Mientras la furgoneta de la protagonista del filme de la realizadora china-norteamericana, Chloé Zhao (Pekín, 1982), se aleja por una interminable e ignota carretera hacia el oeste de los Estados Unidos en busca de una nueva vida, aparece en la pantalla, justo antes del famoso The End, una significativa dedicatoria “a los que tuvieron que partir”. Una ofrenda que deja al espectador meditabundo sobre el futuro de esa mujer privada duramente del quimérico “sueño americano”. Y es que la resuelta Fern (desbordante de verdad Frances McDormand), que así se llama ella, una trabajadora que ha perdido a su marido, su trabajo y su hogar, al igual que muchos otros hombres y mujeres desahuciados por la crisis capitalista, ha cogido sus escasos enseres y se ha echado al camino hastiada de la vida urbana y en busca de un trabajo temporero con el que poder sobrevivir.

Porque es de sobrevivir de lo que trata la película, como precisa en su título el libro de la periodista Jessica Bruder, “País nómada. Supervivientes del siglo XXI”, en el que se basa el guión del sugestivo filme de la cineasta china. Estamos, pues, muy lejos de los viajes alucinógenos de la “generación beatniks” o del movimiento hippie que el sistema capitalista orquestó en las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado. Esta dramática historia de perdedores, aunque Jessica Bruder y Chloé Zhao hayan querido reducirla a un viaje de “nómadas de corazón” en busca de la benefactora naturaleza, hay que situarla más bien en un contexto como el de la terrible odisea que vivieron los pequeños productores agrícolas del este norteamericano durante el crac económico de 1929 que asoló Estados Unidos, y que tan magníficamente narra el premio nobel de literatura, John Steinbeck (1902-1968), en su admirable libro “Las uvas de la ira”.

Capitalismo decadente

La cinta, que ha obtenido los Oscar a la mejor película, dirección e interpretación femenina, no puede evitar, sin embargo, que el espectador, a pesar de presentarse la realidad social de la primera potencia económica del mundo un tanto edulcorada y a no querer señalar a los responsables de tamaño declive, se interrogue sobre el desprecio con el que el capitalismo norteamericano obsequia a su clase trabajadora, abandonándola a su suerte y sin ningún derecho social ni laboral; como tampoco puede impedir que ese mismo espectador constate que el individualismo y la fuga hacia adelante, por mucho que formen parte de la idiosincrasia estadounidense, conducen a ninguna parte; a los sumo a sentirse equivocadamente libre y a que el capitalismo decadente continúe su ciclo infernal de explotación y desolación. Conceptos que esta bella y al mismo tiempo terrible película sugiere pese a todas sus limitaciones.

Rosebud

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