Sin duda, este año los PGE se presentan como los presupuestos de la recuperación económica, al margen de la realidad aplastante de paro y pobreza para millones de trabajadores y trabajadoras.

Más allá del ruido mediático y de las intenciones electoralistas que marcan las diversas interpretaciones hechas de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) de 2016, cualquier análisis mínimamente riguroso de los mismos debiera reconocer que, con mínimos detalles, son los únicos presupuestos posibles conforme al Programa de Estabilidad y Convergencia y al Plan Nacional de Reformas. Guías orientadas al cumplimiento riguroso del objetivo de déficit, que se constituye en la obligación inherente a la condición de España como miembro de la UE.

Pasado casi un lustro desde la celebración de nuestro IX Congreso, podemos afirmar, con orgullo, que los acontecimientos vienen demostrando la corrección de las propuestas políticas adoptadas en él. La necesidad de adaptar nuestras formulaciones a la indiscutible inexistencia de un periodo democrático intermedio entre el imperialismo y el socialismo, nos hizo hablar de giro decidido hacia la clase obrera por su centralidad en el proceso revolucionario, de intervención directa de Partido, de articulación del FOPS…

En general, el problema de las limitaciones de los nuevos "procesos emergentes", se encuentra en la contumacia de querer revertir efectos que, sin caer en mecanicismo alguno, tienen causas que no consienten modificación mientras se sigan manteniendo las condiciones actuales. Por supuesto, algún cambio y alguna leve modificación, producto de las buenas intenciones, se producirá, pero "con la Iglesia hemos topado".

Para hacer un repaso más a fondo sobre la lucha de los trabajadores de la minería en España sería necesario profundizar en la propia historia del movimiento obrero en nuestro país, casi desde su mismo nacimiento, así como en el de las primeras organizaciones obreras –políticas y sindicales- que a finales del siglo diecinueve impulsaban determinadas reivindicaciones políticas y sociales.

El último año y medio está siendo bastante convulso e interesante en el panorama general de la política española. Día tras día se suceden declaraciones, propuestas pretendidamente innovadoras, salidas de tono varias y debates acalorados en las televisiones, radios y redes sociales que dan una sensación de efervescencia política sin precedentes en los últimos 30 años.

Curiosamente, esta efervescencia es superficial, puesto que ninguna de tales declaraciones, propuestas, salidas de tono o debates aborda los temas de raíz, ni las causas reales de los problemas, sino que nos quiere entretener con debates sobre el diferente color de las hojas de un árbol que lleva podrido muchos años, como es el capitalismo español.

Una de las consecuencias más terribles e inhumanas de la  crisis capitalista es, sin duda, el crecimiento y agudización de la pobreza infantil.

Desde el comienzo de la última (de momento) crisis capitalista y hasta la fecha,  hemos asistido a una caída en picado de nuestros salarios tanto en términos  absolutos como relativos y de su poder adquisitivo.

Tenemos una cuarta parte menos del poder adquisitivo que teníamos antes de la crisis.

Las crecientes dificultades del capital para valorizarse, fruto de su inexorable decadencia, nos han salido a la clase obrera por un ojo de la cara.

El esperpento protagonizado por Izquierda Unida en Madrid en los últimos tiempos ha alcanzado su cenit en el contexto de las últimas elecciones autonómicas y municipales.

Cuando la burguesía española necesitó articular una nueva forma para su representación política, en los últimos tiempos de la dictadura anterior, encontró en un reconvertido Manuel Fraga1 al dirigente que preparó la fuerza política de repuesto para enfrentar las nuevas formas que tomaba la lucha de clases en España.

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