Novecento” (1976) de Bernardo Bertolucci o en “Germinal” (1993) de Claude Berri. Sin embargo, la mejor película que expone y explica la odisea que significa una huelga obrera es la extraordinaria y sublime “La huelga”, de Sergei Mijailovich Eisenstein (Riga, 1898 – Moscú, 1948). Una cinta (su primer largometraje) que el genial cineasta soviético hizo en 1924,

después de estudiar ingeniería arquitectónica y trabajar en el teatro moscovita. Pero que ante todo es el producto de una toma de conciencia revolucionaria adquirida durante sus años de incorporación al Ejército Rojo (1917-1920). Un tiempo crucial y determinante, en el que Sergei Eisenstein descubrió los valores colectivos que definen el carácter revolucionario de su impresionante e incomparable obra cinematográfica: “El acorazado Potemkin”, “Octubre”, “La línea general”, “Alejandro Nevski”, etc. Desprendiéndose de ello el abandono definitivo de la educación burguesa recibida de sus padres y la sustitución del pasado familiar por la universalización de su arte.

Obra revolucionaria

Concebida, por tanto, en ese contexto histórico y personal revolucionarios, “La huelga” cuenta de manera magistral la historia de la huelga de los obreros de una importante fábrica en la Rusia zarista de 1903. Lugar donde las masas, en su tenso contenido temático, tienen el rol protagónico de la lucha obrera por sus reivindicaciones; poniéndolas en escena soberbiamente gracias a un lenguaje cinematográfico eminentemente didáctico y emotivo (el “montaje de atracciones”), que marcó un antes y un después en la narrativa cinematográfica mundial. Así, secuencias como la de la presentación de los esquiroles o “espías” al principio de la película, intentando hacer abortar la gestación de la huelga, o la de los panzones magnates de la fábrica organizando la represión en caso de paro de la fábrica mientras fuman gruesos puros ostentosamente, o también la de la represión propiamente dicha, asimilando, en un montaje paralelo, la masacre de los obreros a la perpetrada con animales en un matadero, son memorables e irrepetibles.

Por consiguiente, se trata de una película que es y quedará eternamente como una de las pocas obras revolucionarias de toda la historia cinematográfica. Un film necesario – indispensable – que, después de lo ocurrido en Cádiz, viene como anillo al dedo.

Rosebud   

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