En el 7º arte hay quien produce películas, quien las realiza, quien las escribe e interpreta, y por último quien las distribuye y exhibe para deleite de los espectadores. Pero ha habido y hay  personas y lugares que han dedicado toda su vida a reunir, conservar y restaurar copias de películas hechas en celuloide con el exclusivo fin de que perduren en el tiempo y sean de la apetencia de futuras generaciones. Una de esas personas, quizás la más relevante, es Henri Langlois, de quien este año París celebra el centenario de su nacimiento.

Como el tema va de curas, les diré que la película que voy a comentar es de 3R. ¿Recuerdan aquellas ridículas clasificaciones morales de las películas que la Iglesia Católica establecía en la época franquista? Pues eso, la película “Un dios prohibido” es de 3R. R de retrógrada, R de reaccionaria y R de repelente.

¿Qué habría sido del cine español sin un productor como Elías Querejeta? Sin duda habría seguido siendo un cine como el que denunció Juan Antonio Bardem en las Primeras Conversaciones Cinematográficas celebradas en 1955 en la Universidad de Salamanca: “un cine políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico”.

“Escribe como quieras, usa los ritmos que te salgan, prueba instrumentos diversos, siéntate en el piano, destruye la métrica, grita en vez de cantar, sopla la guitarra y toca la corneta. Odia las matemáticas y ama los remolinos. La creación es un pájaro sin plan de vuelo, que jamás volará en línea recta”. Este manifiesto ideológico-artístico, que bien podría salir de la pluma de cualquier revolucionario/a en contra del orden establecido, lo escribió la cantautora y activista política chilena Violeta Parra (1917-1967), una de las voces más célebres de la canción popular latinoamericana. Ahora, el director de cine chileno Andrés Wood (Santiago de Chile, 1965) le dedica su última película “Violeta se fue a los cielos”, basada en la biografía homónima que Ángel Parra escribió sobre su madre. Por otra parte el filme viene precedido de dos importantes galardones: el 2º Coral obtenido en el 34 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, celebrado en La Habana en 2012, y el Premio Internacional del Jurado en el Festival de Sundance de ese mismo año. Premios, en nuestra opinión, totalmente merecidos, pues Wood, realizador de las interesantes “Machuca” (2004) y “La buena vida” (2008), sabe de lo que habla con precisión y coraje, logrando dibujar un intenso retrato (magníficamente interpretado por Francisca Gavilán) de la apasionada y desgarradora vida de la cantautora chilena. Desde su búsqueda casi antropológica de las raíces populares de la música de su país hasta su experiencia con la “universidad del folclore” en una carpa de circo que montó en La Reina, pasando por sus coqueteos pictóricos en París, sus visitas a la URSS, sus amores tortuosos y el fatal desenlace. Lo más interesante del filme es que Andrés Wood no cede a las tentaciones (convenciones) del género biográfico, presentando, dentro de una estructura narrativa de rompecabezas que va y viene en el tiempo y en el espacio, el lado menos amable y más contradictorio de Violeta Parra.

Resumiendo podríamos decir que “Violeta se fue a los cielos”, que ahora se exhibe en España, es una mirada no complaciente sobre una artista multifacética (cantante, poeta, pintora), rebelde, caótica a veces, genial otras, que legó a Chile un enorme bagaje musical y artístico, y que nos estremece con canciones como “Gracias a la vida” o “Porque los pobres no tienen”, entre muchas otras. Finalmente, como lo afirma su hijo Ángel Parra y la película de Andrés Wood lo muestra, Violeta Parra sigue siendo uno de los cuatro pilares que sustentan la cultura popular chilena. Los otros tres son Víctor Jara, Pablo Neruda y Salvador Allende.

Rosebud

 

“Chile piensa en su futuro”, afirma convincente el publicista René Saavedra (magnífico el mexicano Gael García Bernal) al principio y al final de la película. Como si de alguna manera su director, el chileno Pablo Larrain, quisiera dejar claro que la historia que nos acaba de contar no termina con la palabra fin. Una historia que se inicia con la campaña de publicidad de una bebida refrescante y que, poco a poco, entre amarga ironía, desengaños y algo de desconcierto, se va transformando, gracias al trabajo del perspicaz Saavedra, en otra muy distinta sobre el plebiscito que el general Pinochet organizó en octubre de 1988 para perpetuarse en el poder. Y es desde ese ángulo original y aparentemente trivial, que el cineasta latinoamericano, que ya ha dirigido dos películas: “Tony Manero” (2008) y “Post Morten” (2010) con fondo pinochetista, se adentra en la cruel y represiva realidad chilena, consecuencia de 15 años de dictadura fascista.

“Nací tres años después del golpe de estado y necesitaba volver a él porque aún no lo entiendo”, ha declarado recientemente el realizador chileno. Sin embargo, en el desarrollo del filme queda claro y meridiano quiénes fueron los instigadores y financiadores del levantamiento militar de 1973: la burguesía chilena, el gobierno norteamericano de la época y la CIA, y qué intereses económicos y políticos defendían. Como igualmente se alude (aunque no con el énfasis merecido) que fue la lucha del pueblo chileno, y también las presiones internacionales, quienes forzaron la mano del dictador para que tuviera lugar la consulta popular. Una consulta que finalmente se decantó por el NO + Pinochet (de ahí el título escueto de la película) y su salida del gobierno, que no así del poder, en el que se mantuvo como presidente de la República hasta 1990, y como jefe de las Fuerzas Armadas hasta 1998, provocando con ello una transición política en muchos aspectos parecida a la transición española, es decir llena de temores y renuncias para que cambiando todo, todo siguiera igual. En ese sentido es impresionante y elocuente el paseo del protagonista con su hijo en brazos, entre perplejo y decepcionado, en medio del gentío que celebra la victoria del NO. Como si los laureles de la victoria se hubieran transformado de pronto en triste desencanto.

En definitiva, una película (mezcla de ficción y documental) exenta de autoengaño y de cualquier tentación épica, que nos hace reflexionar sobre el papel que deben jugar los pueblos para profundizar en los cambios políticos, y que además obtuvo en los festivales de Cannes (Quincena de Realizadores) y de la Habana, en 2012, los premios a la mejor película. Suficientes galardones como para que, después de una más que modesta distribución en las salas españolas, su salida en DVD y en Internet nos permita apreciarla en su justo valor.

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En 1958 Kirk Douglas y el productor Edward Lewis pidieron al guionista norteamericano Dalton Trumbo (1905-1976) una versión cinematográfica de la novela Espartaco de Howrad Fast. Sin embargo, la Universal International se oponía a que figurase el nombre de Trumbo en el genérico, al menos que éste escribiese una carta privada en la que declarase no ser miembro del Partido Comunista. Dalton Trumbo se negó en redondo a hacerlo. Pese a ello, los ejecutivos hollywoodienses cedieron y el 8 de agosto de 1960 se hizo pública la colaboración de Trumbo en el magnífico film de Stanley Kubrik. Concluían así muchos años de ostracismo para uno de los más grandes -si no el más grande- de los guionistas de Hollywood de aquellos tiempos. Una postergación iniciada en 1947 con las comparecencias e interrogatorios ante la Comisión de Actividades Antiamericanas, y materializada con la constitución de “listas negras” y los famosos “Diez de Hollywood”. “Una violenta purga que sacudió las entrañas de la llamada Meca del cine durante dos décadas, y que se inscribe en el vasto panorama histórico del crecimiento y consolidación en áreas del poder político norteamericano de variadas formas de ideología fascista, que siempre ha estado presente en la sociedad capitalista norteamericana”, precisa Román Gubern en su libro McCarthy contra Hollywood: la caza de brujas. Una de las numerosas víctimas que vieron truncadas brutalmente sus vidas artísticas a causa de sus ideas y preocupaciones sociales (actores, guionistas, novelistas, directores, productores), fue Dalton Trumbo. Escritor inventivo, agudo (célebres son sus cartas redactadas durante ese periodo, y recogidas en el libro Additional Dialogue); también fue un apasionado defensor de sus convicciones políticas, cualesquiera fueran las consecuencias. Y así lo asumió, exiliándose con toda su familia a Méjico en 1951 tras pasar 11 meses en prisión, arruinándose y escribiendo, ya de vuelta en Estados Unidos, guiones con seudónimos (hasta 13 utilizó) para poder sobrevivir. Entre otros guiones con falsos nombres escribió el de “Vacaciones en Roma”, “Castillos en la arena”, “Cowboy” o “El bravo”, por el que le otorgaron el Oscar, y que sólo pudo recoger en 1975, un año antes de su muerte.

Después de esta odisea, Trumbo confirmó en el interesante documental “Dalton Trumbo y la lista negra” su militancia comunista, denunció a quienes, actores y directores como Robert Taylor, Gary Cooper, Elia Kazan o Edward Dmytryk, delataron a sus camaradas de trabajo, y sintió como propios los numerosos suicidios que el macartismo indujo; al tiempo que llevó a la pantalla su único largometraje “Johnny cogió su fusil” (1971), basado en su novela homónima: un impresionante alegato antibelicista y por la dignidad humana, que aún perdura en la memoria.

Finalmente pasarían muchos años antes de que otros guionistas irredentos de la “lista negra” consiguieran aparejar su nombre a las películas que habían escrito, pero ya Hollywood nunca sería igual…

Rosebud

 

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