“Por tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción, minando al mismo tiempo las fuentes de toda riqueza: la tierra y el hombre.”

El Capital I, fin del capítulo 13.

Los combustibles fósiles y el ciclo del carbono.

Este documento tiene como objetivo hacer un análisis del cambio climático desde una perspectiva de clase, no obstante, se considera oportuno hacer una breve introducción científica para introducir el problema.

Comenzaremos por explicar de forma muy simplificada el ciclo del carbono, pues es fundamental para entender cómo se regula el clima y cómo se ha visto distorsionado por la actividad productiva. El ciclo del carbono es la forma en la que se intercambia el carbono entre la atmósfera (capa gaseosa que envuelve a la Tierra), la biosfera (seres vivos que habitan la Tierra), la geosfera (parte mineral de la Tierra, de la corteza al núcleo) y la hidrosfera (agua que hay en la superficie de la Tierra); aunque en el diagrama solo aparecen representadas las tres primeras:

Esquema simplificado del ciclo del carbono:

Este esquema no tiene todo el rigor científico que sería deseable, pero cumple su propósito. El punto clave es entender que el carbono orgánico de animales y plantas pasa con su muerte al suelo, donde permanece durante millones de años en forma de carbón y petróleo hasta que de forma muy gradual es devuelto a la atmósfera mediante las erupciones volcánicas. Esta parte del ciclo es muy lenta, pero el uso universal de combustibles fósiles desde la Revolución Industrial ha hecho que todo el carbono contenido bajo tierra se libere a la atmósfera de forma extremadamente rápida, descompensando por completo el ciclo.

Los combustibles fósiles son una fuente de energía abundante y barata, por eso fueron tan importantes al inicio del desarrollo industrial, e incluso a día de hoy siguen siendo utilizados en todas las ramas de la producción. Debido a su papel central en la economía global, las empresas y los grupos dedicados al carbón y al petróleo pronto se convierten en fundamentales, lo que sumado al monopolio de los recursos les da una posición de poder que les permite evitar que se invierta en otras tecnologías y, además, fomentar el sobreconsumo en aras de obtener el máximo beneficio.

El carbono producto de la combustión del carbón y del petróleo se acumula en la atmósfera en forma de CO2capaz de absorber la radiación solar, que en condiciones normales sería reflejadas por la superficie de la tierra, lo que provoca un aumento de la temperatura.

 

El calentamiento global.

La primera vez que se advierte de las consecuencias de las emisiones de carbono fue a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo, pero no fue hasta 1979 cuando se realizó la Primera Conferencia Mundial del Clima, y hubo que esperar 1997, en Kyoto, para llegar a un acuerdo que comprometiese a los países a estabilizar los niveles de CO2 de la atmósfera. No obstante, fue un acuerdo que se quedaba corto, del que se quedó fuera EEUU y que ha traído consecuencias sociales y ambientales muy negativas de las que hablaremos más adelante; por no mencionar que ni siquiera se han cumplido unos objetivos ya de por si insuficientes.

Buena parte de la inacción de todos estos años se debe al poder de los grandes grupos energéticos que mencionábamos anteriormente: a sus grupos de presión, a negar las evidencias científicas, o a sacar sus propios estudios con el objetivo de crear escepticismo frente al cambio climático... Pero a lo largo de estas décadas hemos sido testigos de las consecuencias cada vez más graves que nos trae el calentamiento global: sequías, inundaciones, extinciones, subida del nivel del mar, etc.

Seríamos unos ilusos si creyésemos que esto no tiene consecuencias directas sobre nosotros. Ante la imposibilidad de negar cada vez las mayores evidencias se trata de vender el discurso de que el cambio climático es algo que se limita a osos polares y ecologistas, pero la realidad es que cada vez se producen con más frecuencia y con más fuerza huracanes y catástrofes que cuestan miles de vidas humanas y miles de millones de dólares a los gobiernos. Las economías también se verán resentidas por la caída de la producción agrícola, ya que incluso en los países con economías del sector servicios sigue suponiendo en torno al 3% del PIB, y aunque parezca una obviedad, la producción de alimentos es fundamental para la subsistencia de las sociedades. Abundando sobre la cuestión del impacto económico, el Informe Stern (el estudio económico sobre el cambio climático más importante hasta la fecha) llega a la conclusión de que de no hacer nada las pérdidas pueden llegar a ser del 20% del PIB mundial. A raíz de esta revelación, y de la amenaza que supone, es cuando parece que finalmente se empieza a tomar en serio el problema.

 

La conclusión del párrafo anterior es que cada vez veremos más muertes, hambrunas y migraciones como consecuencia directa del cambio climático. Estas consecuencias tienen un marcado carácter de clase pues afectan más a los países pobres del sur y a las clases trabajadoras del norte, que tienen menos recursos para hacerles frente o para recuperarse económicamente.

Lamentablemente estamos en un punto en el que el calentamiento global es irreversible a escala humana, debido a que el carbono permanece en la atmósfera 150 años y a la inercia termal de las masas de agua. Aunque cortásemos de golpe las emisiones seguiríamos notando las consecuencias y ya solo podemos aspirar a adaptarnos y a mitigarlas. No somos la primera sociedad insostenible de la historia, pero si somos la primera insostenible a nivel planetario.

 

La imposibilidad de hacer frente al cambio climático desde el capitalismo.

El cambio climático es uno de los fallos de mercado más evidentes y calamitosos de la historia, y tan solo pensar en que la solución pueda ser más mercado es absurdo. La situación límite a la que hemos llegado se debe única y exclusivamente a la naturaleza depredadora del capitalismo.

La gravedad de la situación hace que haya que reducir las emisiones drásticamente y con urgencia, lo que implica que no basta un cambio de modelo energético sino también una reducción de la producción que se ajuste a las necesidades reales de la humanidad y no a las de la acumulación del capital. Un continuo aumento de la producción significa un continuo incremento de la contaminación, la producción de desechos y la extracción de recursos naturales. Las innovaciones tecnológicas en cuestiones de ahorro de energía han permitido que la economía se desacople (que cada unidad de crecimiento cueste menos energía), pero no que se desmaterialice (que las extracciones y consumo de recursos sean menores). Además, que una determinada tecnología permita el ahorro de recursos puede llevar a que este aumento de la rentabilidad incentive el consumo de dicho recurso, tal y como pasó con la máquina de vapor.

Plantear reducir la producción choca frontalmente con la lógica capitalista, es por esto que el capitalismo se afana en proponer soluciones tecnológicas que no tienen una visión del conjunto de la ecología, y es que el capitalismo es experto en resolver problemas generando otros nuevos en una continua huida hacia delante. Algunas de estas soluciones pasan por la energía nuclear (residuos radiactivos activos durante miles de años, accidentes y fugas, reservas de uranio limitadas) o los biocombustibles (deforestación, encarecimiento de los alimentos, uso de fertilizantes contaminantes), ingeniería genética, etc. Hay que tener en cuenta que muchas de las consecuencias de las innovaciones tecnológicas no se ven hasta años después, prueba de esto son los propios combustibles fósiles, y que cualquier cambio de modelo energético de esta envergadura supone una inversión de recursos y energía que en gran medida va a salir del carbón y el petróleo. Ante esto no queda otra salida que denunciar la locura del capitalismo del crecimiento sin límites a costa de lo que sea y reivindicar que el objetivo debe ser reducir el consumo de energía satisfaciendo las necesidades humanas, no abrir nuevas oportunidades a la acumulación y teniendo en cuenta el principio de precaución, definido por Hans Jonas como: lo que se debe preservar a toda costa determina qué es lo que se debe evitar a toda costa.

Mención aparte merece el mercado de bonos de emisiones. La gran solución del capitalismo para reducir las emisiones no solo no ha conseguido cumplir los objetivos, sino que ha supuesto un incentivo a la inversión en bonos más que a la inversión en la reducción de emisiones y ha creado un “neocolonialismo del carbono”, en el que las empresas del norte privatizan y compran a bajo coste los derechos de emisiones de los países del sur.

Las mentiras del Capital.

Por supuesto el Capital niega por completo su responsabilidad en el asunto a través de falsas ideas muy extendidas que hay que rebatir. Algunas de ellas podrían ser:

El cambio climático es consecuencia de la actividad humana.

El cambio climático es consecuencia de la revolución industrial y de la sobreproducción sin límites. El capitalismo trata de deshacerse de su responsabilidad con argumentos como este o como el de la responsabilidad individual. Acciones individuales como el reciclaje o el ahorro de energía no sirven de nada si no se hacen cambios en el ámbito de la producción. Hay que poner el foco en la producción y no en el consumo pues el segundo viene determinado por la primera: publicidad, políticas de impulso al consumo, creación de la cultura del consumo, etc. Si la producción es la que lidera, la producción es lo que debe cambiar.

La culpa es de la superpoblación, no hay recursos para todos.

Es cierto que a menor población más fácil resulta reducir el consumo energético, pero es más cierto que países como Estados Unidos con el 5% de la población copan el 25% del consumo de energía, y que todo el incremento de población del sur ha tenido menos impacto en el cambio climático que el incremento de consumo del norte.

Reducir la producción supone reducir el nivel de vida.

El incremento continuo de la producción supone un incremento de la acumulación para los capitalistas, pero en la mayoría de los casos no significa una mejora de la calidad de vida para el grueso de la clase trabajadora. Una prueba de esto es comparar EEUU con los países europeos, con niveles de vida equiparables, pero con diferencias más que notables en el consumo de energía per cápita. También hay que pensar en lo beneficioso que sería para el conjunto de la humanidad acabar con la producción destinada a armas y guerras, y todo el consumo energético absurdo que supone la sobreproducción, la deslocalización o la mala organización del territorio.

Los comunistas están en contra de la ciencia y el progreso.

Cuando se plantean este tipo de cosas se suele acusar al socialismo de ser un sistema que conduce al subdesarrollo. Todo lo contrario, queremos una ciencia libre de las ataduras capitalistas, que pueda investigar y estudiar más allá de lo que sea rentable económicamente y cuyos descubrimientos sirvan al conjunto de la sociedad y no al bolsillo de unos pocos.

Por qué es importante que el socialismo coja la bandera del ecologismo.

Principalmente porque el ser humano tiene derecho a un medio ambiente que garantice la cobertura de necesidades y una vida digna ahora y en el futuro. El capitalismo nos lo está negando y es pura lucha de clases, pues los beneficios a corto plazo que obtiene la burguesía esquilmando el planeta los está pagando la clase obrera. En una nueva manifestación del imperialismo, a día de hoy, la factura es más alta en los países pobres del sur, pero la terminaremos pagando todos.

El cambio climático es uno de los grandes problemas a los que nos tenemos que enfrentar desde ya como sociedad y como especie, y el movimiento comunista no puede estar ausente. La situación ambiental actual es un argumento irrefutable de la necesidad de otro sistema económico, y el que este reemplazo no se esté dando a tiempo nos está llevando a la degradación en todos los niveles imaginables.

El capitalismo nos ha llevado a una crisis ecológica comparable a la social y a la económica, ecologismo y socialismo comparten enemigo y comparten motor de cambio: los explotados, que debemos hacer una lucha coordinada por el medio ambiente y por la justicia social. Reducir el consumo energético, garantizando la satisfacción de las necesidades humanas y la sostenibilidad ambiental solo es posible en una economía socialista en la que los valores de uso primen sobre los valores de cambio, una economía que sepa mirar por el bien común y no por los intereses privados para así garantizar el futuro de la humanidad en la Tierra.

Juan Carlos Sánchez

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