El mundo asistió con asombro y perplejidad el día 23 de agosto de 2024 a la situación surrealista del ataque de un diplomático marroquí a su homólogo de la República Saharaui en medio de la sala de conferencias en Tokio donde se celebraba una cumbre anual entre Japón y el conjunto de la UA sobre el desarrollo del continente.

Situación, sin embargo, nada nueva para los observadores del conflicto que enfrenta a la República saharaui y la monarquía marroquí desde la ocupación ilegal de parte de territorio saharaui por Marruecos en 1975, acostumbrados a las gesticulaciones y maniobras de una diplomacia marroquí que hastiada de sus propios fracasos y de aislamiento internacional por sus conductas que traspasan toda regla de civilización y de relaciones internacionales, no le queda más remedio que recurrir al chantaje, compra de voluntades, creación de consulados fantasma en ciudades saharauis ocupadas, o el “reconocimiento” de la llamada “propuesta de autonomía marroquí”, mendigada por el Rey Mohamed VI a algunos presidentes - que no estados – en sus momentos más bajos de popularidad en sus propios países.

La acomplejada monarquía marroquí por su interdependencia de Francia, siempre ha intentado jugar al gran imperio que nunca existió más que en su fantasía política, y en esa pose de grandeza utiliza una forma de imperialismo desmesurada para su propia realidad.

El Marruecos de hoy no es más que un régimen feudal que no reconoce sus límites geográficos ni sus poderes, a diferencia de un estado nación como se reconocen los países actualmente. Y en esa pérdida de identidad como estado contemporáneo soberano e independiente ha ido fraguando conflictos con todos sus vecinos, aquejado por un nacionalismo exacerbado que busca su expansión a través del conflicto armado con otras naciones, como lo hizo en su agresión a la recién independiente Argelia en 1963, su constante amenaza a la independencia de Mauritania, su agresión y ocupación ilegal a la vecina República Saharaui, o las constantes amenazas a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, Canarias e islas colindantes.

Dicen los historiadores que una de las formas del imperialismo basado en un ultra nacionalismo sin razón envalentonado por un régimen arrogante y preocupado por su propia existencia, surgió en la era victoriana, en el siglo XIX, en respuesta a la amenaza que representaban ciertas potencias como Francia, Turquía, Rusia y Alemania a la grandeza del imperio británico y lo llamaron “jingoísmo”, que la RAE, a su vez, define como «patrioterismo exaltado que propugna la agresión contra otras naciones».

Precisamente esta ideología de “jingoísmo” es lo que califica como, anillo al dedo, a la monarquía marroquí de hoy, que podemos sintetizar en usar todo tipo de conflictos para acabar con otras naciones. Marruecos usa el conflicto armado ocupando al Sahara Occidental, la amenaza de la inmigración y el espionaje traicionero contra sus propios aliados como España y Francia, la invasión con la delincuencia organizada y las drogas contra Mauritania y todo tipo agresiones posibles contra Argelia (…).

Este jingoísmo que caracteriza al régimen marroquí nos recuerda el chovinismo exaltado e irracional que ha practicado Francia contra sus ex-colonias en África viéndolas por encima del hombro como naciones inferiores y por tanto “mi superioridad me permite explotarlas y utilizarlas en mi propio beneficio” como lo demuestra en el África occidental con su organización de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO). La diferencia entre el término “Chovinismo” y “Jingoísmo” radica en el belicosidad y agresividad de este último como lo practica Marruecos tanto en su diplomacia como en su ilegal ocupación militar del Sáhara Occidental.

Este insaciable expansionismo imperialista a lo hitleriano sin resultado concreto ni beneficios claros para el pueblo marroquí lo están extendiendo por todo continente africano introduciéndose en el seno de la Unión Africana desde 2017 con el único fin de destruirla, probablemente respondiendo a ciertas estrategias externas que buscan mantener al continente sumido en sus inmensos problemas de interdependencia con otras potencias.

La diplomacia marroquí inspirada en esta ideología de jingoísmo estudiada y planificada se le suma la desesperación de traer alguna victoria que no encuentran en su infinita batalla contra la diplomacia saharaui en los foros internacionales, y recurre a la llamada estrategia “Bureita” de su ministro de relaciones exteriores que consiste entre otras cosas en amagar a sus aliados con aquello de que “tenéis que salir de vuestra zona de confort” a cambio de continuar con el rol de vuestro sicario no solamente en el norte de África sino en todo el continente.

Normalmente los regímenes políticos intentan usar su política exterior como reflejo de su situación interna, usando la diplomacia como arma de civilización, buenos modales, imagen -aunque ficticia en algunos casos - del bienestar popular y en definitiva del respeto a los derechos humanos más elementales, sin embargo la diplomacia marroquí ya no resiste esta norma no escrita por su fracaso y desesperación provocados por el aislamiento internacional en lo que han definido como su prioridad nacional e internacional que es la cuestión del Sahara Occidental.

El régimen marroquí debe darse cuenta que en cualquier batalla diplomática que enfrenta a dos contrincantes en la escena internacional, el vencedor es aquel que logra el aislamiento de su adversario y que el fin de las hostilidades las determina el agredido y no el agresor. Hasta el momento la ventaja siempre ha estado al lado de la lucha del pueblo saharaui y sus aliados, y con seguridad así será hasta que el pueblo saharaui sea totalmente libre e independiente.

Marruecos en su conflicto con el pueblo saharaui no saldrá de su sin razón a menos que abra los ojos y sepa qué es lo que quiere ser de mayor, y elegir entre seguir en su forma actual de régimen feudal desfasado con su entorno regional y mundial, dependiente de sus protectores que lo usan a conveniencia, o decantarse por la consagración de un estado totalmente soberano sin intervenciones externas, sumándose así al sistema del orden mundial actual de estados independientes basando sus relaciones internacionales en el respeto mutuo con sus vecinos que controlan sus ambiciones expansionistas belicistas y cooperando por el mantenimiento de la paz y la seguridad mundiales.

Mohamed Masud. Ciudadano saharaui

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