La estancia de Jorge Dimitrov en Alemania en los años 1930 estuvo marcada por el apogeo del nacional-socialismo alemán, es decir por la nominación de Adolf Hitler como canciller del Reich y por la más bárbara represión contra el movimiento obrero y popular de Alemania. Una opresión que empezó prácticamente desde el 11 de noviembre de 1918 en que se firmó el armisticio de la I Guerra Mundial entre representantes del Imperio alemán y de la Triple Entente. Aquel año una serie de sublevaciones revolucionarias dirigidas por consejos obreros y militares a la manera de los soviets estallaron en toda Alemania como consecuencia de los desastres de la guerra, de las exigencias del Tratado de Versalles y de las crecientes tensiones entre el pueblo y las élites aristócrata y burguesa. Una situación que forzó la abdicación del káiser (emperador) Guillermo II, pero que encontró la oposición del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD)

Cuando de nuevo en gran parte del planeta la frágil membrana del “huevo de la serpiente” amenaza con resquebrajarse y expeler la pestilencia del fascismo, se hace imprescindible volver a la figura de un comunista genial que no sólo hizo historia desmontando brillantemente la inculpación del nazismo de incendiar el Reichstag (Parlamento alemán) el 27 de febrero de 1933, sino que además fue un dirigente ejemplar de la lucha antifascista y del movimiento obrero internacional.

En el informe ante el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista celebrado en Moscú el 2 de agosto de 1935, Jorge Dimitrov expuso de forma clara y contundente que el fascismo no es el simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino que se trata del paso de la democracia burguesa a una dictadura terrorista. Precisando igualmente que “casi en todas partes existen tendencias fascistas y gérmenes de un movimiento fascista en forma más o menos desarrollada”. Una inquietante admonición que 87 años después de aquel importante encuentro sigue siendo, desgraciadamente, de plena actualidad.

 

“El Chico” de Charles Chaplin, película considerada por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos como una obra cinematográfica “cultural, histórica y estéticamente significativa” y seleccionada para su conservación en el National Film Registry de la ciudad de Washington (consideraciones nada despreciables viniendo de quienes censuraron la vida y la obra del genial cineasta británico), cumple ahora un siglo de existencia. Pese a ello, es decir pese a su larga vida fílmica, la cinta sigue gozando de extraordinaria vitalidad. Rodada por Chaplin en 1921(su primer largometraje después de decenas de populares y exitosos cortos), obligado es reconocer que la película no ha cogido ninguna arruga. Y es que la historia que cuenta el creador del hombre del bombín, es decir la de los parias de la tierra, persiste en el capitalismo.

Han transcurrido diez años desde la entrada del ejército fascista en Barcelona y la ciudad que fue uno de los principales bastiones del movimiento obrero sobrevive sometida a la represión y el silencio. Parte de la estrategia de venganza que se ceba en los trabajadores, en los derrotados y en todo aquel que no sabe o no puede mantener las necesarias relaciones sociales dentro del nuevo Régimen consiste en acentuar sobre la población los efectos del hambre y del miedo.

Foto: Obra de la serie Nganga, de Alberto Lescay.

En varias ocasiones, cuando eran frecuentes mis conferencias y conversatorios con estudiantes y jóvenes interesados en los estudios y la valoración sobre arte, solía decirles que lo primero que debe desarrollar un analista de esas tan diversas expresiones de los seres humanos, son los sentimientos culturales. Sentir es casi la «puerta de entrada» a la órbita de objetos, imágenes o eventos de significación, requeridos de contemplación subjetiva y de una posterior comprensión crítica. Sin el enlace sensible que la conciencia de los receptores teje con los productos y ambientes de cultura, cuyo canal de articulación lo arman de impresiones y emociones (aun cuando estas sean de rechazo o desagrado), resulta ilegítima una lectura interpretativa, que entonces puede devenir solo especulativa, vacía, retórica o epidérmica.

En marzo de 1939 el doctor Juan Negrín, jefe del Gobierno republicano, regresó de París acompañado de los generales Enrique Líster y Juan “Modesto”. Llegaban al Madrid heroico con energías suficientes como para continuar la guerra y redoblar la resistencia republicana, pues todavía quedaba mucho territorio y sobre todo gran parte del Ejército republicano distribuido por diferentes frentes dispuesto a defenderlo. Pero eso era sin contar con la felonía del coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, quien en colaboración con las redes de espionaje franquistas, la Quinta Columna de Madrid, el general Miaja y los apoyos de socialistas y anarquistas como Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo (líder de la UGT y padre de Santiago Carrillo) y Cipriano de Mera de la CNT, encabezó un golpe de Estado contra el Gobierno de la República el 5 de marzo de aquel año. El primer acto del Gobierno casadista fue fusilar a los mejores jefes de la defensa de Madrid, entre los que se hallaban los coroneles Barceló, Ascanio y el joven jefe de brigada Juan Morillo. ¿Cómo, probados republicanos, habían podido perpetrar tamaña traición?

“La revolución, nuestra diana”

En El Puerto de Santa María, cerca del mar, existía hace mucho tiempo un lugar lleno de arbustos y retamas blancas y amarillas llamado La arboleda perdida, al que Rafael Alberti acudía en su niñez. Tras 39 años de lacerante exilio, el gran poeta gaditano volvió, en 1977, a aquel añorado lugar acarreando en sus alforjas intactas sus ideas, indelebles sus recuerdos y fogosos todavía sus inextinguibles deseos de cabalgar hasta hundirlos en el mar.

 

Sólo en la revolución socialista los artistas podrán encontrar la libertad que necesitan, y, sobre todo, la libertad que necesita la humanidad en ellos. Foto: Ariel Cecilio Lemus

Además del secuestro capitalista de los mercados, del monopolio para la producción, para la distribución y para el consumo…, además de la crisis de «contenido», además de la saturación formal producida por el empobrecimiento de la capacidad creadora, por el plagio, la imitación y la suplantación…, además de la reducción de espacios para la enseñanza, la reducción de espacios para la crítica, y de los espacios para el debate…, además, si no fuese suficiente, está en crisis la capacidad que alguna vez se pretendió para el arte, como fuerza crítica y como fuerza emancipadora. ¿Descansa en paz?

La gran emboscada radica en deslizar como inocentes las manías burguesas.  Foto: PC World

Hace rato que Disney se consolidó como una de nuestras más grandes derrotas ideológicas en la política, la ética y la estética. Como con otras muchas mercancías hiperventiladas publicitariamente, un «público» masivo y mundial decidió sepultar toda razón crítica frente al discurso Disney y le cedió territorios nodales, haciéndolo carne de sus ilusiones y de sus afectos.

Los hijos son las primeras víctimas. Hasta los más recalcitrantes socialdemócratas visten a sus niñas de princesitas. Y hay que oír las no poco irresponsables justificaciones.

Subcategorías