Cuando en los años sesenta y setenta – quizá los mejores de mi vida - las neuronas y las hormonas hervían en mi organismo, yo gritaba con odio en las entrañas ¡Yankee Go Home! (¡Yanqui vete a casa!). Por aquel entonces Vietnam se desangraba por los cuatro costados en una guerra atroz. Un conflicto bélico que comenzó en 1946 con Francia como potencia colonial, y que, tras su colosal derrota en Dien Bien Phu en 1954, lo continuó el imperialismo norteamericano después de orquestar una infame y simulada altercación en el golfo de Tonkín, el 2 de agosto de 1964. Una intervención militar masiva en aquel país del sudeste asiático que ocasionó hasta abril de 1975, fecha en que aumentadas dosis de jarabe vietnamita acabaron con la invasión yanqui, más de 2 millones de muertos, entre ellos 58.000 estadounidenses; pero también un espantosa guerra bacteriológica y un terrible desastre medioambiental (“Operación Ranch Hand”), cuyas dolorosas secuelas persisten todavía en la patria de Ho Chi Minh. Mejor recordarlo en estos días.

Al borde del abismo

Sin embargo, no era esa la primera vez que la potencia más criminal del planeta invadía un país ajeno para, según la “Teoría del dominó” del belicoso presidente Eisenhower, “contener el comunismo en el mundo”; en realidad, para defender sus imperiales intereses económicos y geoestratégicos. Antes ya lo había hecho en China (1945-1946), Corea (1950-1953), Guatemala (1954), Cuba (1961), Indonesia (1964-1965), etc., etc. Y así, con repetidas invasiones, masacres y saqueos hasta llegar a las recientes atrocidades cometidas por Estados Unidos y sus serviles aliados, entre ellos España, en Afganistán (2001-2021) con un saldo de 900.000 muertos, Irak (2003) con 1.220.580 muertos hasta hoy, Libia (2011) con más de 50.000 víctimas, Siria (2012) con 380.000 muertos en 9 años de conflicto…Y como si tanto horror no bastara, ahora estos desalmados “señores de la guerra” con el Imperio a la cabeza y la Unión Europea lamiéndole las botas, tensan al máximo la cuerda de un conflicto con la ex­­­-Unión Soviética que podría llevar al viejo y decadente continente, y puede que al mundo entero, al borde del abismo. Según cuentan los rastreros medios de comunicación burgueses hasta el empacho, porque el designado malo de la película (en este caso Rusia, que ya no es comunista, pero por si acaso) ansía invadir Ucrania (600.000 km2 – 46 millones de habitantes). Silenciando los muy canallas que en materia invasora EE.UU. es el líder, como hemos visto más arriba; que el actual presidente de la ex-­República Socialista de Ucrania, Volodímir Zelenski, acérrimo defensor de la entrada de Ucrania en la Unión Europea y en la OTAN, llegó al poder tras la derrota electoral del multimillonario Petró Poroshenko, en 2019, pero gracias a un golpe de Estado contra el presidente electo Víktor Yanukóvich perpetrado con anterioridad; y que, según el antiguo viceministro ruso de Defensa y actual embajador de Rusia en EE.UU., Anatoli Antonov, la organización terrorista OTAN disponía ya, en 2015, de “unas 400 bases y otros objetos militares alrededor de Rusia”. Motivos suficientes como para que Rusia, pero igualmente Europa, se preocupen por su seguridad y estabilidad. Porque ¿qué diría el Tío Sam si Rusia desplegara bases militares a lo largo de la frontera mexicana? Recordemos la “Crisis de octubre” en Cuba, y tendremos la respuesta.

Sin duda el Imperialismo yanqui busca tajada en este asunto, como ya la obtuvo a costa de Europa en las I y II Guerras Mundiales. Es decir, reafirmar su hegemonía mundial como consecuencia de la crisis sistémica que lo corroe. Por eso hoy más que nunca se impone aquello de ¡OTAN NO, BASES FUERA!, y, de manera especial, el grito todavía vigoroso en mi resquebrajada garganta de ¡YANKEE GO HOME!

José L. Quirante

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