“Chile piensa en su futuro”, afirma convincente el publicista René Saavedra (magnífico el mexicano Gael García Bernal) al principio y al final de la película. Como si de alguna manera su director, el chileno Pablo Larrain, quisiera dejar claro que la historia que nos acaba de contar no termina con la palabra fin. Una historia que se inicia con la campaña de publicidad de una bebida refrescante y que, poco a poco, entre amarga ironía, desengaños y algo de desconcierto, se va transformando, gracias al trabajo del perspicaz Saavedra, en otra muy distinta sobre el plebiscito que el general Pinochet organizó en octubre de 1988 para perpetuarse en el poder. Y es desde ese ángulo original y aparentemente trivial, que el cineasta latinoamericano, que ya ha dirigido dos películas: “Tony Manero” (2008) y “Post Morten” (2010) con fondo pinochetista, se adentra en la cruel y represiva realidad chilena, consecuencia de 15 años de dictadura fascista.

“Nací tres años después del golpe de estado y necesitaba volver a él porque aún no lo entiendo”, ha declarado recientemente el realizador chileno. Sin embargo, en el desarrollo del filme queda claro y meridiano quiénes fueron los instigadores y financiadores del levantamiento militar de 1973: la burguesía chilena, el gobierno norteamericano de la época y la CIA, y qué intereses económicos y políticos defendían. Como igualmente se alude (aunque no con el énfasis merecido) que fue la lucha del pueblo chileno, y también las presiones internacionales, quienes forzaron la mano del dictador para que tuviera lugar la consulta popular. Una consulta que finalmente se decantó por el NO + Pinochet (de ahí el título escueto de la película) y su salida del gobierno, que no así del poder, en el que se mantuvo como presidente de la República hasta 1990, y como jefe de las Fuerzas Armadas hasta 1998, provocando con ello una transición política en muchos aspectos parecida a la transición española, es decir llena de temores y renuncias para que cambiando todo, todo siguiera igual. En ese sentido es impresionante y elocuente el paseo del protagonista con su hijo en brazos, entre perplejo y decepcionado, en medio del gentío que celebra la victoria del NO. Como si los laureles de la victoria se hubieran transformado de pronto en triste desencanto.

En definitiva, una película (mezcla de ficción y documental) exenta de autoengaño y de cualquier tentación épica, que nos hace reflexionar sobre el papel que deben jugar los pueblos para profundizar en los cambios políticos, y que además obtuvo en los festivales de Cannes (Quincena de Realizadores) y de la Habana, en 2012, los premios a la mejor película. Suficientes galardones como para que, después de una más que modesta distribución en las salas españolas, su salida en DVD y en Internet nos permita apreciarla en su justo valor.

Rosebud

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