Grande, negra, muy guapa con su corte de pelo “afro”, de mirada alegre y verbo brioso. Así es Angela Davis, la líder comunista norteamericana que electrizó durante décadas a generaciones de revolucionarios, no sólo de Estados Unidos, donde nació y luchó incansablemente, sino del mundo entero. Su lucha contra el capitalismo, el segregacionismo y por el feminismo más radical marcó de manera indeleble los años sesenta y setenta del siglo pasado.

En su apasionante autobiografía, la mítica militante afroamericana propone a los jóvenes, desconocedores de su lucha en aquellos años particularmente confusos y convulsos, cerrar los ojos e imaginar lo que suponía en aquel contexto ser mujer, ser negra y ser comunista.

“En 1968 me puse a buscar la información que necesitaba para decidir si me interesaba ingresar en el Partido Comunista. En aquel momento de mi vida y de mi evolución política sentía la necesidad de ingresar en un partido revolucionario serio. Quería tener un ancla, una base, una amarra. Necesitaba unos camaradas con los que pudiese compartir una ideología común”. Ese era el estado de ánimo de Angela Davis después de haber comprobado que los contactos que había mantenido con el Partido Político de los Panteras Negras (BPPP, siglas en inglés), con el Black Power y con el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC, siglas en inglés) no la habían satisfecho plenamente.

Peor aún, sus efímeras existencias la habían hastiado, ya que las acciones concretas eran en general abandonadas a la menor dificultad. Estaba harta igualmente – precisa en su autobiografía -  de que los hombres midiesen su capacidad sexual por el grado de subordinación intelectual de la mujer. “Para mí la revolución nunca fue un pasatiempo de juventud, algo esporádico, hasta que llegara el momento de “sentar la cabeza”; (…) ni tampoco una nueva forma de vida social, emocionante por el riesgo y la lucha que implicaba y atractiva por un estilo de vestir diferente. La revolución es una cosa seria, la más seria en la vida de un revolucionario. Cuando uno se compromete en la lucha, debe ser para siempre”.

Con ese espíritu radicalmente transformador, Angela Davis visitó Cuba por primera vez en 1970, coincidiendo con la víspera de la fiesta nacional del 26 de julio y con el inicio de la dura campaña de la “zafra de los diez millones”. Fascinada por el entusiasmo revolucionario de los cubanos por alcanzar aquella importante cifra para la economía de la isla, Davis participó también en ello con todas sus fuerzas. “Seguíamos el horario de todos: nos levantábamos a las cinco, desayunábamos y salíamos al campo con los machetes dispuestos a cumplir con lo planificado”, destaca la líder afroamericana en su impactante autobiografía. Un primer viaje a Cuba que para Angela Davis supuso adquirir madurez política, pero también quedar marcada indeleblemente por la lucha de todo un pueblo en defensa de su Revolución.

Proceso ejemplar

Tras aquel trascendental viaje a la patria de Fidel, Angela Davis volvió a su casa de la Costa Oeste para impartir clases de Filosofía en la Universidad de Los Ángeles. Un deseo en buena parte frustrado, porque después de ser expulsada de la institución de enseñanza superior por su militancia en el Partido Comunista de los Estados Unidos, y una vez consumada una victoriosa campaña contra lo que era realmente una “caza de brujas”, la dirigente afrodescendiente se implicó tenazmente en la lucha contra el racismo y por la liberación de los negros. “En todo el país aumentaba la represión. Los Panteras Negras sufrían con especial intensidad las estrategias judiciales y la violencia policial”, escribe Angela Davis en una de las páginas más palpitantes de la mencionada autobiografía. Una organización, la de los Panteras Negras, que para el perverso Edgar Hoover, director del FBI, representaba “la amenaza más grave a la seguridad interna del país”. En su defensa, y en la de los Hermanos de Soledad, tres militantes negros inculpados de matar a un guardia de prisión blanco en la californiana cárcel Soledad, Angela Davis dedicó la mayor parte de su tiempo de activista revolucionaria. Así, hasta que un 13 de octubre de 1970, acusada sin pruebas de haber ayudado a escapar a los condenados de aquella siniestra prisión, Davis fue detenida en Nueva York y encarcelada en su inmunda cárcel de mujeres. Una decisión política centrada en su persona que dio lugar a impresionantes manifestaciones de solidaridad en los Estados Unidos y en el mundo entero. Concluyendo todo ello en un proceso judicial de enorme tensión y repercusión internacional. Un juicio ejemplar celebrado finalmente en la ciudad de Santa Clara (California) que permitió a la defensa de Angela Davis y a ella misma denunciar la farsa judicial montada, la infrahumana vida de los presos y el racismo imperante en las cárceles norteamericanas. “Me esforcé por demostrar al jurado que mis actividades en defensa de los Hermanos de Soledad formaban parte de la historia de mi compromiso con el movimiento a favor de los presos políticos”. Por fin, y después de infructuosas peripecias orquestadas por el FBI para implicar a Angela Davis en fabulados delitos comunes, el 4 de junio de 1972 (un domingo por la mañana) los doce miembros del jurado popular proclamaron el veredicto de su inocencia. Por su parte el juez Anerson, mientras Angela Davis resaltaba en conferencia de prensa que “el inmenso poder que tiene el pueblo unido y organizado para transformar sus deseos en realidades, para luchar contra el racismo y la persecución política”, declaraba cerrado el proceso 52.613 del pueblo de California contra la indomable combatiente antisegregacionista.

Hoy, a sus 80 años de edad, y después de haber ejercido como conferenciante de estudios afroamericanos en el Colegio de Claremont; de haberse convertido en catedrática en la Universidad Estatal de San Francisco; de haber recibido el Premio Lenin de la Paz y de haberse presentado dos veces, en 1980 y 1984, a las elecciones presidenciales estadounidenses como vicepresidenta del candidato comunista Gus Hall, Angela Davis sigue siendo un referente en la lucha antirracista, por los derechos civiles y penitenciarios y en la defensa del feminismo más radical.

Para profundizar en todo ello, es decir en su fecundo pensamiento revolucionario, desde  estas páginas recomendamos leer algunos de sus más destacados libros. Por ejemplo, Mujeres, Raza y Clase (1981), una obra sobre la violencia racista, de género y de clase desde un punto de vista feminista marxista;  Are Prisons Obsolete? (2003), un análisis sobre la mentira de la justicia a través del castigo penitenciario,  o la vibrante Autobiografía Angela Davis (2016), fuente en la que ha bebido la redacción de este artículo. Volúmenes todos ellos de total vigencia en nuestros días.

José L. Quirante        

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