Casi todos fueron incompetentes, negligentes, incapaces, corruptos, sexualmente insaciables, retrógrados, traicioneros, cobardes y ladrones, aunque también los hubo trastornados, nudistas o cochinos. Hablo de los monarcas españoles de apellido Borbón. Un linaje que ha conseguido mantenerse en el trono de España desde hace más de tres siglos con alguna que otra interrupción, tras la cual siempre han conseguido retornar. Son, por así decirlo, una familia en constante reinvención. 

Con este breve repaso biográfico familiar, que, a pesar de lo que pudiera parecer, más que acalorado debería considerarse prudente –los relatos tras los calificativos resultan bastante más ignominiosos, obscenos y extravagantes–, cualquiera tendería a pensar que resulta difícil que un monarca actual pudiera destacar. Pero ahí está Juan Carlos I, todo un campeón entre los Borbones que ha conseguido grandes logros con muy poco coste e inversión –llegó casi con lo puesto al trono–. 

 

Una revolución, para Fidel, no puede limitarse a modificar las condiciones materiales de vida de la población. Aunque mejore ostensiblemente la situación de las mayorías, no estaría nunca completa ni sería duradera si no es también una revolución cultural. Tiene que cambiar el entorno de los seres humanos y cambiar igualmente a los propios seres humanos. Por eso, cuando visitó con Chávez la Universidad Central de Venezuela, dijo que «una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas».

Hay que detenerse en el significado cultural que tuvo la proclamación del carácter socialista de la Revolución, el 16 de abril de 1961, en vísperas de la invasión de Girón. Habían pasado solo dos años, tres meses y 15 días del triunfo. Junto a  transformaciones radicales de todo tipo en beneficio del pueblo, se había producido una acelerada renovación a escala masiva en el campo de la cultura y de la conciencia, que fue clave para lograr que los principios e ideas asociados al orgullo patriótico, al antimperialismo, a la justicia social y a la auténtica democracia se hicieran hegemónicos.

La mezcla explosiva de neoliberalismo, fake news y procesos electorales es una industria de la destrucción social altamente sofisticada. Ilustración: Pawel Kuczynski

Es un error enorme suponer que el neoliberalismo es solo una canallada burguesa exclusiva del campo económico-financiero. Es un error grave que, de existir así en algunas cabezas, debe corregirse de inmediato. El neoliberalismo es, patéticamente, una emboscada ideológica (en el sentido de la «falsa conciencia» que explicó Marx) desarrollada para disputar e imponer el «sentido común» de ciertos intereses capitalistas en su fase imperial. Verbigracia: es una máquina trituradora de derechos sociales adquiridos; una demoledora de los principios humanistas solidarios; una «picadora de carne humana» en los centros laborales, educativos y sanitarios; es una aplanadora de instituciones y una fenomenal maquinaria de humillaciones, depresiones y desmoralización… todo eso al servicio de un sector peligrosamente desquiciado por la usura, el individualismo más tóxico y la meritocracia supremacista de los amos en alianza con sus cómplices. Un infierno de corrupción y crimen que debe ser tipificado como etapa histórica «de lesa humanidad». La mezcla explosiva de neoliberalismo, fake news y procesos electorales es una industria de la destrucción social altamente sofisticada.

Tras la deportación en Siberia Occidental en 1900, y ya en el extranjero, Lenin comenzó a preparar la organización de un periódico revolucionario para toda Rusia, al que llamó Iskra (“La Chispa”). Se editó en Alemania, y la redacción se instaló en Munich, adonde se trasladó Vladimir Ilich. El primer número vio la luz en los alrededores de 1900, llevando como título: “¡De la chispa saldrá la llama!” Epígrafe premonitorio, pues en Rusia se encendió una enorme llama revolucionaria encabezada por la clase obrera. Huelgas obreras, campesinos levantados contra los terratenientes y estudiantes en permanente agitación hicieron posible que el periódico se convirtiera en el centro de unificación de todas esas protestas y fuese capaz de atraer a las masas a la lucha revolucionaria. Fue entonces, en 1902, cuando Lenin publicó su libro ¿Qué hacer? en el que exponía y argumentaba el plan de organización del partido proletario. “Un partido de nuevo tipo” en nada parecido a los partidos socialdemócratas de aquellos tiempos. “Un partido adaptado a la lucha revolucionaria”, capaz de encabezar el movimiento obrero, ser su fuerza dirigente y dotarse de la teoría marxista, porque - escribía Lenin - “sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario”.

El proletariado, “jefe de la revolución”

La batalla contra el oportunismo nacional e internacional, que negaba el papel revolucionario del proletariado, fue enorme hasta lograr en el II Congreso del POSDR (Partido Obrero socialdemócrata de Rusia) la creación del Partido marxista verdaderamente revolucionario cuyo objetivo es la construcción del socialismo. “Queremos una organización nueva y mejor de la sociedad. (…) No serán unos cuantos ricachones, sino todos los trabajadores los que habrán de recoger los frutos del trabajo común. (…) Esta sociedad nueva y mejor se llama sociedad socialista”, explicaba Lenin a los campesinos pobres en el folleto titulado A los pobres del campo en 1903, alentándolos a aliarse a los obreros. Aquel año se fundó por tanto el Partido que conduciría a la clase obrera y al campesinado pobre al poder en Rusia. Un Partido que debía constar de dos partes: “de un reducido círculo de revolucionarios profesionales, personas íntegras y totalmente entregadas a la revolución, y una amplia red de organizaciones locales del Partido, integrada por la masa de los miembros del mismo”. Propósitos que hallaron la resistencia de los “economistas” que negaban el papel político dirigente del proletariado, y que enfrentaron a “bolcheviques” (mayoritarios) y “mencheviques” (minoritarios) durante el desarrollo del mencionado II Congreso, pero que finalmente se decantó por un partido revolucionario marxista, modelo para los partidos comunistas y obreros del mundo entero. Sin embargo la oposición encarnizada de los oportunistas “mencheviques” no cesó, obligando a Lenin a escribir Un paso adelante, dos pasos atrás, libro publicado en 1904, y en el que se formulan las normas inmutables del Partido. Pese a todo, la cruel realidad zanjaba frecuentemente divergencias y disquisiciones. Fue el caso de las centenas de obreros ametrallados en Petersburgo durante las imponentes manifestaciones del 19 de enero de 1905. Sucesos en los que Lenin vio el comienzo de la revolución. Por ello, para su preparación, y para participar en el III Congreso del POSDR, el primer congreso bolchevique pues los mencheviques denegaron su asistencia, Vladímir Ilich salió de Ginebra para Londres en abril de 1905. Allí el Congreso examinó los problemas cardinales de la revolución en marcha: la insurrección armada, el gobierno provisional revolucionario y la posición política frente al campesinado. A su término, y después de ser elegido al frente del Comité Central, Lenin regresó a Ginebra donde escribió el libro Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, en el que se reflejan las discrepancias entre bolcheviques y mencheviques respecto al modo de enfocar la revolución y sus fuerzas motrices. Para Lenin y los bolcheviques el proletariado debía ser “el jefe de la revolución”, insistiendo además sobre los postulados marxistas en cuanto a la táctica a emplear en la revolución democrático-burguesa, y sobre las condiciones para su transformación en revolución socialista.

Potemkin, preludio de Octubre

Sin duda Lenin tenía razón en sus análisis, y los acontecimientos del verano de 1905, plagado de grandes huelgas en los principales centros industriales del país (Petersburgo, Varsovia, Lodz, Bakú, Odesa), lo ratificó. Símbolo inmortal de aquellos heroicos sucesos fue la sublevación en el acorazado Potemkin de la flota del Mar Negro, a la que Lenin atribuyó una enorme importancia. La historia demostró más tarde que se trataba incontestablemente del preludio de la revolución de Octubre. Un preludio que arrancó al zar, el 17 de octubre de aquel año, la promesa de la inviolabilidad personal y las libertades de expresión, imprenta, reunión y otras libertades civiles. Victorias todas ellas que no desviaron el objetivo de Lenin de continuar desarrollando la revolución hasta llevar a las masas a la insurrección armada. El punto culminante de la revolución de 1905 tuvo lugar en el mes de diciembre. Durante 9 días varios miles de obreros mantuvieron una heroica lucha armada en numerosas ciudades, finalmente aplastada por el Gobierno zarista. Sin embargo, de aquella derrota se extrajo la enseñanza de establecer la unidad en el Partido para luchar con más éxito contra el zarismo. Con ese espíritu se celebró en Estocolmo, en abril de 1906, el IV Congreso del POSDR, el Congreso de unificación. Pero las diferencias políticas entre bolcheviques y mencheviques provocaron la convocatoria de un nuevo congreso del Partido en abril de 1907. El V Congreso tuvo lugar en Londres y de él surgió el posicionamiento político frente a los partidos burgueses. Fue igualmente entonces que empezaron los penosos años de reacción y persecución implacable a Lenin, quien emigró de nuevo al extranjero. Esta vez por más de 9 años. Tiempos por tanto de repliegue, durante los cuales Vladímir Ilich defendió la necesidad de conllevar el trabajo clandestino con la participación en las organizaciones obreras legales y en la Duma de Estado, para que el Partido no se desconectara de las masas populares.

Efervescencia revolucionaria

En aquellos difíciles años Lenin no se desalentó jamás, ni en Ginebra ni en París. Combatió el liquidacionismo y el revisionismo menchevique y publicó, en 1908, el periódico Proletari. También escribió el libro Materialismo y empiriocriticismo donde desenmascara a los enemigos de la filosofía marxista, a los "revolucionarios de palabras bonitas”, demostrando igualmente que filosofía y política están estrechamente unidas. Asimismo, en ese tiempo de forzado exilio, Lenin explicó que, tras derrotar al zarismo, la tierra debía pasar de manos de terratenientes y capitalistas a manos campesinas. Además participó activamente en los congresos de la II Internacional con informes y artículos sobre el movimiento obrero internacional, al tiempo que comprobaba que en Rusia la efervescencia revolucionaria crecía exponencialmente con la lucha de las masas campesinas, el ejército y la flota. Motivado por esta situación política, y con el fin de aproximarse a Rusia, Lenin se trasladó de París a Cracovia donde vivió hasta comenzar la primera guerra mundial en 1914. Desde esa ciudad cercana a la frontera rusa colaboró con el periódico legal Pravda fundado en 1912 por los obreros de Petersburgo. Un periódico que forjó una nueva generación de obreros revolucionarios que más tarde contribuirían considerablemente a la victoria de la Revolución Socialista de Octubre. Pero los dados definitivos estaban aún por echar, y mucha sangre correría todavía por las calles rusas antes de tomar el Palacio de Invierno, símbolo del poder monárquico.

(Continuará)

José L. Quirante

El filme colombiano-mexicano "Satanás" y sus conexiones con la coyuntura actual.

Introito

Hablemos de la oligarquía colombiana y del régimen que ésta impuso a sangre y fuego. Hablemos de la política de Estado que le lame las suelas a la bota yanqui mientras masacra y hambrea a su pueblo. Hablemos del fascismo en Colombia, el santanderismo: enemigo a muerte de Venezuela y de la unidad latinoamericana. Enemigo a muerte de su propio pueblo.

Pero también hablaremos de un pueblo colombiano digno y valiente que en todos los lenguajes de su anchurosa creatividad ha gritado sus esperanzas. Este pueblo hermano, el que blande la idea bolivariana de justicia e igualdad, pronto tiene que vencer.

Hay muchos «sesudos» análisis sobre Cuba. Algunos detallan, «doctamente», las diversas «protestas», pero minimizan el bloqueo reduciéndolo a un factor más. Eso es inaceptable porque el bloqueo a Cuba infecta a las vidas hasta lo más íntimo.

Si algún revisionismo tiene ganas de auscultar las prioridades de Cuba, debe hacer una parada obligada en las razones históricas de su Revolución. Omitirlo es sospechoso. Siguen ahí, en pie, el antimperialismo y la construcción del socialismo; ahí están el vocerío anticapitalista y la dignificación de la vida; están la lucha por la igualdad y el desprecio a toda exclusión. Está la autocrítica y está el deber marxista por la superación de todas las taras burguesas y, también, están las asignaturas pendientes que ha sido durísimo superar en virtud del bloqueo que atraviesa todas las escalas de la vida...

Casi todos fueron incompetentes, negligentes, incapaces, corruptos, sexualmente insaciables, retrógrados, traicioneros, cobardes y ladrones, aunque también los hubo trastornados, nudistas o cochinos. Hablo de los monarcas españoles de apellido Borbón. Un linaje que ha conseguido mantenerse en el trono de España desde hace más de tres siglos con alguna que otra interrupción, tras la cual siempre han conseguido retornar. Son, por así decirlo, una familia en constante reinvención. 

Con este breve repaso biográfico familiar, que, a pesar de lo que pudiera parecer, más que acalorado debería considerarse prudente –los relatos tras los calificativos resultan bastante más ignominiosos, obscenos y extravagantes–, cualquiera tendería a pensar que resulta difícil que un monarca actual pudiera destacar. Pero ahí está Juan Carlos I, todo un campeón entre los Borbones que ha conseguido grandes logros con muy poco coste e inversión –llegó casi con lo puesto al trono–.

De Juan Carlos, el Campechano 

Este 26 de julio se conmemora el 68 aniversario del asalto al cuartel Moncada, dado su cercanía se eligió por parte del imperio el principio de julio para atacar a Cuba y por tanto cambiar el sentido que este día tiene para el pueblo cubano, considerado el inicio del proceso revolucionario siendo una fecha emblemática que festejan como auténtico día de su independencia, toda vez que los yanquis le robaron la primera que ferozmente habían ganado a los españoles en 1898. Pareciera que en este nuevo intento de hacer caer la revolución pretendieran repetir la historia y apropiarse nuevamente de la isla y convertirla en una colonia de segunda categoría.

Pero esta vez, y ya llevan multitud de intentos desde 1959 en los que han financiado, potenciado y organizado todo tipo de ataques y atentados contra el pueblo cubano, tampoco tuvieron éxito sus planes.

Sirva el título de este artículo para situar los tres requisitos imprescindibles para desconfinar la lucha obrera y popular, marcando su propia agenda y con garantía de éxito.

Entramos en una nueva etapa que, aun estando condicionada por posibles escenarios de vuelta a picos de la tasa de contagios y el incremento de muertes y hospitalizaciones, marca ya con claridad la realidad en la que nos quiere instalar definitivamente el poder burgués.   La fórmula ideológica del sistema: individualismo para sobrevivir en una sociedad crecientemente competitiva en la que la pobreza y la exclusión social se generalizan de mano de la precariedad laboral, el paro y el desmantelamiento de los servicios sociales.

Nos quieren divididos y padeciendo en silencio el fracaso social como propio.  La sociedad está enferma, no ofrece alternativas, solo existe la certeza de un futuro aún peor y, sin embargo, sigue siendo capaz de mantener amplios consensos sociales en torno a que es el único mundo posible.  

La base material responsable  de esta realidad, que se difumina con la individualización y la creciente pérdida de conciencia y valores de la clase trabajadora, necesita del antídoto de lo colectivo, de la experiencia compartida y del conflicto que haga emerger  las evidencias que, a vista de los y las protagonistas de la lucha de clases, desmonten las mentiras en las que sostienen su dominación ideológica.   Resumiendo con las palabras de la camarada Rosa Luxemburgo, “quien no se mueve, no oye el ruido de sus cadenas”.

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