El verano, esa época de asueto caracterizada por la desconexión, los baños y las fiestas populares, ha tenido este 2024 como evento totalizador los JJ.OO. de París y su escenificación “humanista” de la geopolítica mundial, que prefija países buenos, malos o regulares y que pretende aislar el deporte de la sociedad que produce los y las deportistas, aunque después, en los triunfos haya despliegue de banderas e himnos que ensalzan el patriotismo propio o extraño.
Quienes asistimos a este espectáculo como público con poco españolismo referencial y que disfrutamos de los logros deportivos en sí mismos pero también con sentido crítico del mundo, tenemos nuestras filias y fobias, nos conmueven y alegran los triunfos de atletas de países marginados y machacados por el imperialismo y sobre todo, nuestro corazón o pasión por el deporte, se mueve por los triunfos de la delegaciones de los pueblos que luchan por construir otro modelo. En este sentido Cuba nos representa. Además en estas olimpiadas se ha dado un debate muy interesante sobre a quién pertenecen los logros de los y las deportistas que compiten bajo bandera cubana o de otro país.
Un debate sobre la cubanidad de esos méritos deportivos y de que debe primar en la valoración de esos logros, si es un mérito personal o colectivo. Es un debate interesante e interesado, dado que en la consecución de las ansiadas medallas o récords, puede haber un ensalzamiento del constructo individualista, la idea del héroe que sacrifica todo por un sueño, frente a la valoración del deportista como un componente de un modelo que entiende el deporte como un valor colectivo y por tanto social.
Cuba siempre ha apostado por facilitar la práctica deportiva como parte de la educación de cualquier niña o niño y potenciar-cultivar cualquier talento que pudieran desarrollar y siempre desde la consideración amateur en su participación en los eventos deportivos ya sean pequeños o gigantes como las olimpiadas.
Sus medallas, 244, 86 de ellas de oro lo que sitúa a Cuba en el Medallero Histórico en el puesto 16, son fruto de una política planificada y consciente que tiene en el centro la igualdad de las personas. Es el resultado de concebir el deporte como un derecho de todo el pueblo y crear las condiciones materiales para convertirlo en una realidad. En ese sentido las medallas son una obra colectiva de la Revolución Cubana que junto con el deporte, garantiza la salud, la educación o la cultura.
Tenemos que bajar al puesto 24 para ver al siguiente país hispano, España, con 187 medallas y al puesto 27 para ver al segundo país de Latinoamérica, Brasil con sus 215 millones de habitantes, suma 170 metales. En medallas de oro, Cuba, con 11 millones de habitantes, supera la suma de los tres países de Latinoamérica que le siguen en el medallero: Brasil, México y Argentina que suman juntos cerca de 400 millones de habitantes. Esto no es casualidad, ni se debe a una genética favorecida.
No es ningún secreto las dificultades que soporta Cuba, víctima del bloqueo más cruel de la Historia. Esto determina muchas deficiencias que puedan hacer entendible que deportistas o entrenadores opten individualmente por desarrollar su carrera en países con más nivel material. Aunque no son la mayoría, son una realidad y en países como España se da la nacionalidad por Carta de Naturaleza (por Decreto Ley), se roba talento y preparación y se alienta la deserción a deportistas de élite, mientras al resto de migrantes se les impone una racista ley de extranjería que en la práctica los condena a la ilegalidad.
Mientras en estos lares se da el debate sobre si los nacionalizados o migrantes de primera o segunda generación son “españoles” o no, Cuba presume que su delegación, tanto atletas como entrenadores y técnicas es 100 % autóctona. Cuba no puede, ni quiere, comprar deportistas y medallas en el mercado, pero va perdiendo año a año patrimonio deportivo. Si Cuba sumara a su discreta cosecha de nueve medallas en París 2024, las ocho que ganaron sus emigrados, ascendería 10 escaños en el medallero y ocuparía el lugar 22.
En este marco se abre una vez más el debate sobre el concepto de cubanía, un debate reincidente desde las primeras fugas o migraciones al exterior de la patria de Martí, en Miami se da el esperpento que solo se festejan los triunfos de los deportistas expatriados, que compitan bajo bandera ajena y no lo de todas y todos los cubanos, una vez más renuncian a su cubanidad en pos de su ideología reaccionaria.
Tal como afirma Enrique Ubieta “Ninguna profesión es aséptica. Pero el deporte es competencia, escenario de pasiones y compromisos, de alegrías y tristezas colectivas. La camiseta nacional es un símbolo que nadie osa despreciar. Una de las primeras cosas que “la cultura del tener” se propuso destruir (y lo hizo con rabia acumulada) fue el sentimiento de orgullo nacional que despertaba en los cubanos su movimiento deportivo amateur”.
En el debate que abre el deporte olímpico sobre el patriotismo, es curioso que los cubanos expatriados abjuren de su historia y renuncien a su «cubanismo», porque sus logros necesariamente están vinculados al futuro de la promesa que aún hoy sigue siendo la Cuba revolucionaria.
Tatiana Delgado