Harto de ver películas de ficción hechas por glotones capitalistas me dispuse el otro día a indagar en mis archivos de provecto cinéfilo buscando un filme de calidad que, a excepción del cine soviético, fuera producto exclusivo de los/as trabajadores/as, es decir que hubiese sido escrito, producido, interpretado y dirigido por currantes o por cineastas que defendieran sus luchas y reivindicaciones, y así, rebuscando afanosamente, me topé de pronto con un absoluto monumento (sí, sí, mido mis palabras), un hito en esto del cine: “La Marsellesa”, realizada en Francia en 1938 durante el Frente Popular por el gran director galo Jean Renoir (1894-1979), y financiada - algo insólito entonces - por suscripción pública, el sindicato CGT y el gobierno frentepopulista. Vamos una joya del 7º Arte que yo ya había visto en los años 1980 en un cine del Barrio Latino de París con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa, pero que mi memoria puñetera había olvidado con el paso del tiempo.
Majestuosa
La película como digo es majestuosa, es decir que infunde admiración y respeto pese a algún que otro intelectual pusilánime que le jode que la clase obrera intente alcanzar el paraíso. Pero tanto por su contenido (el fin de la monarquía de Luis XVI y el triunfo de la Revolución) como por su continente, o mejor dicho, por el contexto político que promovió su rodaje (el Frente Popular y la esperanza que supuso para la clase obrera francesa), la película merece toda nuestra consideración y que la recomendemos con pasión. Se trataba pues de llevar a la pantalla un acontecimiento histórico que fuese reflejo del momento político que vivía entonces el país vecino. Y en ello se empleó a fondo este cineasta que llevaba más de 20 películas (“Los bajos fondos”, “La vida es nuestra”, “La gran ilusión”, etc.) a sus espaldas, y que sentía la lucha de los/as trabajadores/as como algo propio. Así el día de su estreno, Jean Renoir, explicaba que había “tratado de contar uno de los grandes momentos de la historia de Francia, de la misma manera que hubiese contado una aventura que hubiera ocurrido en casa de mis vecinos. Tratando ese gran momento en un espíritu de intimidad y gran entusiasmo”. Sin duda el mismo que desprende el batallón de voluntarios marselleses (interpretado con frescura por ciudadanos de a pie) decidido, en su marcha hacia París, a precipitar la caída de la monarquía feudal y expulsar a los ejércitos invasores. A todas luces un combate que se asimilaba con la lucha de los/as trabajadores/as en aquellos años por la conquista de sus derechos laborales y sociales (semana de 40 horas, contrato colectivos, vacaciones, aumentos salariales, respetos de los derechos sindicales, etc.) y contra el creciente expansionismo fascista en la vieja Europa. En definitiva un filme realista determinado por su posicionamiento político e ideológico en defensa de la movilización y la concienciación de la clase obrera y otras capas populares. Un cine del que tenemos hambre en este país.
Rosebud