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Editorial Junio 2014 

 

La dictadura del capital se expresa de una forma cada día más descarnada, y ello podemos ejemplificarlo con uno de los hechos más recientes en la relación capital-trabajo en nuestro país. La multinacional Panrico, después de una sentencia de la Audiencia Nacional, favorable a sus intereses explotadores, arroja una propuesta al colectivo obrero -que se mantiene en huelga desde hace más de siete meses-, por la que plantea reducir en un 40% los despidos previstos para 2014 a cambio de que se acepte despedir al Comité de Empresa y a otros/as trabajadores/as que se han destacado en la lucha por la defensa de sus intereses en el conflicto originado por el ERE que trata de despedir de la empresa a 745 trabajadoras/es. 

Resulta canallesca la propuesta empresarial -que ésta desmentía días después ante el escándalo suscitado- por lo que supone de método propio de sicarios y esclavistas. Esta propuesta no sólo significa liquidar los más elementales principios de la negociación colectiva y los derechos sindicales reconocidos hasta hoy, sino que lleva la relación capital-trabajo a una dinámica sustentada en el sicariado y el matonismo. El capital no se siente ya limitado, en su ansia explotadora, por las más elementales normas reconocidas y aceptadas en las últimas décadas en buena parte del mundo capitalista desarrollado, sino que entiende superadas tales normas reguladoras y lleva su relación con el trabajo a la aniquilación total de derechos y a instaurar una feroz dictadura en la cual el capital se siente con la fuerza (también la necesidad) como para imponer su feroz dictadura por encima de los más elementales principios democráticos o de derecho.

Entonces lo que resta es una actuación sustentada en la posición de ventaja, en la fuerza y en el desprecio más absoluto de la clase obrera. El llamado Emperador del Congo Leopoldo I implantó una práctica por la cual sus capataces cortaban la mano de aquel africano que tenía la menor producción en una jornada de trabajo; eran los tiempos en que la “civilizada” Bélgica explotaba de forma inmisericorde esta colonia africana. El capital ejerce, siempre, toda la violencia que su situación de ventaja le permite.

Hoy es la civilizada Panrico quien chantajea a la clase obrera de este país diciéndole: “Te mantengo tu puesto de trabajo si aceptas que despida a tu Comité de Empresa y a aquellas/os trabajadoras/os que más se han destacado en la defensa de los puestos de trabajo, y tú como eres un miserable cobarde aceptarás mi propuesta y agacharás la cabeza porque la multinacional tiene toda la fuerza y te arrebata todos tus derechos, y debes agradecerle que te quedes en la empresa y que te pague el salario”

¡Valientes los obreros y las obreras de la planta de Santa Perpétua de Mogoda, que en asamblea rechazaron con decisión las pretensiones patronales!

La clase obrera debe aprender que esto no lo hace el capital por pura maldad, sino por necesidad para tratar de sobrevivir a su mortal crisis general, y por ello en la lucha de clases no se puede ceder un solo milímetro ante el capital. Hay que combatir por el poder obrero y la revolución socialista en todo momento y ocasión, para destruir el capitalismo hasta sus propios cimientos.

Los resultados de las elecciones reflejan una UE que acentúa su dictadura

Los resultados de las recientes elecciones al Parlamento Europeo deben ser interpretados como una clara expresión política del momento crítico que vive la clase obrera en la UE en este año 2014.

En la raíz de esta situación está el ya prolongado desarrollo de la crisis capitalista sin que la clase obrera de los distintos países de la UE haya desarrollado la capacidad organizativa y política de confrontar con las estrategias de la clase dominante y pasar al contraataque en línea con la defensa de sus intereses de clase.

Desde el verano de 2007 la clase obrera en Europa ha desarrollado importantes luchas para contestar el aluvión de medidas antilaborales aprobadas por los distintos partidos con poder de gobierno en estos años. Pero la intensidad, continuidad y coordinación de esas luchas no ha alcanzado el grado de desarrollo suficiente como para plantar cara y hacer retroceder esas políticas. Finalmente todos estos gobiernos terminan aprobando y aplicando sus violentas medidas, en esta guerra general que la burguesía desarrolla contra la clase obrera.

Históricamente situaciones así -alto deterioro de las condiciones de vida y de trabajo e imposición violenta de medidas contra la clase obrera en ausencia de lucha revolucionaria fuerte- terminan generando dinámicas en la conciencia de ciertos sectores más débiles de la clase obrera que abren el camino a las expresiones más degeneradas de la democracia burguesa: populismo, racismo, fascismo, nacionalismo, xenofobia.

A partir de este punto el capital mide sus estrategias, y avanza peligrosamente sobre la ausencia de respuesta revolucionaria de la clase obrera, aguijoneado por sus imperiosas necesidades de tratar de remontar la insistente caída de la tasa de ganancia.

La debilidad de la lucha obrera hace creer a las clases dominantes que no hay límite para su ansia de ganancia, y su aventurerismo se desata en una alocada huida hacia delante, buscando caminos cada vez de mayor riesgo, quebrando consensos sociales y anteriores mecanismos de legitimación, y utilizando su privilegiada situación como clase hegemónica para imponer nuevas y más violentas formas de dominación.

Estas tendencias solo pueden ser contrarrestadas con la comprensión por parte de la clase obrera de la imperiosa necesidad de ahogar el monstruo en la cuna y levantar la lucha obrera revolucionaria como el único antídoto posible. La responsabilidad de los Partidos Comunistas, y del Movimiento Comunista Internacional, adquiere dimensiones históricas, pues solo su intervención decidida y heroica puede ofrecer una salida al terrible futuro que el capitalismo va configurando, paso a paso, para la clase obrera y para toda la humanidad.

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