El martes, 29 de octubre de 2024, las lluvias torrenciales sumieron a la ciudad de Valencia en una tragedia, en el momento de escribir este artículo 217 muertos y 14 desaparecidos, en su mayoría trabajadores y trabajadoras de los barrios más humildes. Esta catástrofe, lejos de ser un desastre natural inevitable, se erige como testimonio de las políticas urbanísticas irresponsables y del modelo capitalista que arrasa con los ecosistemas para engrosar los beneficios de unos pocos.

Las lluvias no deberían haber generado una catástrofe de esta magnitud. Sin embargo, el descontrol urbanístico y la especulación inmobiliaria, alentados por años de complicidad entre gobiernos y grandes constructoras, han eliminado la mayor parte de las zonas de absorción natural del agua. Antiguos parques, huertas y espacios verdes, esenciales para mitigar inundaciones, fueron sustituidos por complejos residenciales y centros comerciales de lujo.

Esto no es un accidente, en un crimen consecuencia directa de la lógica capitalista que prioriza los intereses de la patronal sobre el bienestar de la clase trabajadora. Las poblaciones y los barrios más afectados, eran zonas inundables y antiguas áreas agrícolas o costeras cuyo desarrollo se llevó a cabo sin planificación alguna para manejar fenómenos climáticos extremos.

El propio Instituto Geológico había advertido durante años sobre la falta de sistemas adecuados de drenaje y prevención de inundaciones en la región. Sin embargo, los diferentes gobiernos autonómicos y centrales ignoraron estos informes mientras facilitaban licencias para proyectos especulativos.

El fenómeno climático que desató las lluvias torrenciales es un síntoma más de un modelo económico insostenible que lleva al planeta al límite. El modelo capitalista, basado en la extracción ilimitada de recursos y la caótica producción masiva, intensifica el calentamiento global y sus consecuencias: sequías prolongadas seguidas de lluvias torrenciales, inundaciones, pérdida de biodiversidad y colapso de los ecosistemas.

En el País Valencià, la falta de preparación y la corrupción administrativa actúan como una extensión local de esta crisis global. Nuestra tierra está atrapada en una dinámica que prioriza el beneficio rápido por encima de la sostenibilidad, agravando los efectos del calentamiento global del planeta que ya golpea con fuerza.

Mientras tanto, los representantes políticos a nivel local y estatal intentan desviar la atención hacia la "excepcionalidad de las lluvias" para eludir su responsabilidad en la falta de inversión en infraestructuras preventivas y en su entrega total a los intereses del capital.

En medio de esta tragedia, las calles valencianas no solo se inundaron de agua, sino también de indignación. El barro que todo lo cubrió se convirtió en un símbolo del abandono institucional y la corrupción. El rey, el monarca que permanece como símbolo de la continuidad del fascismo franquista, visitó brevemente las zonas afectadas en un espectáculo mediático vacío, y fue abucheado por el pueblo. Este rechazo expone la fractura política latente por el maltrato constante con el que el régimen monárquico-burgués castiga a la clase obrera y a los sectores populares.

Sin embargo, el pueblo no se ha quedado callado. Las protestas comenzaron en los barrios más afectados y rápidamente ganaron fuerza, canalizando una indignación que, acumulada por años de desigualdades, está tomando una mayor dimensión.

Las movilizaciones del 9 de noviembre con decenas de miles de personas en las calles han demostrado que la clase trabajadora no solo exige justicia por las víctimas y un cambio radical en el modelo urbanístico, sino que está abriendo un escenario de crisis que visibiliza directamente la esencia corrupta de las instituciones del Estado burgués.

Este desastre no puede entenderse como un evento aislado. Y no nos cansaremos de decirlo, es el resultado lógico de un modelo económico y político que ha agotado tanto los recursos del planeta como la paciencia de las mayorías sociales. Las movilizaciones y la organización popular son un signo de que este modelo enfrenta su propia tormenta.

En este contexto, las palabras de un manifestante resuenan con fuerza: "No son las lluvias las que nos han matado, sino el sistema que destruye nuestra tierra y nuestras vidas". La solidaridad popular, nacida del dolor y la rabia, puede convertirse en la semilla de un cambio más profundo.

Frente a un sistema que permite que las tragedias se repitan, la clase obrera no solo debe levantarse para exigir justicia, sino para demandar un futuro socialista que priorice la vida y el equilibrio planetario sobre las ganancias de una“minoría parasitaria” la burguesía.

En esta hecatombe medioambiental, el capital, al igual que en la mayoría las situaciones no es capaz de dar solución a los problemas de la clase trabajadora si no que los multiplica. Las aguas pueden haber retrocedido, pero la lucha sigue, más viva que nunca. Por ello, desde el PCPE llamamos al mantenimiento de la organización, consolidando las estructuras participativas surgidas de la lucha popular.

 

¡SOLO EL PUEBLO ORGANIZADO, SALVA AL PUEBLO!

¡SOCIALISMO O BARBARIE!

¡VIVA LA LUCHA DE LA CLASE OBRERA!

 

MYGO

 

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