Difundimos este interesante trabajo de Andrés Piqueras, con el doble propósito de:

  1. Situar nuestro acuerdo con la posición sostenida por su autor en relación  derrumbe final del sistema capitalista, motivado por la ley de la  acumulación.
  2. Especificar que este es un análisis con imprescindibles  consecuencias prácticas  que, necesariamente, deben trascender el marco teórico y, en cualquiera de los escenarios en los que se desarrolla la lucha de clases,  ser la base de una posición a la ofensiva del movimiento obrero y popular.

Reacción UyL


(continúa de Sobre la centralidad del trabajo y otras claves de la crisis del capital. Respuesta a Iniciativa Comunista (1 de 2)

Aun así, el capital necesita de esa continua movilidad absoluta (el paso a proletariado) de la población, mediante la continua desposesión de medios de vida. Todo lo cual, además, es fuente de dominación, dado que el poder relativo del Capital sobre el Trabajo está mediado por el factor de reemplazo de la mercancía fuerza de trabajo que aquél sea capaz de mantener.

La creciente explotación extensiva o extensión de la plusvalía absoluta, así como la multiplicación de nuevo de formas de trabajo por fuera de la relación salarial o sólo muy parcial o tangencialmente conectadas a ella, no debieran ser contempladas bajo la inamovible certeza de que “siempre existieron”, desconsiderando de un plumazo con esa evidencia tipo “boutade” tanto su importancia como su especial significado en esta fase del capital. ¿Por qué no considerar más bien estas características como indicadores de una involución capitalista a sus orígenes, como una carencia suya para seguir impulsando vigorosamente las fuerzas productivas y con ellas especialmente la plusvalía relativa?

Las palabras de Benanav (Henwood, 2023) son bastante claras al respecto:

“Y es cierto que si comparas la tasa de crecimiento de los últimos cuarenta años o así con la tasa de crecimiento de 1870 a 1910, no es tan diferente en la mayoría de los países ricos. Pero creo que esa comparación tiene dos problemas. Uno es que, como dije en mi libro sobre la automatización, creo que las tres últimas décadas del siglo XIX fueron un periodo de lucha de clases realmente intenso. Fue un periodo de grandes conflictos, ascenso del socialismo, pobreza endémica y desempleo. Una época muy turbulenta. Y creo que todos los esfuerzos reformistas que dieron lugar a la edad de oro, por excepcional que fuera, fueron reacciones a las dificultades que experimentó el capitalismo en ese periodo.

Así que creo que si quieres llamarlo «capitalismo normal» está totalmente bien. Pero entonces deberías reconocer que el capitalismo normal para mucha gente significa crisis, y que en el pasado ese nivel de capitalismo normal ha generado una lucha social bastante intensa. Ahora bien, por supuesto, no hemos visto una lucha social intensa en los últimos cuarenta años. En realidad hemos visto lo contrario. Pero creo que las cosas han empezado a cambiar en la última década. Teorías como la de Robert Brenner o la mía son intentos de explicar por qué está ocurriendo eso”. [Cursivas añadidas].

Concluyamos. Actualizar condiciones de la Primera Revolución Industrial no denota necesariamente “normalidad”, sino que puede leerse como menor capacidad de desarrollar fuerzas productivas-plusvalía relativa-desarrollo social.

Máxime si consideramos que gran parte de los empleos en el actual capitalismo global están sustentados por capital ficticio6. Kurz, que es un autor al que he criticado reiteradamente, es sin embargo uno de quienes mejor ha señalado estos procesos:

“Se fue tornando cada vez más imposible, igualmente para los mayores capitales individuales, refinanciar suficientemente solo con base en las ganancias que eran el retorno de periodos de producción anteriores (…) Existe, por tanto, una enorme diferencia entre la refinanciación del capital por el recurso predominante a una producción de plusvalía ya realizada en el pasado (por ejemplo, bajo la forma de reservas), por un lado, y por el recurso predominante a una producción de plusvalía futura, todavía ni siquiera iniciada y mucho menos realizada bajo la forma del crédito, por otro. (…) Incluso cuando el capital global se va expandiendo alegremente y la masa absoluta de plusvalía crece, se va creando un desfase temporal creciente entre la producción de plusvalía prevista y la que realmente se consigue. El capitalismo comenzó a gastar su propio futuro” (Kurz, 2015: 6-7).

Con todas esas ganancias en buena parte ficticias, es lógico que los indicadores de “crecimiento” todavía den cifras si no “saludables”, al menos aparentemente aceptables. Están adulteradas.

Por eso, hay que estar muy empecinado en aferrarse a los datos de crecimiento que ofrece un Sistema que es presa de una agudizada espiral de deuda, capital ficticio y “dinero mágico” o inventado para crecer, así como de una obsesiva apropiación de la riqueza social por parte de la clase capitalista (la conversión en mercancía de la riqueza social o de actividades humanas previamente externas a la relación capitalista, supone una cada vez mayor apropiación por menos capitalistas de la plusvalía total generada, y la consiguiente concentración de la riqueza en menos manos o el disparadero de la desigualdad social, pero no aporta nueva savia al Sistema). 


En este orden de razones, el que sólo China se haya mostrado capaz de convertirse en un nuevo centro mundial es muy significativo de la propia debilidad sistémica, debido a la demostración que realiza una economía planificada, con rasgos no estrictamente capitalistas -como economía en transición-, para indicar la salida del atolladero capitalista.

¿No nos preguntamos tampoco cómo es posible crecer indefinidamente, por ejemplo para aumentar sin cesar la masa de ganancia ante la renqueante cojera de la tasa de beneficio, en un mundo con menguantes recursos? ¿Eso tampoco se ve como dificultador de la reproducción ampliada del capital?

Es quizá la inquebrantable confianza en la “marcha triunfal” del capital lo que hace a IC, como a bastantes otras organizaciones y autores que se dicen marxistas, convencerse, contra toda evidencia, de la buena salud de las por ellos llamadas “clases medias”.

Así dicen en su página 25:

“Por debajo de las oscilaciones temporales producidas por las dos grandes recesiones de este siglo, parece que las condiciones materiales de vida de las «clases medias» occidentales siguen distando mucho de ningún tipo de «proletarización» generalizada. Así pues, hablar del «hundimiento del nivel de vida de amplios sectores de la población trabajadora a nivel internacional» tiene sentido únicamente cuando consideramos la realidad del Tercer Mundo, pero se convierte, sin embargo, en una generalización injustificada cuando tratamos de aplicarla también a los países ricos. El relativo estancamiento de la situación económica de la aristocracia obrera y la erosión de ciertos servicios asociados al Estado del bienestar suscita, en efecto, un empobrecimiento relativo de la población trabajadora, pero no tanto —y desde luego no todavía— nada semejante a una proletarización masiva”.

Primero, ¿qué significado tiene el proceso de proletarización para el MS?, ¿sinónimo de desempleo o de empleo altamente precario?, ¿de pobreza? Pero la proletarización no es sino el resultado de la desposesión histórica de los medios de vida (medios de producción) que ha padecido el conjunto de las poblaciones bajo el capitalismo, y por tanto de la obligación de asalarizarse para poder subsistir. La absoluta mayor parte de los seres humanos del mundo hoy son ya proletarios (con unas poblaciones campesinas remanentes -no las supuestas “clases medias” de las formaciones centrales- en proceso de serlo).

Aun así, y tirando por donde el texto de IC quiere ir, hay que decir que hoy es más que evidente el crecimiento no sólo de la desigualdad sino de la falta de la capacidad de autorreproducción de la fuerza de trabajo, eso que llaman “pobreza”. 

En su informe sobre la participación de los salarios en el producto nacional, la OIT anunciaba en 2012 (“Tendencias mundiales del empleo 2012. Prevenir una crisis mayor del empleo”, en http://www.ilo.org/public/spanish/region/eurpro/madrid/download/tendenciasmundiales2012.pdf) que en 16 economías de capitalismo avanzado la participación salarial media decayó del 75% del producto nacional en mitad de los años 70, al 65% en los años justo anteriores a la crisis de los años 2000, volviendo a decaer a partir de 2009. En otras 16 economías “en desarrollo” o “emergentes” estudiadas, el informe señala que esa participación media de los salarios cayó del 62% del PIB en los primeros años 90, al 58% justo antes de la actual crisis. En el ya citado informe de 2015 la OIT señalaba que la pérdida de salarios ascendía a 1 billón 218.000 millones en todo el mundo, a consecuencia de la brecha entre salarios y productividad.

Si tenemos en cuenta que el salario es el principal elemento de distribución de riqueza en el mundo capitalista, podemos deducir la significación social de estos datos, especialmente por lo que a desigualdad se refiere.

Por lo que toca a “las clases medias” (que no tienen real traducción marxista en el sentido que parece darles IC), uno de los investigadores que más ha incidido sobre este asunto, Milanovic (2006), además de recalcar esa progresión desigualitaria, tras seguir un minucioso método de ponderación concluye indicando la extendida y a todas luces peligrosa pérdida de importancia de las clases medias al nivel mundial, incluidas las formaciones centrales del sistema capitalista: en el año 1998, bastante antes de la aparición del estallido capitalista de 2007-2008, sólo el 6,7% de las personas del mundo percibían ingresos que las situaban entre la clase media mundial (2006: 171). Eso a pesar del contrapeso que una vez más ha ejercido China sobre esa decadencia.

En definitiva, y a la postre, las claves teóricas que queramos manejar tienen repercusiones práxicas y estratégicas. Definen nuestras políticas (en eso sí que estamos de acuerdo con la afirmación que IC hace al principio tomando como referencia a Lenin: «un milímetro de diferencia en la teoría se transforma en kilómetros de distancia en la política»).

Si decimos que el capitalismo cursa adecuadamente, tanto en tasa de ganancia como en crecimiento o masa de ganancia, lo más fácil de esperar es que pensemos que un nuevo ciclo de acumulación y un nuevo régimen de acumulación tipo keynesiano son factibles, y por tanto veamos congruente luchar por conseguirlo, e incluso apoyar a aquellas opciones socialdemócratas que pretenden mejorar el capitalismo para supuestamente (volver) a hacerlo más humano (muchas de estas opciones políticas reniegan apenas de la expresión neoliberal de este modo de producción, pero confían en que puede ser reformado hacia una nueva vía de “bienestar” y “desarrollo”, por no hablar ya de “democracia”, a la que ven perfectamente compatible con los principios del valor-capital). También nos permite instalarnos cómodamente en nuestro “chiringuito” asociativo, impotente para transformación alguna -pero en el que nos sentimos los más agudos y certeros críticos del Sistema-, sin hacer nada por sumar fuerzas, por confluir con las distintas expresiones del movimiento comunista de la humanidad, dado que no vemos la urgencia de hacerlo en un capitalismo al que atribuimos recorrido para largo.

Por el contrario, si señalamos su actual Crisis Sistémica (no como una crisis más dentro del capitalismo sino como un capitalismo en crisis), con todas sus evidencias de degeneración, y sobre todo y si, como subyaciendo a todo ello, nos fijamos en la evidente caída de la tasa media de ganancia, tendremos el factor explicativo clave de la oxidación o deterioro del capitalismo, con las consecuencias recién mentadas y otros muchos procesos negativos más7.

Por eso sí que es imprescindible discrepar de esta afirmación a mi entender antimarxista de IC, que aparece en su pg. 12:

“no es autoevidente que la caída de la tasa de ganancia deba manifestarse en el curso de la acumulación capitalista, ni, mucho menos, que deba constituir el motivo fundamental de la crisis estructural de este modo de producción. En realidad, el intento de ligar este descenso tendencial con un aumento en la composición orgánica del capital y formularlo, además, como una ley ineluctable contra el trasfondo de unas medidas contrarrestantes ni siquiera examinadas, siembra grandes dudas sobre la existencia de una ‘ley’ estricta para la tasa de ganancia.”

Tampoco, a mi juicio, es acertada su conclusión, aunque contenga algo de cierto:

“La crisis estructural del capitalismo, que amenaza con cerrar un ciclo histórico de varios siglos de acumulación —un ciclo basado, concretamente, en la explotación internacional y una apropiación polarizada de la riqueza social—, no procede del estancamiento industrial, de la automatización o de la pérdida de centralidad del trabajo, sino, precisamente, de la crisis del imperialismo como modelo dominante de acumulación”, p.27-28

Conclusión a buen seguro derivada de su tesis luxemburgiana, que formulan en su pg. 26 a través de una cita de Edwards.

“El imperialismo puede resistir exactamente tanto tiempo cuanto tenga pueblos ‘subdesarrollados’ a los que sobreexplotar, cualquiera que sea la forma que tome dicha actividad en nuestra época o en el futuro”.

Tesis que IC reitera en su pg. 27:

“Si, tal y como sugieren los autores aquí examinados, ni Estados Unidos ni China se encuentran en condiciones de reiniciar el ciclo de acumulación capitalista a escala mundial, ello tiene menos que ver con un exceso de capacidad industrial que con la reducción de los flujos de riqueza que, hasta hoy, venían sustentando al capitalismo; es decir, de los obtenidos mediante la explotación imperialista”.

Los crecientes obstáculos que encuentra el imperialismo tienen, efectivamente, su importancia, -además de que con ello se limita la posibilidad de que se vaya incorporando nuevo trabajo a escala sistémica dentro de las dos tendencias que anunció Marx (eliminación y nueva incorporación)-, pues la irrupción de un Mundo Emergente y la decadencia del Sistema Imperial Occidental van dificultando la extracción de plustrabajo por parte de las formaciones centrales respecto de las periféricas (con la consiguiente disminución de sus transferencias de riqueza hacia los centros imperialistas). Sin embargo, ese flujo dista bastante de que todavía sea escaso ni de que su fin sea inminente. Esa no es la base de degeneración del Sistema capitalista, sino, insisto una vez más, con Marx, la insuficiente generación de nuevo valor en los procesos productivos.

Reitero también, para terminar, que con la importancia que con ello otorgo a la LCTTG no quiero decir, y que esto quede bien claro de una vez, que necesariamente este modo de producción vaya a expirar de forma inmediata (la fatalidad es enemiga de la dialéctica). Desgraciadamente al capital le quedan salidas. La guerra, la desvalorización de capital mediante la propia Crisis -destrucción de capital instalado y de capital obsoleto-, la deslocalización, nuevos nichos para la acumulación, la acentuación de la explotación humana, el abaratamiento del capital constante, la apropiación de la riqueza colectiva, entre otras posibilidades, le han permitido en el pasado retomar la acumulación y emprender renovados ciclos de expansión. Lo que ocurre es que con el creciente desarrollo de las fuerzas productivas, a cada nueva obstrucción del ciclo de acumulación, la dimensión de la destrucción, la explotación, la apropiación de recursos, la desposesión y la guerra tiene que ser mayor, podríamos decir que de dimensiones ciclópeas si no apocalípticas.

No prepararse ante ello, pensando en la “normalidad” histórica de todo lo que sucede, sin un correcto análisis de fase o de etapa, hace roma toda intervención política, en el mejor de los casos. No estar listos para combatir la Guerra Total en curso y las dinámicas de Apropiación y Destrucción planetarias, debido a la fe en el avance del capital y en su “aceptable” estado de salud, nos hace, además de cómodos críticos más o menos inteligentes del Sistema, inservibles políticamente. Inofensivos a los ojos del propio capital (que por eso mismo puede permitirse fácilmente nuestra existencia).

Y es que a la postre, como vemos, unas u otras interpretaciones sobre la CTTG (“la más importante ley de la economía política capitalista”) son susceptibles de motivar diferentes perspectivas políticas, programáticas y estratégicas.

Pero tampoco pensar que el capital está definitivamente acabado, sin más, o que su declive conducirá al mundo feliz, parece que otorgue la posibilidad de erigir sujetos antagónicos con capacidad superadora de este cada vez más dañino modo de producción. Lo vemos en el Apéndice.

APÉNDICE

Sobre la centralidad o no del trabajo en el MS

Respecto de este punto coincido con las apreciaciones del texto de IC, y en concreto en lo dicho en su pg. 16:

“la acumulación de capital tiene como premisa necesaria la extracción de un valor excedente obtenido mediante el empleo de trabajo vivo: la plusvalía. Bajo este punto de vista, el trabajo no ha perdido un ápice de su centralidad”.

En el nº7 (de julio de 2020) de la revista Arteka, de Gedar, publicación digital del Movimiento Socialista del País Vasco, se encuentran algunas indicaciones de lo que puede ser la concepción del MS al respecto de lo aquí tratado sobre la centralidad del trabajo.

En función de lo allí escrito por la pluma de Kolitza, algunas aseveraciones parecen hacer gala de una “prematuridad histórica” o traslación al presente de lo que podría ser en un futuro, y que se trata como si ya fuera. La principal, núcleo básico de la que entiendo su propuesta teórica, aparece en la página 16 del nº 7 de Arteka:

“la pérdida de centralidad del trabajo vivo en el proceso del metabolismo social está creciendo exponencialmente y ya rebasa barreras históricas, poniendo en crisis sistémica a la moderna sociedad burguesa tal como esta se organiza a sí misma”

Previamente al autor lo había desarrollado de la siguiente manera: 

“El Capital, entendido como relación social, como dinámica de acumulación global exponencial de poder de mando sobre el trabajo vivo, pierde fuelle a la hora de dinamizar el proceso histórico social. Su base económica, antaño basada en la producción de plusvalías, está desapareciendo; y su aparato de relaciones sociales ahora consiste más bien en una guerra de unidades empresariales y sobre todo financieras que aparentan ‘producir’, cuando en realidad sirven exclusivamente para participar en el reparto, en la distribución del producto social global, ahora principalmente tecnológico” (pg. 15).

 Y antes aún:

“La política financiera de ofensiva que se viene desarrollando durante los últimos diez, sino veinte años, se enmarca en la derivación de la crisis capitalista de producción en una transformación estructural de la economía hacia una nueva economía de distribución crecientemente desigual, de producción casi nula, y de centralización reaccionaria de capitales” (pg.12).

Donde más se ve esa prematuridad histórica es en los siguientes pasajes: 

“la estrategia de desvalorizar la economía es inversamente proporcional a la estrategia de aumentar el peso específico que en ella tiene la élite financiera” (pg. 20).

“El motivo de esta generalización de saqueo de la burguesía financiera a la burguesía productiva, de los directivos a sus propias empresas, de los accionistas principales a los accionistas menores, y de los banqueros a los empresarios, es tan simple como que ya no renta la producción” (pg. 20).

Obviamente, todo esto podría darse por válido sólo si concebimos que el capitalismo está licuándose, para dar paso a otro modo de producción. Así parece asegurarlo Kolitza:

“en su defecto, y al haberse cronificado ya el estancamiento, el capitalismo está mutando de una formación social ‘autónoma’, es decir, sostenida en sus propias leyes históricas, a una formación social en vías de transición, en la que el modo de producción capitalista no ha desaparecido, pero va perdiendo su papel hegemónico” (pg.15).

Sin embargo, el asunto queda menos claro cuando leemos otros textos dentro del mismo número de Arteka – Gedar.

Así, por ejemplo, en la página 38, Gallastegui no parece precisamente seguir la línea de Kolitza:

“Muchos hablan de la Industria 4.0 como un conjunto de tecnologías: fabricación aditiva, ciber seguridad, computación en la nube, Internet de las cosas, robótica colaborativa, realidad virtual y aumentada, Big Data y analítica… Lo cierto es que todas estas tecnologías están implicadas en la transformación hacia la nueva era industrial, pero tras todas ellas existe un fin común: la optimización de los procesos productivos para la extracción de mayor plusvalor.” 

¿O sea, que todo está orientado para una gran extracción de plusvalor con las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial? En la página 44 el autor enreda aún más la cuestión:

“Como ocurre con todos los avances tecnológicos en la industria, el objetivo es el incremento del plusvalor mediante la reducción de la fuerza de trabajo necesaria para la producción de mercancías”

¿Se refiere, entonces, a la extracción de una superplusvalía relativa de la cada vez más menguante fuerza de trabajo vivo? 

Quien a todas luces contradice abiertamente a Kolitza en el número que tratamos, es García-Salmones. Veamos estas dos joyas declarativas suyas de la página 48:

“en mi opinión muy posiblemente todavía queda un ciclo largo de acumulación, hacia un horizonte límite de 2050-60, sobre la base de posibilidad de la proporcionalidad entre la masa de ganancia necesaria para mover la siguiente expansión, - incrementada por la incorporación en secuela toyotista gradual pero masiva del proletariado de India y África -, la tasa de ganancia todavía posible, quizá de un 5-10% de media mundial, y la cuota de explotación no autodestructiva alcanzable por la vía de la optimización radical del Trabajo Útil”.

“No es cierto que en el modo de producción capitalista el Trabajo Objetivado niegue determinísticamente de forma estructural y absoluta al Trabajo Vivo; se combinan dialécticamente.”

En suma, a partir del número de la revista de Gedar que toma como referencia IC, es muy difícil precisar la postura del MS sobre la centralidad del trabajo. Más bien parece albergar posiciones contradictorias, al menos según están ahí expresadas.

Por mi parte, como es obvio en función de lo que vengo sosteniendo teóricamente, comparto la llamada de atención del MS sobre las crecientes dificultades que encuentra el capital productivo para valorizarse, paro es a todas luces anacrónico decir que “ya no renta la producción”. También concuerdo en señalar el deterioro de la capacidad de asalarización del modo de producción capitalista y, en general creo que coincidimos en que la sobreacumulación de capital le va minando por dentro, muy posiblemente propiciando que se inicie con ello por parte de las elites una interfase, ya no 100% capitalista, mientras se gesta otro modo de producción que haga redundante a la mayor parte de la humanidad; aunque hoy todavía estamos apenas atisbando esas posibilidades, y desde luego no creo que mientras el capital perdure, aunque la relación del trabajo abstracto fuera perdiendo importancia proporcional, deba expresarse como “pérdida de centralidad del trabajo”, no sólo porque es teóricamente incorrecto expresarlo así, sino por la confusión política a la que puede llamar.

Sea como fuere, lo que me parece vital es tener clara la degeneración de este modo de producción, la cada vez más palpable imposibilidad de reformarlo, con todas sus consecuencias o implicaciones catastróficas, y con ello la necesidad de luchar por un modo de producción superior, por emprender el largo proceso de construcción del socialismo como única posibilidad de vida digna, e incluso de supervivencia, de la humanidad.

Sobre el tema del Estado y su necesidad histórica para esa transición, lo dejaré para una próxima conversación teórica con el MS.

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NOTAS

1 Esa “ley tendencial” está correlacionada con la composición orgánica del capital (proporción de capital constante por unidad de capital invertido en la producción), el numerador marxiano que no alcanzan a entender los keynesianos ni al parecer algunos marxistas, y que es resultado del hecho que a medida que la pulsión por mejorar la productividad obliga a incrementar la inversión en capital constante, crece la tensión al alza sobre la composición del capital. Esta composición puede medirse como el coeficiente capitalproducto, esto es, c/(v + pv) [donde c es el capital constante, v es el variable y pv es la plusvalía]. Pero para calcular la ganancia (g), la c la pasamos al denominador. Entonces, a partir de la fórmula g = pv/(c + v), la ganancia puede crecer indefinidamente siempre que la tasa de explotación tienda a infinito [todo el valor nuevo tendería a ser plusvalor (vn = v + pv → pv)]. Algo difícil de imaginar indefinidamente, al igual que ocurre con el resto de los pasajeros factores contrarrestantes que enunció Marx. Siendo esa dificultad mayor si tenemos en cuenta que cada vez se necesita más capital constante para generar plusvalor en escala decreciente del cada vez menor tiempo de trabajo necesario que va quedando según avanza la incorporación tecnológica a los procesos productivos y la consiguiente intensificación de la plusvalía relativa.

“Al margen de los debates teóricos, siempre ha existido una crítica, realizada desde los enfoques más ortodoxos de la economía, acerca de la validez de estudios empíricos de las teorías marxistas. Frente a esta demanda, es precisamente esta nueva interpretación la que aporta un importante trabajo empírico en la última década, donde ha conseguido obtener datos sobre la Tasa de Ganancia, la Tasa de Plusvalía, la Tasa de Acumulación y la COC, que les permiten avanzar en los análisis sobre las crisis y los ciclos en el capitalismo. Estos análisis empíricos no están exentos de problemas. Entre los que se destaca la dificultad de compatibilizar las categorías marxistas con la contabilidad de los países capitalista; de ahí que gran parte de los autores realicen sus trabajos sobre el caso nacional de EE. UU.12 :“Most empirical work up to now has been concentrated on measuring the US rate of profit and trying to get a measure that is close as possible to Marxist categories, i.e. à la Marx” (Roberts), debido a la importante base de datos que se puede encontrar sobre las cuentas nacionales de este país. La importancia de la actual crisis ha venido de la mano de la realización, por parte de los autores marxistas, de un buen número de trabajos en los que se ha podido probar la capacidad explicativa de la LTDTG, entre los que podemos destacar los de Valle, Freeman, Izquierdo, Harman, Carchedi, Roberts, Kliman y Carchedi y Roberts, desde la óptica temporalista. Y desde la NI, los trabajos de Husson, Tapia y Astarita, y Dumenil y Levy.

(…) De forma más acotada, antes de la crisis actual, Carchedi y Roberts encuentran que para EE. UU., entre 1997 y 2008, la Tasa de Ganancia cayó un 12%, a la vez que COC crecía un 22%; en cambio, la Plusvalía creció únicamente un 2%. Esto demuestra empíricamente todos los pasos que caracterizan la LTDTG, con un crecimiento de la COC, un incremento o estancamiento de la Plusvalía como consecuencia de los límites que presenta, y por último, una caída en el largo plazo de la Tasa de Ganancia. Además, Carchedi y Roberts, Freeman, y Kliman observan que la capacidad explicativa de la COC respecto al descenso de la Tasa de Ganancia estaba en torno al 60%. De manera similar, Izquierdo encuentra que cerca del 78% de la caída de la Tasa de Ganancia en dos periodos distintos (entre 1928-1973 y 1974-1983) se explicaría por el incremento de la productividad. No hay que olvidar que no se identifica el inicio de la crisis únicamente con una caída prolongada de la Tasa de Ganancia, sino cuando esta provoca un estancamiento o caída de la Masa de Ganancias. Precisamente esto es lo que Carchedi y Kliman encuentran para EE.UU. entre 2006 y 2009, con una caída de 10 puntos porcentuales.” (Martín, 2016: 53-54; las referencias bibliográficas del autor han sido aquí omitidas).

Según Maito (2013) en las formaciones de capitalismo avanzado la tasa media de ganancia cayó de algo más del 40% en 1869, a poco más del 10% en 2009. Y la tasa media de ganancia mundial pasó de 31% en 1950, a cerca del 18% en 2008.

  1. “Una de las aportaciones más relevantes, influyentes y, al mismo tiempo, controvertidas de El capital de Karl Marx es la llamada ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia (LCTTG). Esta proposición plantea una concepción completamente heterodoxa y crítica del capitalismo porque revela la contradicción esencial irresoluble que caracteriza a este modo de producción. Por esa razón, ha sido sistemática y frontalmente rechazada por todas las corrientes de pensamiento económico ortodoxas, ya que supone la completa negación de cualquier pretensión de concebir un capitalismo estable, armónico y libre de crisis, así como de cualquier estrategia de gestión progresiva del sistema por parte del Estado. El rechazo de la LCTTG por parte de las escuelas que se afanan en naturalizar, legitimar y defender el capitalismo es comprensible. Sin embargo, llama más la atención que esta ley sea también rechazada por algunos autores que se autodefinen como marxistas” (Del Rosal, 2024: 61).

  2. Como quiera que toda producción humana está enmarcada por las relaciones sociales en que se halla (la forma que la determina), no se puede dejar de partir para su análisis de tal determinación (de su relación con el valor, en nuestro caso). En el modo de producción capitalista, el trabajo productivo se define y sustenta a partir de un elemento objetivo como el ciclo de valorización del capital, lo que significa que será la ubicación de cada trabajador/a en este proceso la que definirá el carácter de su actividad. Aunque en realidad, la forma asalariada y el carácter mercantil de la actividad son exigencias necesarias mas no suficientes para el carácter productivo del trabajo en términos del capital social o del conjunto de la economía. Para los propósitos de explicación de este texto resumiré diciendo que trabajo productivo (y por extensión “capital productivo”) desde el punto de vista del todo social es aquel que no sólo produce plusvalía, sino que además produce nuevo valor. Esto es exclusivo del capital industrial (los otros capitales no hacen sino apropiarse de parte de la plusvalía obtenida por él a través del trabajo no pagado). A falta de espacio para desarrollar este punto aquí, remito a mi elaboración teórica al respecto, que intenta seguir la de Marx, y es deudora de la del Observatorio Internacional de la Crisis (Piqueras, 2022 -capítulo 4.3-, y 2024a).

  3. Este autor señalaba también que: “una razón por la cual [en EE.UU.] no tenemos fábricas de robots es porque alrededor del 95 por ciento de los fondos para la investigación en robótica han sido canalizados a través del Pentágono, que está más interesado en desarrollar drones sin pilotos que en automatizar fábricas de papel” (Graeber, 2012: s/n)

  4. Allí dice que las consecuencias de la crisis no se han reflejado tanto en un crecimiento del desempleo absoluto como en un sorprendente aumento de diferentes modalidades de subempleo (informalidad, jornadas parciales, trabajo no productivo, etc.), que traen aparejado un aumento de la desigualdad con la expansión de trabajos mal pagados que se presentan como un destino inevitable ante la alternativa de la cesantía, generando además una población sobrante cada vez más numerosa que no parece tener cabida ni alternativa de supervivencia a largo plazo en el capitalismo.

Efectivamente, la precariedad laboral resultante es del todo patente en aspectos como: a) la temporalidad laboral; b) la importancia de las modalidades de trabajo sin relación contractual y a menudo tampoco salarial; c) la creciente extensión de la figura de los “falsos autónomos”; d) la enorme dimensión de la economía sumergida (alrededor de un cuarto del PIB español, por ejemplo); e) las peores condiciones laborales en relación a aspectos como los bajos salarios, el desajuste entre la formación adquirida y el puesto de trabajo desempeñado, la prolongación de la jornada laboral (a menudo sin compensación económica) y la flexibilidad horaria, así como la elevada incidencia de la siniestralidad laboral; f) el menor acceso a la protección social; y g) una tutela colectiva debilitada por el recorte de los derechos protegidos por las normas internacionales de trabajo, incluidas la libertad sindical, la negociación colectiva y la protección contra el acoso y la discriminación [ver lo que los propios agentes del capital dicen al respecto en

“Tendencias del empleo en el mundo ” Así será el futuro del empleo en la era de la IA, la sostenibilidad y la desglobalización | Foro Económico Mundial (weforum.org) The Future of Jobs Report 2023 | Foro Económico Mundial (weforum.org)]. Todo lo cual no puede sino ser visto como una creciente expulsión parcial de la fuerza de trabajo, tal como indico en el cuadro 1, que se combina más y más con la expulsión total de la misma. 

  1. Frente a esa falta de rentabilidad, cada vez mayor parte del capital vuelve (“involuciona”) a su forma simple de dinero, porque la sobreacumulación se resuelve a través de la forma monetaria del capital, el capital portador de interés y sus formas ficticias.

Esta dinámica hace del parasitismo especulativo o de la especulación parasitaria un componente cada vez más importante del sistema capitalista mundial (que por supuesto incluye también la hipertrofia militar, la narco-economía y el consumo suntuario de las élites globales, entre otras de sus excrecencias)6.

Esto es a todas luces chocante para el funcionamiento estrictamente “capitalista” (conversión del dinero en capital a través de la continua creación de nuevo valor como plusvalor). Recordemos que Marx ya señaló el predominio de las formas mercantil y monetaria del capital en el final de la Edad Media. Con el desarrollo de la forma productiva, ésta pasa a ser determinante en el modo de producción capitalista. Sin embargo, hoy se está invirtiendo ese proceso, al ser la forma monetaria, en su modalidad de capital a interés y sus correspondientes expresiones ficticias, la que adquiere más y más protagonismo. Pero si en el capitalismo el capital a interés no puede existir sin el capital productivo -sin mantener una proporcional dimensión respecto a la masa del mismo-, podemos calibrar lo que significa la disparatada escalada exponencial de capital monetario (cada vez más ficticio) existente en esta fase del capital.

Recordamos también en este punto, que el capitalismo se desenvolvió como medio de producción frente al rentismo tardofeudal [Ese rentismo estaba expresado por medio de la renta de la tierra y del interés. El capitalismo tuvo que sobreponerse a ambos, además de luchar secularmente contra las poblaciones que, entre otros objetivos, intentaban evitar su propia conversión en “fuerza de trabajo”. El parasitismo financiero (que comprende a un tiempo la renta y el interés) ayuda hoy al capital productivo a aplastar la oposición del factor Trabajo, pero al tiempo le va minando por dentro. Cuando el capitalismo tuvo sus momentos de despegue a mitad del siglo XIX y en los “Treinta Gloriosos” del XX, es cuando el capital industrial más contrarrestó al capital rentista, de tal manera que la dinámica de crecimiento llegó a estar asociada por Keynes con el “suicidio del rentista”. No hay posibilidades de viabilidad a medio plazo, en cambio, para un capitalismo bajo estas marcadas características especulativo-rentísticas (donde el capitalproductivo va perdiendo peso en el conjunto de ganancias ¿capitalistas?)].

 

  1. En Piqueras (2024a y 2024b) he explicado y documentado que correlativamente a la obstaculización de la tasa de ganancia, se resiente, por ejemplo, la inversión productiva, el empleo industrial, la productividad y la reproducción ampliada del capital.

Andrés Piqueras

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