Puesto que el capital fijo, encarnado en un sistema de máquinas que ocupan el lugar del sujeto, se apropia del conjunto del trabajo social y lo integra como parte de su rendimiento, la clase trabajadora se ve confrontada no sólo con los capitalistas o sus agentes vivos sino con la totalidad social que ella misma produce y confirma prácticamente. Las palabras literales con que Marx describe en el capítulo VI de El Capital la situación del individuo dentro del capitalismo avanzado son las siguientes: subsumido bajo el capital, desposeído de las condiciones sociales, impotente fuera de la estructura capitalista, dependiente, superfluo, sujeto a poderes ajenos.

En la era del capitalismo tecnológico no sólo permanece el valor, el trabajo-mercancía, el fetichismo y la alienación, sino que los rendimientos de la digitalización amplían e intensifican su potencial colonizadora. La digitalización permite al capital formas mutantes y fluidas de acceder a la fuerza de trabajo, de apropiarse de su valor de uso y de explotarla. Cómo explica, por ejemplo, Trevor Scholz, el trabajo digital es cualquier cosa menos “inmaterial”. Se trata de un conjunto de actividades humanas orgánicas, basadas en cadenas de suministro mundiales de producciones industriales y que requieren multitud de dispositivos conectados en tiempo real. Más allá del problema de la remuneración o no-remuneración del trabajo digital, está claro que no puede existir sin las redes de suministros y atención que hacen posible la existencia misma de la fuerza de trabajo exigida como “flexible”. Asimismo requiere de estructuras de todo tipo que hagan posible la producción, desde las infraestructuras de transporte hasta las plantas de embalaje en Shenzhen y la extracción de minerales de tierras raras en la República Democrática del Congo.

La nueva articulación tecnológica del mundo a partir de los años 90, la revolución microelectrónica y la subsiguiente digitalización intensifican la temporalidad universal establecida por el “capitalismo tardío”. Por medio de aquella revolución nuestro modo de vida se compone de nuevas formas entitativas cuya temporalidad puede denominarse “cibertiempo”, que permite fechar con precisión todo posible acontecimiento dentro del “discurrir” mensurable y homogéneo. Mientras las condiciones técnicas no sufran una conmoción catastrófica, los registros son indelebles y automáticos en los nudos de memoria, en los “servidores sirena” y “plataformas”.

Quien dispone del poder técnico se habrá apropiado de la posibilidad de dirigir y vigilar a los actores, de predecir los acontecimientos e intervenir en ellos. Los dispositivos digitales no sólo hacen posible extremar la eficiencia en el control y la vigilancia, dirigir y coordinar la producción, sino que lo hacen como capital fijo. Por una parte, la acumulación centralizada de datos se convierte en fuente de valor para ese capital y crea nuevos sectores económicos; por otra, el cibertiempo (el registro universal) retro actúa sobre la economía preexistente y acelera la imposición universal de la temporalidad abstracta del valor.

La conformación tecnológica del mundo actual es esencialmente capitalista. Frente al discurso saludando la aparición de una “nueva” economía de plataforma, de “malla”, etc., los resultados recientes de la llamada “revolución microelectrónica” son desarrollados e implantados como técnicas del proceso de valor, como capital fijo. Se producen los desarrollos técnicos para el proceso de valoración y sirven para el dominio del capital y en ellos se prolonga el fetichismo y la alienación constitutivos de la totalidad antagonista de la sociedad capitalista. Ya Marx indicó reiteradamente la subsunción de la tecnociencia bajo el capital, la existencia de sus resultados materiales como “capital fijo”. Precisamente el que las fuerzas productivas y relaciones de producción se hayan fundido unas con otras en el crisol de lo técnico y “administrativo” conforma la ideología característica del capitalismo tardío.

Marx pensaba que la revolución constante de sus estándares tecnológicos y organizativos constituyen una peculiaridad histórica del modo de producción capitalista: a la mediación social fundada en el valor, la obtención del plusvalor y la acumulación, le es inherente la transformación constante de su base tecnológica.

Marx asigna al sistema crediticio un rol bifacético, que favorece por un lado el desarrollo de las fuerzas productivas y, por otro, impulsa a la sobreproducción y a la especulación; siendo, por tanto, un factor de crisis. Señala, en relación al primer aspecto, que el crédito contribuye a la formación de una tasa media de ganancia, reduce los costos de circulación, acelera la circulación de las mercancías y moviliza capitales dinerarios ociosos para que sean invertidos productivamente. También impulsa la formación de sociedades por acciones “acelerando el desarrollo material de las fuerzas productivas y el establecimiento del mercado mundial”.

Pero, en el otro lado, el sistema crediticio “aparece como palanca principal de la sobreproduccion y de la sobreespeculación en el comercio”. Y esto sucede porque con el crédito se lleva al límite extremo el proceso de reproducción, y porque una parte sustancial del capital es empleado por no propietarios del mismo, que se embarcan en peligrosas maniobras especulativas. El crédito contribuye a la expansión de la acumulación y la producción capitalista, las cuales desembocan en las crisis y las depresiones.

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