Si hoy buscamos en el mapa la ciudad de Stalingrado no la encontraremos. La heroica ciudad junto al Volga, al igual que todo lo que oliera a triunfo del proletariado contra la explotación de capitalistas y otros parásitos semejantes ha sido ocultado, derribado, silenciado o como en este caso, cambiado de nombre para que nadie -a pesar de las toneladas de inmundicia que se han vertido sobre personas, épocas y lugares que les aterra a dichos seres que se recuerden- se pregunte por ellos y se de cuenta de que este sistema no es ningún castigo divino que solamente cupiera aguantar.
De esta forma pasaremos a hablar de la Batalla de Stalingrado, que tuvo lugar entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943 y en el transcurso de la cual el orgulloso VI Ejército alemán que se había paseado por los campos de Francia, junto con partes de los Ejércitos III y IV Rumanos encontró su final. Se suele hablar de dicha batalla como la primera gran derrota de la máquina de guerra nazi olvidando interesadamente que un año antes (en el invierno de 1941) dicha máquina había sufrido una primera derrota incontestable al no poder entrar en Moscú y tener que retroceder el Grupo de Ejércitos Centro Alemán acortando sus líneas para frenar la contraofensiva soviética.
Porque, al igual que la mayor parte de los sesudos especialistas occidentales, los jefes del Estado Mayor Alemán no podían creer que un ejército de obreros y campesinos, que menos de 20 años antes habían vencido a los ejércitos contrarrevolucionarios apoyados por contingentes de tropas de otros países, el país más atrasado de Europa y que la I Guerra Mundial y la Guerra Civil en Rusia habían dejado en lamentables condiciones pudiesen plantar cara al ejército más poderoso del momento, con su mejor armamento y fogueado ya durante dos años por otros campos de batalla siempre victoriosamente. También se creyeron su propia propaganda de que era un estado en el que las masas obedecían a una dictadura únicamente por temor y que se unirían alborozados a las tropas alemanas cuando avanzaron. Se encontraron que -salvo en zonas de los Estados Bálticos y de Ucrania- no sólo no ocurría eso sino que -en las zonas ocupadas- muy pronto se vieron con partidas de guerrilleros que, organizados previamente y cumpliendo órdenes desde Moscú, les obligaban a distraer cada vez más fuerzas del frente para luchar contra ellos.
Este cálculo erróneo llevó a que los restos de ese poderoso ejército, se viera obligado a rendirse con su jefe -el Mariscal Von Paulus- a la cabeza el 2 de febrero de 1943. Hablando de cálculos erróneos, podemos hablar en la actualidad de la guerra en Ucrania, que ya va por su segundo año, donde el líder ucraniano Volodimir Zelenski está en el poder después de protagonizar un golpe de Estado y embarcarse en dicha guerra por las promesas de entrar en la OTAN, a pesar de saber que Rusia no podía consentir tener a la coalición enemiga desplegando más misiles en su frontera sur. Después de fracasar tras cuatro “contraofensivas” y miles de bajas, donde los remisos aliados europeos de los USA -encantados de imponerle a Rusia una guerra sin tener que sufrir ninguna baja propia- e incluso sectores del poder yanqui se replantean seguir pagando esa guerra. En un mundo cada vez menos unipolar en el que los EEUU ya han perdido la primacía comercial y mantienen cada vez con más cuestionamientos la militar, esta derrota sigue incrementando la percepción internacional de su debilidad y decadencia.
Marcos Manuel Rodríguez Pestana