Muchas de las que llamamos consecuencias económicas de la guerra para Europa o España, son en realidad causas de la misma y cuyo agravamiento ha sido el desencadenante de una desenfrenada escalada bélica en la que EEUU y sus socios europeos se han embarcado en una salida hacia adelante ante la pérdida de peso internacional y la dificultad de mantener la reproducción ampliada en sus economías.

Casi nadie parece recordar que 2014 fue un año en el que la UE y EEUU, endurecieron sanciones contra Rusia en el ámbito financiero, energético y militar y que fue un periodo en el que Rusia se paseó sobre el precipicio de la recesión y que Europa andaba sumida en la gran depresión que se inició con la crisis de 2008.

A estas alturas del conflicto, a pocos se nos escapa la dependencia de la Unión Europea respecto a Rusia en materia energética (principalmente gas) y materias primas.

Sin embargo, Rusia importaba mucho más a la UE de lo que exportaba, con un déficit comercial en el 2021 de 69.200 millones de euros (89.300 millones de euros de exportaciones por 158.500 millones de importaciones). Los hidrocarburos inclinaron la balanza. Aquí, en la energía, es donde reside la dependencia de la UE. De Rusia vienen el 40% del gas que importa la UE y el 26% del petróleo.

Respecto a España, según el ICEX (Instituto de Comercio Exterior), exportó a Rusia productos por valor de 2.000 millones de euros. Sin embargo, la balanza comercial en este caso, es deficitaria para España en -698 M € en 2020 por efecto de la pandemia, mientras que fue de -1.426 millones en 2019.

España ha exportado maquinaria y aparatos mecánicos, textil, conservas, manufacturas plásticas, cerámica principalmente. Estos serán los sectores afectados en el más corto plazo. De Rusia se han traído hidrocarburos.

El incremento de las sanciones que van escalando a lo largo del conflicto, acabarán repercutiendo sobre Europa y España por el efecto bumerán que tienen en el capitalismo en su fase de desarrollo. Sin embargo, el capitalismo decadente y nihilista necesita de la guerra para escapar de sus propias contradicciones autodestructivas. 2019 fue un año especialmente negativo en cuanto a tasas de rentabilidad. La crisis de la Covid y la paralización de la economía apuntalaron el descalabro y los estímulos al más puro estilo keynesiano han resultado del todo ineficaces e insuficientes, porque la crisis no es de consumo, ni de expectativas, ni de ninguna de las banales cuestiones que la economía apologética sitúa en los noticiarios, sino de rentabilidad, tal y como Marx indicara hace ya mucho tiempo. Hay datos empíricos que así lo atestiguan, aunque prefiramos mirar hacia… Ucrania.

La subida de los precios causados por la poca oferta y por los consiguientes cuellos de botella, la escasez de recursos y la imposibilidad de encontrar alternativas, van a impedir un remonte de la economía. Al contrario. La elevada deuda pública y privada, la escalada de precios y sus consecuentes aumentos de los tipos de interés nos van a llevar a un escenario demoledor… o a la guerra.

Y sobre esta realidad, los Estados Unidos de América, sumidos en una clara pérdida de hegemonía económica mundial frente a China, apuesta la totalidad de sus esfuerzos a la confrontación bélica, arrastrando a Europa a un importante lastre comercial irrecuperable en sus relaciones con Rusia, con quien comparte continente, por más que se quiera presentar que el fin de Europa es Ucrania. Por algo EEUU exporta el 40 % del total de armas en el mundo. Curiosamente Rusia sería la segunda potencia exportadora, con cerca del 20 %.

Con estos datos, el aumento mundial del gasto armamentístico, principalmente de los países pertenecientes a la criminal OTAN, son un negocio seguro. Sin despreciar el carácter subordinado de Europa a los intereses yankis, también merece la pena tener presente que de las cien mayores firmas de material militar hay veintisiete compañías europeas, siendo las más importantes la británica BAE Systems, las francesas Safran, Airbus, Thales y Dassault, la alemana Rheinmetall y las italianas Leonardo y Fincantieri.

Para España, el incremento del gasto en armamento, siendo un país importador, supone un lastre importante para una economía paralizada. Tendrá que detraer de los sectores productivos recursos que ya no volverán al ciclo de la reproducción ampliada.

Con respecto a la cuestión energética, lo que entendimos como la cháchara de la transición energética que desde hace tiempo se colocó en el centro político de Europa o la declaración reciente del gas y la energía nuclear como verde, escondía la necesidad de avanzar en la desconexión de la energía rusa.

Alemania anunció que el gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania no se pondrá en funcionamiento. El 8 de marzo de este año, Bruselas avanzó un plan para cerrar el grifo de la dependencia. De momento, la UE quiere asegurar el suministro de gas pudiendo importar 500.000 millones de metros cúbicos más de gas natural licuado de proveedores como Qatar, EEUU, Egipto o el este de África, anualmente.

La UE aprovisionará reservas de gas mínimo al 90% y seguirá con sus planes para acelerar una inviable transición verde.

Todas estas medidas, resultan insuficientes para visualizar un escenario mundial dividido en dos zonas, en la que EEUU se erija como líder y salvador de los “valores de occidente”, conservando así, parcialmente su hegemonía. Una visión distópica, aunque casi la menos mala posible, de la geopolítica que el capitalismo nos arroja por el camino de su descomposición.

Las trabajadoras y trabajadores del mundo, Europa y España, no podemos esperar otra cosa que deterioro de nuestras condiciones de vida. En este nuevo orden mundial, las tasas de explotación deberán crecer en un intento desesperado por recuperar una mínima rentabilidad empresarial que garantice la inversión y para ello, el final de los derechos colectivos e individuales arrancados a la burguesía y la represión como colofón de los últimos coletazos de dominación del bloque oligárquico-burgués.

Ante esto, la posición de la clase trabajadora no puede ser otra que exigir el fin de la guerra imperialista y el incremento de la solidaridad internacionalista frente al belicismo capitalista. Aquí el patriotismo debiera significar la denuncia del papel criminal de la OTAN, especialmente en el año en que la Cumbre de Madrid retratará el perfil de cada cual.

Kike Parra

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