Hace pocas fechas Iniciativa Comunista (en adelante IC) realizó un texto entrando en debate con el Movimiento Socialista (MS), sobre el documento del Euskal Herriko Kontseilu Sozialista (EHKS) -¿su posible órgano de dirección política?-, titulado Nueva Estrategia Socialista (enlace.

El artículo crítico de IC, titulado “Sobre la centralidad del trabajo” (enlace) alberga su importancia al entrar en el meollo de la cuestión: ¿hablamos de crisis capitalistas recurrentes y reproducidas en el tiempo indefinidamente, o de una Crisis Sistémica de este modo de producción?  

Y digo que la cuestión es importante porque marca la manera en que concebimos la vida del capitalismo:

La LCTTG [ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia] tiene su fundamento esencial en el hecho de que Marx no entiende las crisis crónicas del capitalismo como fenómenos accidentales, exógenos o evitables, sino como elementos consustanciales a la dinámica del sistema. En este sentido, establece implícitamente una distinción teórica que resulta clave para comprender tanto el significado de la propia ley como el funcionamiento del modo de producción capitalista: la diferencia entre la crisis (en singular) y las crisis (en plural) del capitalismo” (Del Rosal, 2024:62; el propio autor indica que también se han distinguido como “crisis cíclicas” y “crisis secular” del capitalismo). 

De ahí que la opción por la primera respuesta, descartando la segunda, nos remita por lo general a una suerte de fe en la tendencial infinitud del capitalismo como modo de producción capaz de superar siempre todas sus crisis a falta de sujeto que le supere a él mismo. Una fe que, contra toda evidencia histórica precedente, contra toda dialéctica de la Vida -del propio Cosmos-, está muy arraigada entre bastantes marxistas. Una postura próxima a ello da trazos de ofrecer el texto firmado por Iniciativa Comunista.

La segunda opción de respuesta a la pregunta formulada puede plantearse de dos formas principales:

  1. que se haga ver la Crisis como surgida por causa de una acumulación de factores estructurales que conllevan al colapso del capitalismo;
  2. que la Crisis Sistémica sea señalada como propia de una contradicción o enfermedad estructural de este modo de producción (llamada sobreacumulación de capital) y que, efectivamente, conduce a crisis recurrentes, pero que las medidas aplicadas para superarlas van haciendo cada vez más difícil el remonte de nuevas crisis y a la postre van obstruyendo el funcionamiento del capitalismo. Esta segunda es mi postura.

¿Dónde quedan los sujetos políticos en todo ello? Pues en la diferencia abismal que hay entre “colapso” o si se quiere, “agotamiento”, y “superación” del capitalismo. El capitalismo es un sistema finito, como todo lo que hay en este mundo, por mucho que sus promotores y defensores, así como algunos marxistas, se empeñen en señalar lo contrario. Tarde o temprano -y simplemente las condiciones infraestructurales tienden cada vez más a marcar que posiblemente sea más temprano que tarde-, dejará de existir. Más que en forma de “colapso”, conforme ya he señalado en muchas otras ocasiones, yo veo ese paso como una lenta degeneración, como la trayectoria de una piedra que cae por la ladera de un monte rodando y dando pequeños saltos (de momentánea “recuperación”), pero siempre cuesta abajo (lo que no deja de sorprender de muchos críticos que se dicen marxistas es su empeño en no ver la evidencia de los síntomas de un capitalismo en descomposición, algunos de los cuales una vez más señalaré en este texto).         

Ahora bien, para que más allá de su extinción el capitalismo dé paso a un modo de producción superior en términos de calidad de vida humana, de dignidad e igualdad social y de integralidad sistémica, es decir, una sociedad socialista, se requiere una intervención revolucionaria. De lo contrario, el agotamiento del modo de producción capitalista no sólo no tiene por qué llevar a nada mejor, sino que alberga muchas posibilidades de meternos en un mundo de barbarización generalizada en pugna por los escasos recursos que queden. Siempre hay que considerar, además, la posibilidad de un tipo de “revolución pasiva” mediante la que las elites podrían en algún momento comenzar a desconectarse del capital para emprender el camino hacia un modo de producción automatizado, a costa del conjunto de la humanidad.

Aclarado esto, para pasar a afrontar los argumentos de IC hemos de hacer una primera observación. En su caracterización de la crisis, en la página 10, el texto de IC da a entender la improcedencia de achacarla al aumento de la composición orgánica del capital, ante la creciente masa salarial que se da en las formaciones de capitalismo avanzado o primigenio (que ellos llaman “países ricos”). Sus palabras:

“la masa salarial de los países ricos es significativamente superior a la de los países pobres; de ahí que, incluso en condiciones de acumulación normal del capital constante, su proporción con respecto al capital variable no crezca al mismo ritmo que en la periferia.”

El argumento es sorprendente, porque según el mismo la composición orgánica del capital ¡sería proporcionalmente mayor en las economías periféricas o de capitalismo tardío! 

En todo caso (y más allá de que eso haría desaconsejable la deslocalización productiva), la masa salarial por sí sola no indica necesariamente carencia de sobreacumulación. Lo que mide la sobreacumulación con claridad es la proporción de trabajo vivo empleado en los procesos productivos generadores de nuevo valor. Proporción que desciende frente al capital fijo, aunque pudiera aumentar el precio de la fuerza de trabajo remanente en los procesos productivos. Lo cual, dicho sea de paso, no parece cierto para el conjunto de la fuerza de trabajo, dado que no sólo se está dando una reducción de la masa salarial mundial, sino que en la propia UE fue de menos 485.000 millones de $ en 2013 (OIT, http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---dcomm/--publ/documents/publication/wcms_368643.pdf).

 Más adelante, en el debate con el Movimiento Socialista sobre la centralidad del trabajo, IC distingue tres posibles enfoques del trabajo:

  • Como fuente de valor
  • Como parte del capital
  • Como relación social

Sus conclusiones parecen llevar a que ninguna de esas condiciones se ha modificado sustancialmente en el presente como para que podamos hablar de Crisis Sistémica (que ponga en peligro la dinámica de acumulación del capital).

No deja de ser congruente con ello, pero al mismo tiempo contradictorio para quienes se dicen marxistas, hacer un análisis cuestionador de Marx sobre la importancia de la tasa de ganancia, tomando como referencia a autores antimarxistas, como Nitzan y Bichler, u otros que diciéndose marxistas niegan “la más importante ley de la economía política” según palabras de Marx, su descubridor (subapartado b del apartado 3, pg. 11)1.

Postura que no por casualidad está hoy muy en boga entre el “neomarxismo” y el “postmarxismo”, como argumenté en Piqueras (2022). Para ver la decisiva importancia que Marx diera a esa ley, LCTTG2, he desarrollado dos textos a los que remito para profundizar en la discusión al respecto y para tenerlos en cuenta como base de lo que aquí digo (Piqueras 2024a y 2024b).

Veamos, entonces, mi postura sobre los argumentos de IC a los tres enfoques sobre la centralidad del trabajo.

  1. El trabajo es la única fuente de valor-plusvalor del capital. Si el capitalismo perdiera esa condición como central, agonizaría definitivamente. Por eso yo tampoco entiendo qué quiere decir el EHKS al hablar de esa supuesta pérdida de centralidad. Si con ello aluden a un nuevo capitalismo, es imposible. Se trataría de un capitalismo claramente moribundo, en fase de desaparición, que, en todo caso, estaría dando paso a otro modo de producción (como dije antes, probablemente “automatizado”). Si a lo que se refieren, por contra, es a que la progresiva pérdida de centralidad del trabajo agrava la Crisis Sistémica del capitalismo, entonces podría ser. Lo que ocurre es que no deberíamos confundir “proporción” (o “importancia”) con “centralidad”, ni tampoco trabajo abstracto generador de valor con trabajo en general, pues mientras exista el capitalismo la “centralidad” del trabajo abstracto es indefectible (ver Apéndice en el que hago algunas reflexiones sobre un texto de MS al respecto).

Ahora bien, ¿está perdiendo la “importancia” el trabajo abstracto? Como ya anunció Marx, se trata de una tendencia relativa, en función de la masa de capital disponible para invertir y la que realmente se invierte. Es decir, que podría aumentar en número la implicación del factor trabajo en los procesos productivos mundiales del capital, como de hecho ocurre, pero no en proporción al total de capital empleado en la producción, ni mucho menos en relación con el disponible (una parte creciente del cual no se reinvierte productivamente). 

  1. En el segundo enfoque a mi entender IC comete un error de bulto, que consiste en contemplar el desplazamiento del trabajo productivo al trabajo improductivo (esferas del capital mercantil, del capital a interés y del Estado)3, como si fueran equivalentes en términos de ganancia y de acumulación de capital. Tanto menos lo son las actividades sociales que han sido mercantilizadas en un cada vez más angustioso intento de seguir obteniendo ganancias, pero que en realidad no hacen sino “cosechar” un valor ya generado (unos capitalistas se van quedando con más parte de la plusvalía obtenida por otros capitalistas y con una porción mayor de los salarios), no añadir nuevo valor al Sistema.

La sustitución de empleos productivos por la substancia (generadores de nuevo valor que vigoriza al conjunto del Sistema) por empleos sólo productivos por la forma (producen plusvalía sólo a capitalistas individuales -comerciales y a interés-) o directamente improductivos (la mayor parte de los estatales y de servicios personalizados o relaciones mercantilizadas), no tiene el mismo resultado sistémico ni implicaciones, por tanto, de cara a sus crisis [así, por ejemplo, más de la mitad de la inversión contabilizada oficialmente en EE. UU. y Gran Bretaña poco antes de la crisis de 2007-2008, según Smith (2016), se debió a desembolsos en inversión no productiva. Además, en el último cuarto del siglo XX la mayor parte de los gastos del capitalismo global eran ya indirectos a la acumulación (Kidron, 2002)].

 Siguiendo su línea en el tratamiento de este segundo enfoque, en su página 18, IC hace las siguientes afirmaciones:

 “De hecho, durante los últimos 45 años, la destrucción de empleo industrial ha tenido más que ver con las grandes recesiones económicas que con la robotización de la industria”

 “lo cierto es que el ritmo de implantación de robots industriales y otras tecnologías destinadas a la sustitución del trabajo humano no parece particularmente elevado”

 Aprovecho la oportunidad que me ofrecen sus palabras para hacer una reflexión histórico-política al respecto. Autores como Albert Einstein y Norbert Wiener advirtieron en su momento de la alta posibilidad de que el desempleo por la automatización llevara a levantamientos sociales, mientras que otros autores sostuvieron que la conclusión a extraer para la clase dominante sería la de guiar el desarrollo tecnológico en direcciones que no desafiaran las estructuras de autoridad existentes; algo que gobernantes y “capitanes de la industria” ya habían pensado. De hecho, las posibilidades disruptivas de la automatización fueron discutidas en los años 50-60 del siglo XX, en los ámbitos de poder industrial y político de EE.UU. “The Automation Jobless” fue el título que se le dio en el TIME de 24 de febrero de 1961: lo que preocupaba no era que la automatización sustituyera trabajo humano sino de que no fuera capaz de crear igual cantidad de nuevos puestos de trabajo. La preocupación era tan grande que el presidente Lyndon B. Johnson, promovió en 1964 la creación de una Comisión Nacional sobre “Tecnología, Automatización y Progreso Económico”. La Comisión se tomó en serio la posible disrupción tecnológica, hasta el punto de que recomendó, entre otras medidas de corte distributivo, “un ingreso mínimo garantizado para cada familia”, utilizando al Estado como empleador de última instancia (sí, efectivamente, hace tiempo que la clase capitalista tiene pensada la “renta básica” como un pobre paliativo de la des-sociedad).

 Pero también en la Unión Soviética la cuestión se trató seriamente. En concreto el 8 y 9 de febrero de 1955 el Soviet Supremo de la URSS anticipaba, con un informe de Bulganin, que la marcha inexorable de la automatización podía suponer la autoaniquilación del capitalismo. Una de las figuras punteras que analizó lo que se desarrollaba con la automatización fue Radovan Richta. Entre algunas de sus más importantes conclusiones estaba la de que la automatización no era una nueva etapa de la mecanización, sino una “fuerza revolucionaria” capaz de trastocar toda la estructura social y ser la impulsora de un nuevo modo de producción (de hecho a través de la automatización él veía abiertas las posibilidades objetivas del socialismo), pues toda forma específica de fuerza productiva impone una cierta estructura correspondiente a la vida social. Sólo las relaciones sociales de producción capitalistas estaban impidiendo ese paso revolucionario (ver por ejemplo, Richta -1967 y 1972-, y Naville -1965-).

Sin embargo, en esos momentos, en las formaciones capitalistas la velocidad de la automatización fue frenada en aras de mantener el modelo industrial de pleno empleo, y con él la integración-fidelidad de las poblaciones -habida cuenta del relativo equilibrio sistémico de fuerzas que existía con el mundo soviético-, por temor a las consecuencias “revolucionarias” de la automatización. Todos los debates y preocupaciones suscitados por la automatización fueron igualmente aplazados y sustraídos a la opinión pública por más de 30 años.

Durante la llamada “Guerra Fría” y hasta la desaparición de la URSS, las respuestas de la clase capitalista y los gobernantes estadounidenses a las crisis estructurales que comenzaron en los años 70 fueron las de desviar la aplicación de las nuevas tecnologías hacia la industria militar y ampliar el acceso de la población al crédito, para así mantener en cierta medida los niveles de empleo y consumo, lo cual fungió a la vez como “escaparate de abundancia del capitalismo” frente a la relativa escasez en los países de transición al socialismo. Al mismo tiempo, se prefirió emprender la deslocalización productiva. Fue decisión de los gobernantes industriales no financiar la investigación en fábricas de robots que todos anticipaban en los sesenta, y en su lugar relocalizar sus fábricas para utilizar intensivamente la mano de obra en China y otras formaciones sociales periféricas (ver para todo esto, Graeber, 2012)4.

Desaparecida la amenaza soviética en 1991, fue más fácil entonces dar rienda suelta al binomio financiarización-automatización, pero dadas las inversiones hechas a través de la deslocalización, no se hicieron con la velocidad e intensidad que hubieran correspondido al desarrollo de las fuerzas productivas a la sazón. Es sólo recientemente que ese fenómeno comienza a adquirir relevancia sistémica. Así, el sector secundario ha transitado del 21% del total de empleos, en 1991, al 24% en 2022.  Esa evolución mundial del sector industrial se debe de nuevo, como reconoce IC, a un reducido número de formaciones estatales. Así, por ejemplo, China ha pasado del 21% de empleos industriales al 32% en ese periodo. 

 El descenso de la fuerza de trabajo industrial en las formaciones estatales centrales ha observado un comportamiento crónico (gráfico 1): en 2010 el 79% de la fuerza de trabajo industrial estaba radicada en las hasta ahora “periferias” del Sistema; unos 650 millones –alrededor ya del 83%-, y unos 130 millones de fuerza de trabajo industrial quedaba en los “centros” en 2020. Total 768.400.000 de empleos en la industria en ese año [ILO brochure, World employment and Social Outlook, Trends 2024, 120 pages]. Pero unos 214.245.000 de trabajadores/as manufactureros/as son chinos/as. Es decir, alrededor del 33% de la población activa industrial de las formaciones periféricas. Sobre el 27.8% del total. En 2023 la           producción industrial en China aumentó un 4,6% (https://spanish.news.cn/20240117/071b754e49e7422aa4370f30c31ede1b/c.html),  y es la protagonista estelar del aumento bruto de la manufactura en el mundo

(https://www.icex.es/content/dam/es/icex/oficinas/094/documentos/2022/07/documentos-anexos/01-guiapais-china.pdf).           

Gráfico  1: Empleo en la manufactura del Reino Unido (1841-1991)

Fuente: Benanav y Clegg (2014)

Hay que contar, como también indica IC, con que bajo el término “industria” y a pesar de que las mediciones a escala planetaria no siempre resultan muy claras, se incluyen además de la manufactura, la minería, los servicios públicos de electricidad, gas y suministro de agua, así como la construcción, y a veces se presentan agregados y otras se separan, cuanto menos la construcción.

Con la excepción del sureste asiático, las formaciones sociales periféricas han experimentado también un descenso de la aportación industrial al PIB tanto en empleo como en valor añadido, desde los años 80 del siglo XX. Las normas de liberalización del comercio internacional impuestas sobre ellas, les han hecho convertirse en importadoras netas de productos industriales, revirtiendo sus tímidas políticas de sustitución de importaciones. Digamos que han “importado la desindustrialización” de las economías centrales, dado que resultan expuestas a la tendencia de precios a la baja de las mercancías industriales (el precio de esas mercancías desciende según aumenta la productividad, esto es, más unidades de una mercancía por unidad de tiempo hace descender el precio relativo de esa mercancía -ver gráfico 2-). De esta forma, las economías periféricas se ven abocadas a bajar los precios industriales para competir, desincentivando tanto la inversión como el empleo en este sector, dado que su productividad no justifica esos precios (ni siquiera contando con el menor precio de su mano de obra). Es decir, que el papel que juega el desarrollo tecnológico hacia la desindustrialización en las economías centrales, lo desempeñan la liberalización comercial y la globalización en las periféricas (debido a que el valor de las mercancías tiene como referencia el mercado global capitalista, y no cada unidad estatal). 

Gráfico 2: Deflación relativa de las mercancías industriales 

(EE.UU. Gran Bretaña, Corea del Sur y México)

 

 Fuente: Rodrik (2015).

  1. No me queda claro si IC -al igual que los marxistas forofos de la masa de ganancia, termina de entender que la relación social asalariada, a pesar de haber aumentado en términos absolutos, no mantiene el pulso con relación a las crecientes tasas de proletarización y a la proliferación de formas de trabajo en el capitalismo degenerativo actual.

Tampoco entiendo cómo sea tan difícil de ver que el descenso de la tasa de ganancia vaya corroyendo por dentro las posibilidades de seguir expandiendo la masa de ganancia, como las reiteradas crisis en unas y otras formaciones de capitalismo avanzado han indicado (ver, por ejemplo, el acompasamiento de tasa y masa de ganancia para el caso de EE.UU. en el gráfico 3).

 Gráfico 3: Beneficios corporativos (en miles de millones) y tasa de ganancia en EE.UU.

 Fuente: Carchedi y Roberts (2023)

En este sentido, deberían tenerse en cuenta también ciertas evidencias: el conjunto empresarial no obtiene ganancias prósperas o cuanto menos suficientes para mantener un ciclo de acumulación vigoroso (gráfico 4).

Gráfico  4

  

Fuente: Roberts (2022).   

“El dinero barato y el apoyo fiscal han mantenido con vida a los ‘muertos vivientes’, las llamadas empresas zombis, que obtienen pocas ganancias y solo pueden cubrir sus deudas. En las economías avanzadas, alrededor del 15-20 por ciento de las empresas se encuentran en esta situación [y cerca del 90% de ellas seguirán siendo zombis en adelante]. Estas compañías mantienen una baja productividad, lo que impide que las más eficientes se expandan y crezcan” (Roberts, 2021: s/p; corchetes añadidos según comentarios del propio autor).

Hasta ahora, sólo la expansión del mercado laboral mundial (sobre todo con la descampesinización o proletarización de millones y millones de seres humanos, así como a través del reenganche al mercado mundial capitalista de las poblaciones que experimentaron procesos de desconexión con el mismo –“Mundo Socialista”-) ha permitido contrarrestar pasajeramente esa corrosión sistémica.                         

Efectivamente, la población activa mundial aumentó de 2,33 mil millones en 1991 a 3,62 mil millones en 2023. Y el número de personas empleadas ascendió de 2.908,9 en 2007 a 3.379 en 2022 (Trabajo: número de personas con empleo en el mundo 2007-2024 | Statista), pudiendo oscilar las cifras ligeramente en función de la fuente de referencia. Esto es lo que hace repetir, como digo, a los entusiastas de la masa de ganancia -inasequibles al desaliento de las advertencias de Marx-, que no hay problema con que descienda la tasa de ganancia, dado que aquella primera no para de aumentar, por lo que, como diría Aznar de España, “el capitalismo va bien”.

Sin embargo, la tasa de población activa (PA) pasó de 65% a 61% en aquel primer periodo (1991-2023) [Tasa de población activa, total (% de la población total mayor de 15 años) (estimación modelado OIT) | Data (bancomundial.org)], y la tasa global de empleo presentó una tendencia decreciente de 2007 a 2024 (57% a 56,1%). “Las previsiones apuntan a un descenso progresivo y continuado de esta ratio a corto plazo”, según Statista (Trabajo: tasa mundial de empleo hasta 2024 | Statista). Esto por no hablar de la reducción de horas trabajadas (que por ejemplo en España al finalizar 2015 eran 1.359 millones de horas menos de las que se registraron en 2011) y, en general, de la parcialidad y temporalidad laboral crecientes. 

La propia IC nos ofrece en su gráfico 6 (tasa de participación en la fuerza laboral de la población en edad de trabajar económicamente activa) una representación bien clara de aquella ratio.

De hecho, las dimensiones del ejército mundial de reserva se han hecho colosales, como ya anticipara Marx:

“Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud proporcional del ejército industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de las potencias de la riqueza. Pero cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto mayor será la masa de la pluspoblación consolidada o las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo (…) Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista” (Marx, 2009: 803).

Hay un incesante incremento de la población sobrante relativa, porque no existe crecimiento económico ni para absorber un tercio de la población proletarizada en el mundo.   

Jonna y Foster apuntan que

“…el ejército de reserva mundial, incluso con definiciones conservadoras, constituye alrededor del 60 por ciento de la población activa disponible en el mundo, muy por encima de la del ejército de trabajo activo de los obreros asalariados y pequeños propietarios. En 2015, según cifras de la OIT, el ejército de reserva mundial constaba de más de 2.300 millones de personas, en comparación con los 1.660 millones en el ejército de trabajo activo, muchos de los cuales son empleos precarios. El número de parados oficiales (que corresponde aproximadamente a la población flotante de Marx) está cerca de 200 millones de trabajadores. Alrededor de 1.500 millones de trabajadores son clasificados como ‘empleados vulnerables’ (en relación con la población estancada de Marx), formados por trabajadores que trabajan ‘por cuenta propia’ (trabajadores informales y rurales de subsistencia), así como ‘trabajadores familiares’ (del trabajo doméstico). Otros 630 millones de personas con edades entre 25 y 54 se clasifican como económicamente inactivos. Esta es una categoría heterogénea, pero sin duda consiste preponderantemente en aquellos en edad de trabajar que forman parte de la población pauperizada” (Jonna y Foster: 2016: 37-38). 

Y en Foster y McChesney (2012), que dan cifras sólo para la población entre 25 y 54 años, se señala que ese ejército de reserva podría incluir a más del 60% de la fuerza de trabajo mundial de forma permanente (gráfico 5).

Gráfico 5: Fuerza de trabajo mundial y ejército de reserva mundial
Fuente: Foster y McChesney (2012)

Estos dos autores advierten que

Estas cifras, sin embargo, minimizan severamente el alcance total del ejército de reserva mundial (en la concepción de Marx) porque aquellos que son trabajadores a tiempo parcial, temporales y eventuales aparecen en las cifras de la OIT como empleados, y por lo tanto no tiene en cuenta las condiciones cada vez más precarias de muchos de aquellos con una relación parcial e insegura con el empleo. La proporción de trabajadores a nivel mundial que ganan dos dólares al día o menos se situó en el 25 por ciento en 2014. Sin embargo, la precariedad es particularmente alta en el mundo en desarrollo, donde los trabajadores pobres (que ganan cuatro dólares o menos al día) representan más de la mitad de todos los trabajadores. Casi el 60 por ciento de los trabajadores asalariados en todo el mundo trabajan a tiempo parcial o tienen algún tipo de empleo temporal; Además, más del 22 por ciento trabaja por cuenta propia (a menudo en condiciones extremas)”.

Tales datos son testimonio de una tendencia a la decadencia proporcional del salariado con contrato regular y a tiempo completo en favor de otras formas de relación laboral mucho más parciales, que incluso a menudo se desenvuelven como trabajo impago o semi-impago (semi-salarial o parasalarial), incluyendo aquí también el aumento de la relación laboral esclavista [unos 25 millones de personas fueron reconocidas formalmente como sujetas a trabajos forzados en 2016 [100 estadísticas sobre la OIT y el mercado laboral para celebrar el centenario de la OIT (ilo.org)], aunque algunas otras fuentes más que duplican esa cifra (https://50forfreedom.org/es/esclavitud-moderna/).

Al mismo tiempo, se amplía la autoexplotación y la explotación a través de formas cooperativas y sociales de trabajo (“trabajo autónomo autoorganizado” que viene a suplir la falta de empleo y la retirada del Estado en la protección social). 

Ya en 2015 la OIT (“Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: El empleo en plena mutación”, en http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---dcomm/--publ/documents/publication/wcms_368643.pdf) advertía que el empleo asalariado afectaba sólo a la mitad del empleo en el mundo y no concernía nada más que al 20% de la población trabajadora en regiones como África subsahariana y Asia del Sur. Además, solamente la mitad de esa fuerza de trabajo era asalariada para terceros, previéndose que un 30% del nuevo empleo creado entre 2015 y 2019 sería por cuenta propia o para contribución a la economía familiar (OIT, 2015: 28-30).

No entiendo muy bien cuál es el objetivo de IC al no querer ver todo esto. Máxime cuando reconoce que:

  1. La tasa de participación de la población en la fuerza de trabajo mundial ha descendido, efectivamente, alrededor de un 0,1- 0,2% anual desde 1993 hasta 2018. Otro tanto ocurre con la ratio entre empleo y población para los mayores de 15 años, que ha descendido del 61 al 56% durante el período 1991-2022 (pg. 22)
  2. La tasa de desempleo mundial creció notablemente durante los años 90 y viene oscilando en torno al 6% anual desde entonces (pg. 22)
  3. Más de la mitad de la población trabajadora del planeta se encuentra empleada en el sector informal (pg.23).

Lo cual parece concordar con los análisis nuestros y de otros autores: entre 2009 y 2013, en los países con datos asequibles (que cubren el 84% del empleo global total), sólo un cuarto de los empleados tenía contrato permanente, mientras que una “significativa” mayoría (60,7%) trabajaron sin ningún contrato, y la tendencia es a la pérdida de seguridad que rodea al empleo incluso en las economías de altos ingresos. Como dicen Foster, McChesney y Jonna (2011), la “clase trabajadora informal global” es la que crece a un ritmo más rápido, sin precedentes, convirtiéndose en la principal clase social del planeta

Aunque obviamente todo ello no implique necesariamente un total de “superpoblación relativa”, sí muestra una tendencia crónica preocupante, que los datos de ascenso de asalarización encubren por diferentes razones que la misma IC señala en su página 24:

“Podríamos plantear también, por supuesto, algunas objeciones al cuadro general que emerge de los datos de la OIT: la fiabilidad de sus estadísticas, la reducción global en la media de horas trabajadas por individuo —que sugiere la persistencia de nuevas formas de subempleo desatadas con la crisis pandémica—, la perpetuación de unas tasas de temporalidad relativamente elevadas —estancadas en torno al 32% en los países de altos ingresos— o la progresiva disolución de las fronteras analíticas entre el trabajo formal y el informal.”

Tampoco se entiende qué quieren concluir al mostrar, contra toda lógica capitalista y evidencia social en nuestras sociedades, gráficos de la ILO en los que desciende la vulnerabilidad laboral, y que en realidad el mismo texto de IC deja entrever que son debidos especialmente a las formaciones socioestateles emergentes (por no hablar sobre todo de la mejora de las relaciones laborales en China).  

En definitiva, me parece que lo básico a determinar es dónde nos situamos teórica y políticamente respecto de este proceso. Si, por una parte, sostenemos -mi tesis- que el capitalismo no tiene una proporcional tasa de asalarización correspondiente a sus altas tasas de proletarización, la consecuencia obvia es un exceso de fuerza de trabajo (sobreproducción de fuerza de trabajo) y la consiguiente depreciación de la misma.  También el aumento del despotismo de los mercados laborales, tal como está ocurriendo hoy en la mayor parte del mundo, incluidos los centros del Sistema Mundial capitalista, como el citado autor de IC, Benanav (2022), indica con abundantes datos5.  

Si lo que se quiere es sostener que el capitalismo es capaz de asalarizar “sana” y continuamente a la población mundial proletarizada, ya se sabe lo que se está defendiendo políticamente con ello.

Si el fin de IC, tras todas las piruetas argumentales y gráficas, es sencillamente señalar que el MS exagera con su apreciación de la pérdida de centralidad del trabajo, estaríamos de acuerdo. 

No obstante, tal como ello queda formulado en su página 26, precisaría a mi entender de algún comentario:

“Sin embargo, ninguno de estos problemas [los de las recién citadas medidas de la OIT] afecta de manera determinante a la idea básica que aquí venimos examinando; a la idea de que, según preconiza el MS, atravesamos una crisis histórica y sin precedentes de la relación capital-trabajo.”

Efectivamente, matizaría esa conclusión a través de la siguiente explicación, que de paso interpela también al MS como anticipo del Apéndice de este texto.

Primero y principal, en la relación salarial radica la centralidad del proceso de acumulación de capital, y así sigue siendo -como lo hará mientras exista el capitalismo-, pero el problema es que pierde vigor en proporción a la masa total de capital generado, lo que quiere decir que cada vez más parte de este último no se puede reproducir cumplidamente como capital, por lo que busca hacerlo en su forma de simple dinero (que es la razón subyacente básica del disparadero mundial del capital a interés y de sus formas ficticio-parasitarias). 

Este es un proceso corrosivo del propio capitalismo, que hasta ahora ha sido compensado por la incorporación de población externa al vínculo capitalista. 

Cierto. Si la condición asociada al desarrollo del capitalismo es la entrada de más y más población al trabajo asalariado, hay otra condición lógica subsecuente, que es la de rellenar constantemente la reserva de trabajo listo para ser asalarizado. 

Detrás de estos dos procesos se esconden dos necesidades contradictorias de la propia acumulación capitalista. Por un lado, el capital experimenta la necesidad de aumentar el trabajo excedente (plustrabajo) a costa del trabajo necesario (el que realiza la fuerza de trabajo para su propia reproducción como tal, dado que sólo es ese el que cubre el salario), para conseguir más plusvalía, al tiempo que requiere incorporar sin cesar, por otro, nuevo “trabajo vivo” o fuerza de trabajo para proporcionarse la condición de posibilidad ampliada de aquella plusvalía. Dicho de otra forma, si por una parte la materialización de la plusvalía (el plustrabajo) requiere la eliminación del trabajo necesario (y por ende, tendencialmente, de trabajadores/as), por otra, para garantizar la posibilidad de existencia de aquella materialización el capital necesita la incorporación continua de nuevos/as trabajadores/as (una vez desposeídos/as). 

Marx lo explica claramente en la última parte de los Grundrisse, y en concreto la contradicción aparece sintetizada en la siguiente frase (1972: 350-351): “Para poner plustrabajo, el capital, pues, debe poner continuamente trabajo necesario; tiene que acrecentar éste (o sea los días de trabajo simultáneos) para poder aumentar el excedente; pero asimismo debe eliminar aquel trabajo en cuanto necesario, para ponerlo como plustrabajo”.

El resultado de estas tendencias contradictorias entre la incorporación y la expulsión de fuerza de trabajo es un permanentemente renovado ejército de reserva, población supernumeraria lista para ser explotada a discreción, pero que hoy en crecientes números no es aprovechada para ello, no cae bajo la subsunción real del trabajo al capital, dando lugar a ingentes bolsas de poblaciones marginales, errantes por los caminos del mundo, con multiplicación de largas caravanas de migrantes, proliferación de villas miseria, arrabales de poblaciones desechadas, “bantustanes” donde sobrevive por sus medios o los de sus comunidades (étnicas o de cualquier otro tipo) un creciente ejército sobrante del ejército de reserva laboral global.  

Aun así, el capital necesita de esa continua movilidad absoluta (el paso a proletariado) de la población, mediante la continua desposesión de medios de vida. Todo lo cual, además, es fuente de dominación, dado que el poder relativo del Capital sobre el Trabajo está mediado por el factor de reemplazo de la mercancía fuerza de trabajo que aquél sea capaz de mantener. 

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Andrés Piqueras

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