¿Imagina alguien a D. Manuel Azaña reclamándole la convocatoria de un referéndum a Alfonso XIII el 14 de abril de 1931? Pues bien, lo que no se le ocurrió al político de IR, ni a ningún otro dirigente político o sindical de la época, se ha convertido, ocho décadas después, en la propuesta política estelar del reformismo para iniciar un proceso constituyente que, aprovechando la experiencia “democrática” de estos últimos 39 años, nos conduzca a mayores cotas de soberanía popular en línea recta, y sin ruptura política alguna, de la monarquía parlamentaria del 78 a la nueva “república de todos los trabajadores” que nos libre del régimen del “bipartidismo monárquico” que denuncia J.L Centella en su comunicado tras la abdicación del rey, estableciendo una nueva categoría política absolutamente acientífica y absurda.

 

El solo hecho de otorgarle legitimidad a la institucionalidad vigente para determinar las reglas de juego del referéndum que debiera alumbrar las nuevas formas de organización del estado, demuestra, no solo, la continuidad del compromiso de estas fuerzas herederas del PCE carrillista con la Constitución del 78, sino también, la evidencia que lo único que persiguen es un mero cambio en la forma de la jefatura del estado sin alterar en nada las bases legales de la dominación capitalista.

Muy cortas aspiraciones políticas para, con un mínimo viso de continuidad y capacidad organizativa, articular ningún movimiento de masas a su alrededor y, mucho menos aún, para, con la experiencia del Referéndum sobre la OTAN, enfrentar este reto político con unos mínimas posibilidades de victoria.

Cuando la crisis general y estructural del sistema evidencia con más claridad que nunca que los de arriba tienen cada día más problemas para poder seguir manteniendo los consensos sociales que, hasta ahora, les legitimaban, no es de recibo darle balones de oxígeno que le abran nuevos escenarios de legitimación institucional para continuar profundizando la dictadura burguesa.

Cualquier intento de desligar la movilización de masas, de la lucha obrera y popular, confunde sus objetivos y propicia nuevos escenarios de perpetuación del sistema que éste no dejará de aprovechar para aumentar los niveles de explotación sobre la clase obrera.

La posibilidad de una 2ª Transición –república burguesa incluida si falla el intento de renovación de Felipe Borbón–, sería una nueva derrota para un pueblo que nada positivo puede esperar ya del capitalismo.

La única alternativa de progreso real pasa por una ruptura absoluta con la legitimidad de este sistema que nos condena, a quienes vivimos de nuestro trabajo, a un futuro de miseria y sobreexplotación. Por eso cualquier propuesta que no pase por ese camino de confrontación social y lucha de clases entre la oligarquía y quienes todo lo producimos, nos conduce a la derrota y al escenario de un pueblo que, en la inconsciencia de su propia desolación y manipulado por los medios de manipulación del sistema, acabe dos siglos después –como ocurrió con el retorno de Fernando VII por Valencia– gritando en las calles “¡Vivan las cadenas!” al paso del nuevo rey Borbón.

Julio Díaz

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