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A finales del siglo XIX comenzó a circular por Francia un manual para la revolución anarco-comunista titulado “La conquista del pan” en el que su autor, Piotr Kropotkin, formulaba la siguiente reflexión: “El porvenir no es tener en cada casa una máquina de limpiar el calzado, otra para lavar los platos, una tercera para lavar la ropa, y así sucesivamente. El porvenir es del calorífero común, que envía el calor a cada cuarto de todo un barrio y evita el encender braseros”. “Entre el mediodía y las dos de la tarde" - seguía Kropotkin - “hay seguramente más de veinte millones de norteamericanos y otros tantos ingleses comiendo todos ellos asado de vaca o de cordero, cerdo guisado, papas cocidas y verduras de estación. Y por lo menos hay ocho millones de hornallas encendidas durante dos o tres horas para cocinar esa carne y cocer esas hortalizas; ocho millones de mujeres dedicadas a preparar esa comida, que quizá no consista en más de diez platos diferentes.“¡Cincuenta hornallas encendidas, cuando una sola sería suficiente!”. Se trataba, para Kropotkin, de expropiar los medios de producción y “producir para consumir”, para satisfacer necesidades de la sociedad entera, frente a la “acumulación por la acumulación, producción por la producción misma” que, en palabras de Marx, expresaba la misión histórica de la burguesía.

En Babylon Berlín se podría analizar desde la composición de clases de la República de Weimar, los alineamientos o las alianzas y conflictos políticos en el bloque de poder a la división en las filas del movimiento obrero. Babylon Berlín es una serie policíaca situada en los meses previos al crack bursátil de 1929, pero es mucho más que eso. Por ejemplo, el nazismo es presentado como una herramienta al servicio de la reacción política, que cree que puede contenerlo como los marginados del trabajo sucio, aunque la amenaza se palpe. O la aguda percepción de la división política del movimiento obrero: trotskistas -que buscan financiación para derrocar a Stalin-, el Partido Comunista Alemán, KPD, -bajo el mandato del VI Congreso de la III Internacional y la denuncia de los “socialfascistas”- desfilando solo un 1.º de mayo prohibido y la socialdemocracia aislada en un Estado hostil. Solo cómo funde una trama de mafiosos, atentados políticos, penetración del fascismo en la policía y el análisis desinhibido de la lucha de clases hace ya que merezca la pena ver las tres temporadas.

Estos días estamos viendo cómo se aprueba legislación rápidamente que permita que la maquinaria del capital no pare y ahonde los mecanismos que sostienen su dictadura de clase, aplastando todo lo que sea necesario para obtener esa pequeña diferencia que haga que sea la competencia la que eche el cierre por la crisis. En el caso de la Región de Murcia nos encontramos con la aprobación de dos normas que facilitan la degradación de medio ambiente por motivos económicos: el Decreto-Ley 3/2020, de 23 de abril, de mitigación del impacto socioeconómico de la  COVID-19 en el área de vivienda e infraestructuras y el Decreto-Ley 5/2020, de 7 de mayo, de mitigación del impacto socioeconómico de la COVID-19 en el área de medio ambiente. Estas normas afectan especialmente al Mar Menor, cuya situación crítica por las construcciones a pie de playa en toda su costa y los vertidos de nitratos y sulfatos es conocida.

Tras la crisis de la COVID-19 son muchas las conclusiones que deberemos sacar para afrontar las luchas y movilizaciones, una de ellas es el avance de la extrema derecha y el carácter golpista de la oligarquía en este país.

Mientras a las y los comunistas se nos prohibía manifestarnos el 1 de mayo, aplicando medidas de protección más que suficientes para prevenir el contagio del virus, la extrema derecha y la burguesía madrileña campaban a sus anchas por la conocida calle de Núñez de Balboa, en el barrio de Salamanca de la capital. Los medios de desinformación ya se ocuparon de darle a estas concentraciones un carácter pintoresco y gracioso, cambiando el nombre a las banderas franquistas por preconstitucionales y a la extrema derecha y a los fascistas de toda la vida por “cayetanos”. A más de uno se nos pasaba por la cabeza hasta donde hubiesen sonado los palos si una manifestación no comunicada se hubiese convocado en un barrio obrero…

El desarrollo capitalista en Canarias ha arramblado con los restos de una sociedad agrícola, aislada y subsistente que no olvida su origen colonial. El turismo como único importador de divisas ha sepultado bajo piche y hormigón las antaño casas y pueblos pesqueros de la vertiente sur de las islas. La segregación entre las zonas delimitadas para turistas y las que son para trabajadores es una consecuencia directa de ello, que se viene dando desde que la industria agroalimentaria de exportación toca fondo, pero los ritmos en que se han dado las últimas transformaciones significativas datan de los años noventa. Con la infraestructura que el capital privado británico, y posteriormente el institucional europeo, brindaron se levantaron urbes y avenidas que propiciarían la turistificación de las costas por un lado, y la proletarización de la clase trabajadora en torno a “ciudades-dormitorio” y urbanizaciones de afueras por otro, además ante la creciente demanda de mano de obra en torno a zonas en auge que en origen habían sido poco habitadas llegaron remesas de migrantes de todo el mundo.

Millones de personas en el estado español llegan a duras penas a fin de mes y muchas ni eso. La pandemia ha agravado esta realidad y crecen las colas de personas que necesitan ayuda para comer. El problema que las origina no es nuevo: un sistema económico y social que genera una miseria crónica y estructural, y que el recién aprobado Ingreso Mínimo Vital (IMV) puede ayudar a paliar pero no solucionar.

El hoyo narra una distopía en la que una serie de individuos aislados, dos por planta, viven en un rascacielos sin ventanas en el que toda relación social es mediada por un ascensor que transporta comida. Los individuos, que han entrado por condena o voluntariamente, son sorteados cada semana entre la opulencia alimenticia o la miseria más absoluta. Solo una cosa queda clara: no hay comida para todos, si la fortuna te aloja en las primeras plantas puedes saborear hasta la más sofisticada delicatessen; a partir de cierta planta no quedan ni la mínima sobra y los personajes son forzados incluso al canibalismo para sobrevivir.

Las dos ideas claves en las que se sostiene la película son que, en primer lugar, las posiciones sociales son fruto del azar y, en segundo, lugar que no hay recursos suficientes para todos. No se puede afirmar ni negar nada del sistema de distribución que se representa como la cocina de un gran restaurante que cuida hasta el último detalle de la presentación del plato. Dicho de otro modo, el sistema económico se da por supuesto.

El lenguaje es una expresión acabada de la ideología. Y la ideología dominante nos ha ido cambiando las palabras para envolver y ocultar lo que el sistema de dominación ha hecho con las personas ancianas. Desecharlas socialmente, aparcarlas y amontonarlas mientras aún respiran para poder hacer negocio. El proceso empezó hace años, cuando el capitalismo descubrió que incluso de las personas que ya no podía explotar en el mercado laboral, podía obtener un beneficio. Carne humana como nicho de mercado.

El confinamiento obligatorio (salvo que tengas que ir a continuar levantando la economía del país) está acarreando funestas consecuencias para la clase trabajadora y especialmente a las mujeres. El virus no tiene clase social ni género, aunque las medidas para enfrentarlo y las condiciones materiales del confinamiento sí tienen clase y género.

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