Ken Loach, es al 7º Arte lo que, por ejemplo, Jack London es a la literatura: un hacedor de conciencias. Su cine fluye natural como la vida misma, abordando temas sociales con tal brío, capacidad de análisis y pertinencia política que pocos realizadores de la industria cinematográfica actual pueden llegarle a la altura del tobillo en ese terreno. Con estilo sencillo, depurado y sintético, y en la mayoría de los casos con la ayuda inestimable de su guionista preferido Paul Laverty, este cineasta rebelde consigue emocionarnos y encabronarnos contra el sistema capitalista causante primigenio de toda injustica. Fue el caso por ejemplo en “Mi nombre es Joe” (1998), una tragedia social con toques de comedia absolutamente redonda o en “En un mundo libre” (2007), una denuncia inapelable de quienes se forran hasta las cejas explotando y expoliando a la inmigración que ellos llaman ilegal. Ahora, con más de 80 abriles a cuestas, el cineasta británico nos regala una historia que nos atrapa de principio a fin. Un autentico mazazo contra quienes niegan la tranquilidad de las y los que nada tienen. Daniel Blake (magnífico Dave Johns), un obrero de 59 años, viudo y con problemas cardiacos graves está obligado a dejar de trabajar. Ocasión sin igual para descubrir el calvario de las gestiones burocráticas que permitan a este trabajador modélico, que no ha sido vago ni delincuente, conseguir las prestaciones sociales (desempleo y pensión) para poder seguir adelante. En este sentido las diversas entrevistas en la Agencia para el Empleo con un personal totalmente deshumanizado, y que hace abstracción de su enfermedad, son verdaderamente desesperantes y diabólicas. Una terrible odisea que solo hallará cierto sosiego en el encuentro casual con una mujer, madre soltera con dos hijos pequeños, y víctima igualmente de un sistema que la desahucia en todos los órdenes.

Cine en carne viva

Por supuesto, este cine de “realismo social” tiene sus detractores inevitables en los gurús de la crítica adocenada y burguesa, que no ven en él más que panfleto y maniqueísmo. Sin embargo, no serán pocas las y los espectadores que pondrán poner nombres y apellidos reales a estos personajes productos de la ficción cinematográfica. Es decir, los millones de trabajadores del Reino Unido, pero también de muchos otros países capitalistas, en los que después de verse privados de currelo son sometidos a desprecios y vejaciones. Por tanto, independientemente de la apreciación de unos y otros, el aguafiestas Ken Loach, narra con sentido de la verdad y de la denuncia —y lleva ya 50 años haciéndolo—, la supervivencia, la desolación y también la resistencia de los eternos perdedores de esta sociedad capitalista. Un tema que conoce a fondo por haberlo recogido de las calles y suburbios de su país natal. Sin duda, cine en carne viva lleno de lucidez amarga.

Rosebud

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