El filósofo húngaro Georg Lukács afirmó provocador que siempre que se ponía de moda Nietzsche había que echarse a temblar. Aunque el pensador alemán permitió la interpretación de la relación entre poder y moral, su obra presenta dos de las armas ideológicas preferidas de las clases dominantes. Por un lado, cancela la posibilidad de un conocimiento científico en cuanto cualquier afirmación escondería un interés de dominación. Por otro, Nietzsche hace una defensa indisimulada de un aristocratismo que sostiene la necesidad de una masa de esclavos para que los grandes espíritus puedan realizar su tarea sublime. Nietzsche además denuncia que esta masa inferior, esta raza de esclavos, se rebela por resentimiento contra estos aristócratas del espíritu que no se someten a su moral de esclavos. La masa resentida, el comunismo sería una muestra de ello, lucha contra todo lo superior y desea su exterminio de un modo que se emparenta con las referencias a la envidia como motivación de cualquier política de izquierdas, incluidas las más reformistas.

La merecidamente premiada El poder del perro construye una perfecta parábola del aristocratismo nietzscheano y de su profundo desprecio por las clases populares. En principio la película parece un western atípico: no hay tiroteos ni combates entre cuatreros o indios, buenos o malos salvajes, ni sucios saloons.

Hay, sin embargo, una empresa ganadera dirigida por dos hermanos que provienen de la alta burguesía estadounidense. Uno de ellos, nuestro héroe nietzscheano, demuestra desde la primera escena un absoluto desprecio por las normas establecidas. Se rige exclusivamente por un código moral autoimpuesto de dominio de la naturaleza. Desprecia tanto los comportamientos poco viriles como las convenciones de la clase alta. Él, homosexual y culto conocedor de la cultura clásica, decide cuidar vacas, no bañarse y castigar todo comportamiento afeminado y rito moral vacío. Aclaro que no hay una condena de la homosexualidad sino de los comportamientos que el patriarcado adjudica a la mujer.

Su hermano, el triste contable burgués, es seducido por una madre viuda, pobre, débil, cobarde, resentida, una esclava. Ella lo separa de la inspiración virtuosa de su hermano y lo arrastra a la vulgaridad de lo socialmente aceptable y, poco a poco, hacia la moral del resentimiento que condena y quiere destruir a sus superiores, moralmente hablando.

Por supuesto, el matrimonio entre la madre viuda y el acomodado contable desencadena simultáneamente el desprecio del héroe y el resentimiento de la débil mujer cuyo objetivo es la comodidad económica. Este resentimiento va a manifestarse en dos formas. La mujer caerá, una muestra más de su debilidad, en el alcoholismo en correspondencia a su deseo inmerecido de ascenso social. (En la mejor escena de la película el contable le exige exhibir unas dotes musicales de las que carece ante el gobernador del Estado).) En ningún caso, El poder del perro esconde su marcadísimo elitismo clasista: la autodestrucción de la mujer se origina en la no correspondencia entre clase y moral.

Una segunda forma del resentimiento es la del hijo. Este, gracias al dinero del padrastro, asiste a la universidad y regresa a la granja en verano. Allí, nuestro héroe nietzscheano, tras descubrir en él similitudes, decide educarlo en el aristocratismo y la vuelta a la naturaleza: la virilidad del trabajo -propietario- y el desprecio por la convención moral. Parece que, finalmente, el héroe ha encontrado un igual con quien compartir la soledad aristocrática. Pero todo no es más que una engañifa. Detrás de la aparente comunión entre el joven y el aristócrata moral, solo actúa el resentimiento más descarnado, el deseo de venganza del pobre ante la superioridad de la verdadera individualidad, la traición del pobre que no puede desembarazarse de su moral de esclavo.

Jesús Ruiz

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