Hace algunas semanas dos publicitadas fotografías me provocaron – y me siguen provocando todavía – insufribles náuseas. Es decir, me produjeron – y me siguen produciendo cada vez que las veo –enormes deseos de echar la mascada por sotavento. Una de ellas es la repulsiva instantánea en la que se ve al dirigente fascista de Vox, Santiago Abascal, abrazando apasionadamente al presidente argentino, el energúmeno, y no menos fascista, Javier Milei, más conocido como el “psicópata de la motosierra”. La otra foto repugnante, es la que deja constancia gráfica de la patética reunión del nostálgico franquista con el carnicero de Gaza, Benjamin Netanyahu, apodado por sus insaciables adeptos de sangre palestina, “el rey Bibi”. Naturalmente los dos vergonzosos encuentros del avezado discípulo de Franco responden a intereses, por ahora, de una parte del capitalismo hispano que, ante el hecho incontestable de la crisis estructural del sistema capitalista, vería con buenos ojos un cambio en el sentido señalado por el facha vizcaíno; no sólo en lo referente a la política domestica, sino también en cuanto a las relaciones internacionales. Unas relaciones, por otro lado, que van inscribiéndose cada vez con más nitidez en la deriva fascistona de la situación política europea e internacional. En un caso, solidarizándose con el arbitrario trabajo del pibe de apariencia majareta en su alucinante tarea de desmantelar lo público en beneficio de lo privado, y que tanto ambiciona el voraz capitalismo en todo el planeta. Y en el caso de la ignominiosa visita al genocida sionista, situándose sin ambages en el camino que sella con sangre, dolor y lágrimas en Oriente Medio (y no sólo en esa región del globo) el criminal imperialismo norteamericano. Cosa, sin duda, para que todo continúe “atado y bien atado”. Un señalamiento político, confirmado recientemente en los resultados de las elecciones europeas del 9J, donde el avance de la extrema derecha es innegable, así como su gobernanza en países como Italia, Hungría, Polonia, República Checa y Finlandia; al tiempo que en otros (Austria, Bélgica y Francia) está a punto de lograrla. Además de su nutrida y amenazadora presencia en casi todos los parlamentos europeos, como es el caso, por ejemplo, de los neonazis en el Bundestag alemán, para quienes “no todos los agentes SS de la Segunda Guerra Mundial fueron criminales”. Por consiguiente, en un contexto de alarmante oleada parda que también unta a España, un poco hoy “el garbanzo negro” de la UE.

¿Qué hacer?

Y ante este tremendo aluvión pestilente y reaccionario, que contrariamente a lo que muchos cretinos piensan no beneficia en nada ni a la clase obrera ni a otros sectores populares (¿beneficiaron en su tiempo Hitler, Franco y Mussolini a los currantes?), cabe preguntarse con acuidad y pertinencia, como ya lo hiciera Lenin en 1902, ¿Qué hacer? ¿Constatar resignadamente que “eso es lo que hay” y, como los avestruces, esconder la cabeza en la tierra hasta que un día pase la tormenta? ¿O, por el contrario, tomar conciencia de clase, saber qué nos estamos jugando y organizarnos en un partido revolucionario para hacer frente al pérfido ofidio que se extiende peligrosamente? Sin duda alguna, los intereses económicos y sociales de la clase trabajadora y otras capas populares peligran, pero también la libertad de los pueblos. Para que ello no ocurra después de los fracasos estrepitosos que han supuesto los taimados inventos del sistema como Podemos, Sumar y tutti quanti, sólo nos queda la opción revolucionaria. No hay atajos que valgan ni excusas que se mantengan en pie. La elección sigue siendo (hoy más que nunca) Socialismo o barbarie. Tú decides.

¡Organicémonos en el PCPE!

José L. Quirante

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